Metrópoli

“Fue como ver el fin del mundo”; la voz de un sobreviviente de la pipa de Puente de la Concordia

En los brazos de Juan Luis perdurarán las marcas del “fin del mundo” que vivió en el Puente de la Concordia el 10 de septiembre; “mis hijos están por nacer y quiero que vean que su papá no se rindió”, reflexiona

A un mes de la explosión de la pipa de gas en Iztapalapa, Juan Luis Cervantes afirma que el Puente de la Concordia siempre le dio miedo. Foto: Osmar Alvarado / EL UNIVERSAL
10/10/2025 |05:16
Juan Carlos Williams
Reportero de la sección MetrópoliVer perfil

“Yo no tengo ningún tatuaje, nunca pensé hacérmelo, y ahora me quedó esta cicatriz para toda la vida”, dice con voz serena Juan Luis Cervantes, de 31 años, mientras mira sus brazos aún marcados por las quemaduras que le dejó el fuego aquel 10 de septiembre, cuando una volcó en el , en los límites de la alcaldía Iztapalapa y el municipio de Los Reyes La Paz.





Entre los sobrevivientes está Juan Luis, barbero y padre en espera de gemelos. Recuerda con precisión cada instante: el sonido, el calor, el miedo: “Todo se tornó color naranja, las nubes eran blancas, densas, como si el aire se hubiera convertido en fuego. Yo siempre le decía a mi esposa que ese puente me daba miedo”.

Sentado frente al espejo de su barbería, con los brazos vendados y el olor a loción de afeitar en el aire, Juan Luis mira su reflejo y sonríe con resignación. “Esta cicatriz no la escogí, pero me recuerda que sigo vivo. Y eso ya es mucho”, dice.

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Juan Luis Cervantes administra su barbería, en espera de que le autoricen agarrar las tijeras para retomar su empleo. Foto: Osmar Alvarado / EL UNIVERSAL

El 10 de septiembre, Juan Luis conducía rumbo a su trabajo, en el carril de extrema izquierda del puente. “Empecé a ver cómo todo cambiaba de color, pero el instinto se prendió. Dije: ‘tengo que escapar de aquí’. El coche se calentaba, sentía la temperatura subiendo, pensé que era gasolina, que iba a explotar todo. Se escuchaba como un soplete gigante”.

En segundos, el puente se convirtió en un infierno. Juan Luis dejó el coche y corrió.

“Mientras corría se me quemaban los brazos. Sentía cómo la piel se abría, se formaban llagas y sangraban. Pero no me detuve. Lo único que pensaba era en sobrevivir”.

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Apenas se puso a salvo, miró hacia atrás y vio el fuego consumir autos y estructuras. “Era como ver el fin del mundo”, dice. Después, volvió a su automóvil, buscando su teléfono. Llamó a su familia y, con ayuda de su esposa, fue trasladado al Hospital Balbuena.

“Fui de los primeros en llegar. Recuerdo que las 12 camas del área de urgencias se llenaron en minutos. Todos eran quemados por la explosión. Gente llorando, gritando, fue una escena que no se olvida”, comenta.

Las quemaduras de segundo y tercer grado en ambos brazos lo mantuvieron hospitalizado dos semanas. Aún hoy, cada movimiento le duele. Los médicos le recomendaron no realizar cortes de cabello hasta que su piel cicatrice por completo. Sin embargo, no ha dejado de trabajar: sigue administrando su barbería, con la esperanza de pronto volver a sostener las tijeras con la misma seguridad de antes.

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“Mi vida cambió. A veces cierro los ojos y siento otra vez el calor, el ruido, la desesperación. Pero también pienso que sobreviví por algo: mis hijos están por nacer y quiero que vean que su papá no se rindió”.

A un mes del accidente, Juan Luis conserva una mezcla de gratitud y enojo.

“El Gobierno capitalino me dio 20 mil pesos como apoyo para transporte, pero eso no alcanza. No queremos dinero, queremos que no se olviden de nosotros, de las familias que perdieron todo”.

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