Washington D.C.— Elrumbo a 2026 se convirtió en la cancha política de Norteamérica y la FIFA dio pase para concretar el gol, aunque por espacio de una hora, en una reunión trilateral de los socios del .

Lo que debía ser una celebración deportiva funcionó como un escaparate diplomático donde coincidieron, por primera vez y frente a miles de miradas, los presidentes de México, Claudia Sheinbaum Pardo; de Estados Unidos, Donald Trump, y el primer ministro de Canadá, Mark Carney.

En esa cancha, entre un ambiente deportivo y diplomático, hubo de todo: miradas medidas, tensiones visibles, gestos fuera del guion y la demostración de fuerza política entre Estados Unidos y México, esto en medio de las medidas arancelarias y políticas migratorias impulsadas por Donald Trump.

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La cita, celebrada en el imponente John F. Kennedy Center de Washington D.C., fue puntual a las 12:00 horas. Antes, Sheinbaum tuvo un encuentro con Trump. Fueron minutos, pero la primera vez que se vieron después de una decena de llamadas telefónicas.

Sin embargo, Trump y Carney ya estaban acomodados en la primera fila del balcón central junto al presidente de la FIFA, Gianni Infantino, pero Sheinbaum decidió sentarse con su equipo: el embajador de México en Estados Unidos, Esteban Moctezuma; el encargado de despacho de la Secretaría de Relaciones Exteriores, Roberto Velasco, y la representante del Banco Mundial, Diana Alarcón.

Lo anterior generó un desconcierto que se percibió en las pantallas que transmitían la señal internacional. Aunque la versión oficial asegura que cada mandatario tenía su espacio asignado, la invitación de Trump a su espacio hizo sentar a los tres juntos.

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La Presidenta vestía un traje morado semejante al que usó la noche de su triunfo electoral, un color que ha reafirmado como sello propio. Desde ese momento, el evento adquirió una capa adicional de interpretación política: no sólo coincidían tres mandatarios, también tres proyectos, tres estilos y tres expectativas sobre la organización del Mundial más ambicioso en la historia de la FIFA.

Como telón de fondo, el Servicio Secreto estadounidense permanecía en guardia, marcando el ritmo del traslado de cada uno de los mandatarios y recordando, con su sola presencia, que aquella coincidencia tenía una importancia geopolítica evidente.

El momento central llegó cuando Infantino invitó a los tres líderes a subir al escenario para una dinámica simbólica del sorteo.

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Frente a las cámaras, Sheinbaum, Trump y Carney se acercaron al bombo y procedieron a sacar una pelota. Al abrir la suya, la Presidenta gritó con entusiasmo: “¡Viva México!”, provocando una reacción inmediata en el público, entre aplausos y gritos que rompieron la solemnidad del momento. Fue el instante más espontáneo de Sheinbaum, quien mostró comodidad y dominio frente a los reflectores.

“Estamos orgullosos, orgullosas, de recibir por tercera vez la Copa Mundial. México es un país extraordinario, bello, mágico, y millones visitarán nuestra nación. Además, quiero decirles que tenemos un pueblo extraordinario, trabajador, y algo especial: nosotros disfrutamos del juego de pelota desde tiempos ancestrales”, dijo Sheinbaum al ser cuestionada por el presidente de la FIFA sobre qué siente que México será anfitrión por tercera ocasión.

Carney acompañó la escena con una sonrisa diplomática, mientras que Trump apenas inclinó la cabeza y, bromista del momento, no se sorprendió de lo que saldría en el sorteo, Estados Unidos, reservando su energía para lo que vendría después.

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Al sentarse juntos, Trump, Sheinbaum y Carney entablaron conversación en más de 10 veces, esto mientras anunciaban que México tendría su partido inaugural con Sudáfrica en el Estadio Banorte.

Y lo que vino después fue precisamente lo que cambió el tono del encuentro.

La música de YMCA, de Village People, irrumpió en el auditorio como parte del guion del espectáculo, pero Trump lo convirtió en un acto político.

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Fiel a su estilo de campaña, comenzó a bailar los pasos característicos de la canción, mientras el público, y sobre todo un adulador Infantino, estallaba en aplausos dirigidos casi exclusivamente hacia el estadounidense y su coreografía.

La expresión de Sheinbaum lo decía todo. Manteniendo la compostura, observó el espectáculo con prudencia y cierta incomodidad. Su lenguaje corporal contrastó con la euforia generada alrededor de Trump.

Carney, mucho más discreto, se mantuvo al margen, limitándose a una sonrisa que parecía decir que conocía bien la dinámica del mandatario estadounidense.

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Tampoco extrañó que fuera galardonado con el Premio de la Paz de la FIFA. América para los americanos. Era su momento y su show.

A pesar de estos contrastes, el protocolo siguió su curso. Tras los aplausos, las fotografías y el intercambio —escaso— de palabras en público, el Servicio Secreto se activó para conducir a los tres a una reunión trilateral privada. Fue un cierre formal y reservado después de un evento en el que la política se filtró por cada rendija.

No obstante, Sheinbaum no bajó la guardia, acompañada por la seguridad de Trump, visitó a los migrantes mexicanos que “viven con miedo” ante las políticas migratorias. La mandataria les dijo: “Los vamos a defender”.

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