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San José. –
Por una paga de 114 dólares, un francotirador se instaló este martes, hace 40 años, frente a la entrada principal de un templo católico en San Salvador, colocó sus brazos sobre el techo de la puerta trasera derecha de un automóvil rojo de origen alemán y, cerca de las 18:30 horas, apretó el gatillo del arma que disparó la bala que quitó la espoleta para el estallido de los 12 años de la guerra civil de El Salvador.
El proyectil mortal penetró directo al corazón de monseñor Óscar Arnulfo Romero y Galdámez, arzobispo de San Salvador, mientras oficiaba misa en la capilla del Hospital Divina Providencia, en esa capital. Cuando monseñor levantó el cáliz con sus manos para consagrar las hostias, se oyó un balazo y luego dos más.
El ataque certero fue ejecutado por un experto tirador salvadoreño de un escuadrón de la muerte, en una conjura anticomunista de paramilitares, políticos, empresarios y militares de la ultraderecha de El Salvador que, cuatro décadas después, otorga impunidad para sus autores intelectuales y materiales.
El día antes de morir, y en una homilía en la Catedral Metropolitana, Romero suplicó, rogó y exigió a los soldados de su país en nombre de Dios: “Cese la represión”.
Romero pereció la noche del lunes 24 de marzo de 1980 y su trágico sacrificio aceleró las contradicciones políticas y socioeconómicas internas, atizó las pugnas de los militares derechistas y de la guerrilla izquierdista y desencadenó el conflicto bélico. La guerra acabó el 16 de enero de 1992 con saldo de unos 80 mil muertos y desaparecidos.
“En época de angustia por la pandemia del coronavirus, hoy exigiría garantizar la salud del pueblo salvadoreño, que por su pobreza no puede acceder a la salud como los pudientes”, afirmó el salvadoreño Miguel Montenegro, director ejecutivo de la (no estatal) Comisión de Derechos Humanos de El Salvador.
“Estaría con los pobres y pediría al gobierno y a las fuerzas militares y policiales garantizar la seguridad del pueblo”, dijo Montenegro a EL UNIVERSAL, en alusión a la violencia y la inseguridad endémica en esa nación.
Ordenado sacerdote en 1942 y nombrado arzobispo en 1977, Romero tendría hoy 102 años, ya que nació el 15 de agosto de 1917. Sin pertenecer a la teología de la liberación —“hambre de Dios sí, hambre de pan no”—, fue referente de la guerrilla salvadoreña que combatió a la oligarquía político-militar de ese país.
Por un hecho de vida en El Salvador, fue canonizado en octubre de 2018 y nació San Romero de América. En grave estado de salud por un embarazo, la salvadoreña Cecilia Rivas cayó en 2015 en coma inducido, pero su familia se aferró a una postal del entonces ya beato y la mujer superó la crisis.
Romero fue beatificado en mayo de 2015, cuando el Vaticano reconoció que su asesinato fue un martirio por “odio a la fe”.Una comisión de la Organización de Naciones Unidas creada al concluir la guerra determinó que el autor intelectual del crimen fue el líder derechista y paramilitar Roberto D’Aubuisson, mayor retirado de la inteligencia militar y símbolo anticomunista.
Fallecido de causas naturales en 1992, D’Aubuisson negó los cargos.
“Esos azotes siguen hoy en El Salvador”, acusó el abogado y politólogo salvadoreño Benjamín Cuéllar, dirigente de Víctimas Demandantes (VIDAS), grupo (no estatal) de San Salvador de defensa de derechos humanos, a consulta de este diario.
Ante el Covid-19, “¡cuánta falta nos hace! El Santo hubiera clamado por la vida, sobre todo por la de las mayorías populares” de América, recalcó.
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