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Bagdad.— La vida tranquila de Nadia Murad cambió el 3 de agosto de 2014. Una caravana de vehículos del Estado Islámico (EI) llegó a Sinyar, donde nació y creció la joven, que hoy tiene 25 años, y la convirtió en esclava sexual.
El objetivo era acabar con los yazidíes, una minoría religiosa de etnia kurda, cuyas raíces se remontan a 2 mil años, a los que los yihadistas consideran infieles.
El Estado Islámico mató a 5 mil personas, según cálculos no oficiales, y convirtió en esclavas a alrededor de 3 mil niñas y mujeres que fueron sometidas a ventas para su explotación sexual.
Una de ellas fue Murad. Ese día estaba con su madre y sus 12 hermanos en su natal Kojo, del que los yihadistas se llevaron a todos. Perdió a nueve miembros de su familia.
Durante tres meses sufrió torturas y violaciones grupales, un tormento del que logró escapar en noviembre del mismo año gracias a una familia que la ayudó a salir de la zona controlada por los terroristas para llegar a un campo de refugiados en Irak; luego se trasladó a Alemania.
Y se convirtió en la voz de la conciencia de los yazidíes y la heroína que transformó en dignidad la humillación y la esclavitud a la que el EI sometió a su pueblo. Su rostro comenzó a hacerse habitual en las conferencias de la ONU y organismos internacionales. El reconocimiento de ayer se sumó al que recibió en 2016 del Parlamento Europeo, que le dio el Premio Sajarov para la Libertad de Conciencia.