Cuando las guerrillas sandinistas entraron triunfantes en julio de 1979 a Managua e instalaron en Nicaragua la tercera revolución socialista en América Latina y el Caribe, la política exterior de México consolidó una fase de esplendor e influencia que se prolongó hasta 2000, perdió fuerza en el siglo XXI y feneció en diciembre de 2018, con el inicio del gobierno de Andrés Manuel López Obrador.

México, crucial en la victoria sandinista, rompió lazos diplomáticos con Nicaragua el 20 de mayo de 1979 y ratificó su solidaridad con los rebeldes nicaragüenses, en un acto que precipitó la caída de la dictadura dinástica de la familia Somoza y reafirmó el rango mexicano de hermano mayor de Centroamérica.

El 19 de julio de 1979, 20 años después de Cuba y casi cuatro meses luego del golpe en Granada, el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) inauguró en Nicaragua una nueva revolución antiWashington, lo que permitió al entonces líder cubano, Fidel Castro (1926-2016), impulsar las guerrillas izquierdistas en Guatemala y El Salvador desde La Habana y Managua.

Con los sucesos en Nicaragua, que hasta 1979 fue incondicional a Washington, México incomodó a Estados Unidos y se convirtió en socio fiel al FSLN, para satisfacción de la izquierda mexicana y más allá de los principios constitucionales de política exterior de no injerencia en asuntos internos de otros estados y libre autodeterminación de los pueblos.

Aunque los gobiernos mexicanos preservaron la comunicación con la Casa Blanca en una época en la que Washington acusó a Castro de incendiar con guerrillas a Centroamérica, los nexos EU-México sufrieron un deterioro que se agravó todavía más por un hecho histórico ocurrido el 28 de agosto de 1981 y que también alegró a la izquierda mexicana.

México y Francia reconocieron ese día como fuerza beligerante y representativa en El Salvador a la alianza del entonces guerrillero Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), leal a Castro, con el bloque político del Frente Democrático Revolucionario (FDR).

El FMLN condujo la guerra insurgente en El Salvador, que estalló en 1980 y finalizó en 1992 con la firma precisamente en México del acuerdo de paz entre esa fuerza rebelde y el gobierno salvadoreño.

Al recrudecer las guerras en Guatemala y en El Salvador y en un escenario de riesgo para la permanente injerencia estadounidense en Centroamérica, México creó el Grupo de Contadora en febrero de 1983 con Venezuela, Colombia y Panamá.

Contadora promovió la paz centroamericana con un arreglo negociado a los conflictos socioeconómicos y políticos y nunca con las armas, entre otros principios.

El proceso de Contadora fue absorbido en 1987 por el de Esquipulas, pacto firmado por Costa Rica, Nicaragua, El Salvador, Honduras y Guatemala que facilitó la pacificación.

En otro paso decisivo, México lanzó lo que en 1991 floreció como cumbres iberoamericanas de jefes de Estado y de Gobierno, con España y Portugal y cuya primera versión se realizó ese año en Guadalajara, Jalisco. México activó otros procesos de concertación con América Latina y el Caribe.

Con actitudes “alternativas y constructivas”, México contribuyó a la paz de Centroamérica, a abrir diálogos en el Caribe y al retorno de la democracia en América del Sur, dijo el diplomático costarricense en retiro Melvin Sáenz.

Sáenz, ex embajador de Costa Rica en España, Perú, Colombia, Panamá, Cuba y la Organización de Naciones Unidas, recordó a EL UNIVERSAL que, a finales del siglo XX, México cumplió un “importante papel” en el choque entre Estados Unidos y la ahora desaparecida Unión Soviética.

Al acabarse la Guerra Fría en la década de 1990, México “debió ajustar su campo de acción y su radio a las nuevas circunstancias. Asumió una especial relevancia el nexo bilateral con EU, la situación política y de seguridad internas y el tema migratorio”, afirmó. “Los retos” son nuevos y distintos a los de los últimos 30 años de siglo XX “y exigen respuestas y posiciones creativas e imaginativas”, indicó.

Maniobra

Al impedir el tránsito de centroamericanos por su territorio, México se acercó a EU y generó resentimientos en Centroamérica. A diferencia del protagonismo de sus predecesores en América Latina y el Caribe, López Obrador llevó a un aislamiento de México con un estricto apego a la no intervención y la libre autodeterminación.

Para algarabía de la izquierda, México se salió en 2019 del Grupo de Lima, instancia regional de consulta sobre la crisis venezolana que en enero de ese año desconoció a Nicolás Maduro como presidente de Venezuela al aducir que se reeligió en 2018 en comicios ilegales.

Ya sin México, que mantuvo el reconocimiento a Maduro al igual que Cuba y Nicaragua y luego Argentina, el Grupo aceptó en 2019 al opositor venezolano Juan Guaidó como presidente interino. Uruguay se distanció de México y en 2020 reconoció a Guaidó.

La Cancillería mexicana, que reiteradamente negó que México esté aislado, asumió en 2020 la presidencia temporal de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), foro del que Brasil se salió este año y debilitado, en colapso y dividido por el efecto hemisférico del conflicto político en Venezuela.

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