Chignahuapan, Pue.— Desde el corazón de este Pueblo Mágico ubicado en el estado de Puebla, donde la tradición se hereda como un tesoro y el vidrio caliente se transforma en arte, nació una de las piezas más entrañables de esta temporada: una esfera con forma de ajolote. No es una esfera cualquiera, es Chigni, símbolo del orgullo local y del amor profundo de un pueblo por sus raíces.
Chigni, como lo bautizó el ayuntamiento de Chignahuapan, es hoy la mascota oficial del municipio. Curiosamente, su historia no comenzó en una oficina gubernamental, sino en el taller familiar de los Gasca Arroyo, donde las ideas toman forma entre destellos, calor y creatividad.
La chispa inicial vino de un proyecto escolar de la pequeña nieta de la familia. Su primer ajolote —hecho con materiales reciclados— se convirtió en inspiración para una pieza más compleja. Con el tiempo, aquel modelo tierno evolucionó y tomó vida mediante calor y vidrio soplado, convirtiéndose en una de las esferas más originales de la temporada.

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Para Chignahuapan el ajolote es más que un animal emblemático: es memoria, ciencia y herencia cultural. Desde la época prehispánica hasta la investigación biomédica actual, este pequeño anfibio ha sido motivo de admiración. También es un símbolo íntimo del pueblo: hace décadas, la presencia abundante de ajolotes en los lagos hizo que a los habitantes se les llamara así. Lo que antes sonaba a burla, hoy es una insignia de orgullo.
Por ello, cuando la familia Gasca decidió plasmar un ajolote en una esfera, no sólo creó una figura, sino un homenaje a su identidad.
Cuando el alcalde Juan Rivera lanzó la convocatoria para elegir a la mascota oficial, la familia Gasca presentó su diseño sin imaginar el impacto que tendría. La reacción fue inmediata: el presidente municipal quedó encantado.
Así, aquel ajolote esferoide nacido del ingenio infantil y la habilidad artesanal se convirtió en Chigni, el embajador digital de Chignahuapan. Un personaje que hoy promueve la cultura, el turismo y las tradiciones de una forma fresca y cercana a nuevas generaciones.
La historia de la familia Gasca es el corazón artesanal de Chignahuapan. Don Ángel aprendió el arte del vidrio inflado en los años 60, siendo apenas un niño, guiado por el maestro Rafael Méndez, pionero de la esfera local. Desde que pisó por primera vez un taller, supo que su vida estaría entre hornos, colores y fuego.
Con el tiempo, y junto a su esposa Arcelia, fundó un taller donde cada pieza refleja una mezcla única de destreza y pasión. Su lema: El arte hecho esfera e innovando la tradición, no es sólo una frase, es la filosofía que ha guiado su camino durante décadas.
Cada burbuja de vidrio que soplan es un recordatorio de que la tradición no está destinada a repetirse, sino a reinventarse. Por eso, cada año sorprenden a su clientela con nuevas figuras, diseños inesperados y piezas que viajan más lejos de lo que imaginaron algún día.
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“Lo que se puede hacer en esfera es infinito, cualquier figura se puede hacer. Nunca hemos dejado de innovar, y cada año le ofrecemos algo nuevo a nuestra clientela; el calor del taller y la decoración es lo máximo”, menciona el señor Ángel.
La creatividad de la familia Gasca ha cruzado fronteras: sus esferas han llegado al Vaticano, en Roma, a España y a Alemania.
“Hemos participado en eventos de Fitur federal en Europa, donde nos han llamado artistas. A nosotros nos consideran artesanos de la esfera, y nuestros mejores clientes son los europeos porque no regatean los precios de nuestro trabajo a comparación del latinoamericano”, menciona don Ángel.
El taller Gasca es un espacio donde el tiempo parece detenerse. Abierto todo el año, recibe a visitantes que desean contemplar de cerca la magia del vidrio soplado y descubrir cómo una simple gota incandescente puede convertirse en un objeto lleno de historia.
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