Tulancingo.-Lo tomamos de prisa, otras veces tranquilos; puede ser caliente, tibio, con azúcar o sin ella.

La siembra, cosecha y producción de café en muchas ocasiones es sinónimo de explotación, pero en las Adelitas es igual a mujer, a solidaridad y dignidad. Apenas amanece y hay que comenzar con el trabajo.

Monse y Agustina Morales como parte de su trabajo de extensionistas en la Secretaría de Agricultura entre el 2016 y 2018 entregaron medio millón de plantas para reactivar la cafeticultura en la zona Otomí, pero el programa desapareció con la llegada del gobierno obradorista y las mujeres contaban con café que no podían vender, ya que el acopio más cercano estaba en Pahuatlán Puebla.

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“Al recorrer las comunidades las productoras pedían que les compráramos el café, siempre me negué ya que no quería ser intermediaria”, señala Monse.

Ante la desesperación de las indígenas por vender su café decidió conformar el proyecto, aunque la pandemia en el 2019 le hizo cerrar su cafetería en Tulancingo, pero también le dio paso al nacimiento de las Adelitas.

Monse no compró el café, lo que hizo fue formar una colectiva de mujeres que en su mayoría contaban con entre una y tres hectáreas de cafetales. Hubo mucho trabajo antes de lograr un café ecológico de grado de exportación.

En las Adelitas se visibiliza y se nombra, por eso cada paquete de café lleva el nombre de la productora y en el momento en que cada una quiera tomar su camino son libres de volar.

Las Adelitas son lo mismo feministas que productoras y bordadoras. Pero son más que eso, son las mujeres que lograron quitar el estigma de que el café de Hidalgo no es de buena calidad y tan de buena calidad. Hoy en día, han traspasado las fronteras con un grano de exportación y alta especialidad, más de mil 200 kilogramos partieron en octubre a los Estados Unidos.

Las semillas del feminismo

Aunque en las Adelitas no hay ningún líder, lo cierto es que Monse Olvera lleva la batuta.

Ella nació en la Otomí Tepehua, en Tenango de Doria. Entre las montañas donde crece el café y su aroma en la molienda penetra cada rincón. Ahí la pobreza se ensaña por la falta de fuentes de empleo y las mujeres pocas veces tienen oportunidad de superarse.

En ese lugar rodeado de riqueza y pobreza, Monse vivió su infancia, quizá por ello la semilla del feminismo empezó a germinar, lo mismo que un grano de café.

Monse cuenta que logró estudiar negocios internacionales en Tulancingo y un diplomado en agronegocios, pero por falta de dinero no pudo acudir a Chapingo o a la Ciudad de México que era su sueño. Su formación universitaria le permitió lograr un empleo como extensionista rural y regresar a su tierra a donde nadie quería ir a trabajar.

“Yo pensé es mi oportunidad de regresar un poco de lo que me han dado”.

Desde los tres años Monse tenía entre sus manos los granos de café; ella es la tercera generación de cafeticultores; antes su abuelo y su padre sembraron, pero dice nunca conocieron más allá de la cereza.

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Bordando sueños

Agustina se encuentra en el beneficio junto con Monse y Zelzin Cruz. Ella es una pequeña productora y madre de tres hijos. Al igual que sus compañeras proviene de una comunidad pobre en Tenango de Doria, en Xajha y es la décima de 10 hijos, su pueblo dice está a dos horas de la cabecera municipal y para llegar a ella tienen que caminar una hora.

En el Xajha hay alrededor de 25 viviendas habitadas en su mayoría por mujeres, ya que los hombres tienen que migrar ante la pobreza. Ellas por su parte se dedican a bordar y a sembrar café.

Agustina soñaba con estudiar pedagogía, pero las condiciones no lo permitieron.

Con la siembra de café que realizaba su familia y en la que se empezó a trabajar luego de que su matrimonio no prosperó, pudo sostener a sus tres hijos; ayudada también por el pago que obtenía del corte que realizaba a los cafetales de la familia del actual alcalde, Erick Mendoza quien hace 10 años les pagaba un peso el kilogramo.

Agustina cuenta con una hectárea de terreno en donde siembra sus cafetales y se ayuda económicamente con el bordado que hace a los costales de las Adelitas. En cada bordado invierte hasta dos semanas de trabajo. Está convencida que de la pobreza se sale y en las Adelitas ha encontrado esa luz que dice la puede ayudar con sus sueño de una vida mejor para ella y su familia.

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Las Adelitas, su refugio

Zelzi Cruz, o Flor de Zempasuchitl en náhuatl, tiene 26 años de edad y su vida no ha sido fácil. Su niñez dice fue llena de carestía a veces la comida solo eran frijoles.

Entonces no sabía que las cosas se podían poner peor; eso lo supo años después. La vida transcurrió así entre la montaña junto a sus padres y su hermano, hasta que la tragedia asomó a su puerta con el suicidio de su hermano, hace nueve años.

Eso fracturó totalmente a su familia, su padre buscó refugio en el alcohol, mientras su madre vivía en depresión, hasta que finalmente se divorciaron y es su madre la que tiene que trabajar en el corte de café para salir adelante.

La vida comenzó a complicarse más y con ello las posibilidades de superarse y estudiar la carrera de físico matemáticas que un día pensó sería su futuro. Fue en ese tiempo que conoció a quien sería su pareja y con quien creyó formaría una familia lo cual no logró.

Lo que no tuvo en su núcleo familiar ni con su pareja, lo ha encontrado en las Adelitas. Ahí tiene el consuelo que buscaba y el trabajo que le da sustento a ella, su hijo y su madre y si bien no cuenta con tierra para cultivo si con muchas ganas de salir adelante.

Zelzi junto a sus compañeras selecciona el café, los mejores granos que se molerán y que llevarán la marca de las Adelitas. Un café que lleva más de una historia, cada grano es un poco de la vida de las mujeres Otomíes de esta región de Hidalgo.

Adelitas, historia de mujeres entre hilos y café
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¿Ya viste el lado de tu taza de café?

Lo personal es político, pero también lo que te tomas lo es. Desde lo que consumes es un acto político, la manera de consumir es lo que dice que haces por el planeta ¿de qué lado está tu taza de café por la mañana?

Es esa taza que explota, que invisibiliza, que hace esclavas a las productoras, ya que esa es la que ofrecen las grandes corporaciones. O del lado de las iniciativas que buscan el cuidado del medio ambiente y hacen visible el trabajo de todos.

En las Adelitas son 16 mujeres y quienes no tienen tierra entonces bordan, porque el producto además va en costales con Tenangos bordados a mano. También cuentan con un café con causa que es “La reserva de la montaña”, con la venta de cada caja se desarrollarán talleres para los niños, ya que lamenta Monse, el café es sinónimo de pobreza en las comunidades.

Para Monse y el resto de la colectiva las Adelitas son más que sólo tristeza o tragedia ; es lucha también alegría y superación. Las Adelitas Café es historia de mujer que se entreteje entre los colores del hilo del Tenango y los granos de café que se resbalan de las manos. En las Adelitas, la taza está del lado correcto con los 12 gramos que requiere, un buen café.

Adelitas, historia de mujeres entre hilos y café
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