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Washington.—
Judy Larson vivía en Michigan cuando todo cambió por completo. “Cuando tenía 10 años, un cura católico me violó”, cuenta.
Ahora, rozando los 70 años, es una de las miles de víctimas de los impunes abusos sexuales del clero en Estados Unidos.
Hace un par de años tuvo una revelación: “En enero de 2016, la más pequeña de mis nietas cumplió 10 años, y la pequeña Judy dentro de mí me dijo que tenía que protegerla. Eso me impulsó a empezar este viaje”, explica a EL UNIVERSAL vía correo electrónico.
Tardó casi seis décadas en denunciar su caso ante la arquidiócesis correspondiente, la cual consideró “creíble” su historia. Otras tres personas revelaron episodios parecidos con el mismo cura.
Desde entonces, Larson forma parte de la Survivors Network of those Abused by Priest (SNAP), una de las asociaciones más grandes e importantes de EU de seguimiento y denuncia de abusos sexuales por parte de miembros de la Iglesia. Ella es su vicepresidenta.
El incremento en la cantidad de revelaciones de casos como el suyo es para Larson una demostración de que algo cambia en la sociedad.
“Los supervivientes están encontrando sus voces y pidiendo un cambio en una cultura que permite a la gente con poder usar el acoso sexual y la violencia cultural para controlar a aquellos que tienen por debajo”, asegura.
Hace dos meses un gran jurado de Pennsylvania descubrió miles de víctimas de la Iglesia católica del estado, en una acción que abrió los ojos al país y levantó un escándalo que, en plena era de la conciencia del gran problema del acoso sexual en EU, no hizo más que despertar un vendaval de reacciones.
Desde entonces, una docena de estados han iniciado o se han comprometido a hacer pesquisas profundas para conocer la magnitud de la tragedia en su estado, y actuar en consecuencia para reparar a las víctimas y castigar a los culpables.
En el punto de mira, en el principal ojo del huracán, está la Iglesia católica. Larson no tiene reparos en criticar al papa Francisco, de quien dice que “no sabe dónde está parado” y es demasiado ambivalente en sus declaraciones.
“Todas sus palabras, plegarias, disculpas, acusaciones, rituales no hacen nada para proteger a un solo niño (...) Queremos ver acciones”, dice.
La lista de peticiones de Larson es amplia: despedir a obispos culpables y encubridores —“incluso a él mismo si entra en esta categoría”—, desclasificación de archivos secretos, investigaciones independientes y planes para proteger a supervivientes.
“El secretismo y el silencio son amigos del depredador. La luz y la información son las herramientas para aquellos que quieren estar seguros”, señala Larson y por eso insiste en que es necesario insistir en la denuncia, en la identificación y castigo. “Hasta que los depredadores estén identificados, niños y adultos vulnerables estarán en riesgo de comportamiento criminal”, advierte.
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