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San José.— Sólo un mes y tres días después de haber asumido la presidencia de México, Andrés Manuel López Obrador cumplió con su promesa: apegarse con rigurosidad a los principios constitucionales de no intervención en los asuntos internos de otros estados y de libre autodeterminación de los pueblos.
En una histórica y polémica acción que adoptó el 4 de enero pasado en Perú, México se separó del Grupo de Lima —foro hemisférico de consulta sobre Venezuela del que fue fundador en agosto de 2017— y se negó a desconocer al cuestionado presidente venezolano, Nicolás Maduro.
La decisión de ese día reafirmó la ruta de México. Tras seis meses del nuevo gobierno, el país pareció convertirse en un jugador alejado y distante, a veces aislado y a ratos sin protagonismo, frente a la mayoría de América Latina y el Caribe ante las profundas crisis políticas e institucionales en Venezuela, pero con posiciones divergentes sobre el conflicto que estremece a Nicaragua desde abril de 2018 y con una renovada lealtad a Cuba.
Las posiciones de México “son muy válidas”, dijo el venezolano Rafael Ramírez, exjerarca de Petróleos de Venezuela, excanciller y exembajador de Maduro en la Organización de las Naciones Unidas.
Ramírez vive exiliado en Europa, porque Maduro le acusó en 2017 de corrupción. México “puede jugar un rol muy importante como interlocutor por la paz de la región. El que toma medidas a favor de un bando o de otro, sencillamente se inhabilita como interlocutor para lo que debe ser una transición en paz hacia una oportunidad distinta”, declaró a EL UNIVERSAL.
La venezolana María Corina Machado, principal dirigente opositora en Venezuela, advirtió a este diario que “sólo el pueblo mexicano” puede lograr que el gobierno de López Obrador cambie su apego estricto a la doctrina Estrada, que desde 1930 rige la política exterior mexicana con sus principios constitucionales.
“Los únicos que van a lograr cambiar esa posición del gobierno federal son los mexicanos, que se ven en el espejo, en la cara y en el dolor de una nación destruida y devastada, como es Venezuela. Nosotros hace 20 años decíamos que esto [la aguda crisis socioeconómica y política] no nos iba a pasar, pero miren lo que es la Venezuela de hoy”, dijo.
En el caso venezolano, el opositor Juan Guaidó fue reconocido como presidente interino a partir del pasado 23 de enero por EU, Canadá, Costa Rica, Chile, Argentina, Brasil, Colombia, Perú, Ecuador, Guatemala, Honduras, Panamá, Paraguay, República Dominicana, Haití y Bahamas. Guyana y Santa Lucía se unieron el 4 de enero al Grupo de Lima y desconocieron a Maduro, aunque todavía sin reconocer a Guaidó. Jamaica sigue sin reconocer a Guaidó, pero se distanció de Maduro.
Las cuentas en América suman 19 que desconocieron a Maduro como gobernante. Son 13 —entre los que está México— que lo reconocen, aunque con mayoría del mundo caribeño anglosajón y de limitada influencia continental. López Obrador está en proceso de consolidar sus lazos con el gobierno comunista de Cuba. En este contexto, y en un guiño a la oposición nicaragüense con un hecho sin precedentes en casi seis meses de gestión López Obrador, la política exterior mexicana se apartó de la doctrina Estrada y el 21 de mayo anterior votó en la OEA a favor de una resolución que instó al gobierno nicaragüense a liberar a los prisioneros políticos y a respetar los derechos humanos.
Más allá de la crisis venezolana, México buscó un acercamiento con Guatemala, El Salvador y Honduras, que forman el Triángulo Norte de Centroamérica y son la fuente principal de la masiva migración irregular a EU. López Obrador promueve un multimillonario plan de desarrollo socioeconómico para esas tres naciones y el sur de México que persigue atacar las causas de la migración masiva a Estados Unidos.
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