“No hay mal que dure cien años ni cuerpo que los resista” pareciera ser el mejor refrán para explicar lo que ocurre con Venezuela y el régimen de Nicolás Maduro, que cada vez avanza más hacia su fin y, en donde un joven político aparece como esperanza del martirizado pueblo venezolano.

El surgimiento y empoderamiento de una figura política como Juan Guaidó ha revivido y fortalecido el papel de la oposición, siendo determinante en la reactivación del descontento social y la deserción de militares, aunque sean de mandos bajos. Este ingeniero industrial de 35 años nació en la Guaira y es sobreviviente de la “tragedia de Vargas”, cuando aludes provocados por torrenciales lluvias dejaron miles de muertos en diciembre de 1999. Tiene gran capacidad de generar consensos en los moderados y es respetado también por los radicales, al haberse formado en la política con la generación de universitarios que se opuso a Hugo Chávez con manifestaciones en 2007 y por sus denuncias de corrupción en la estatal petrolera PDVSA, mientras la producción de crudo de Venezuela colapsaba y la crisis en el país se agravaba.

Dispuesto a liderar la transición a la democracia, alegando que la Constitución lo faculta para llenar el vacío de poder que a su juicio hay en Venezuela, no sólo ha pedido respaldo a los militares, sino que ha desplegado la estrategia de los cabildos. Estos han sido una estrategia de comunicación con los diversos sectores sociales de la población, que como forma de deliberación activa es a la vez un acto de desafío político masivo y consumado perfectamente dentro de la ley.

Desde esos multitudinarios púlpitos populares, no sólo ha convocado a formar una gran fuerza popular, sino que ha instado a subir a los militares al tren del descontento y lograr que el grueso de ellos dejen de obedecer al gobierno. Sus mensajes han tenido notable incidencia, como se manifiesta en las grandes manifestaciones que el pasado lunes tuvieron un punto alto, pues unos 30 lugares de Caracas y sus cercanías registraron protestas, disturbios, bloqueos de calles y cacerolazos.

La situación estalló el pasado lunes luego de que 27 miembros de la Guardia Nacional Bolivariana robaron armas de guerra de un puesto militar en Petare (este de Caracas) y se atrincheraron en un cuartel del barrio Cotiza (norte), desde donde pidieron a los ciudadanos levantarse contra el gobierno de Nicolás Maduro. Allí fueron detenidos, a lo que continuaron unas decenas de protestas hasta el día martes.

Todo ello fue el preámbulo de la gran marcha del pasado miércoles 23 de enero, primer gran pulso en las calles luego de las manifestaciones que dejaron unos 125 muertos entre abril y julio de 2017 y que, convocada por el presidente de la Asamblea Nacional, abarrotó las calles y sentó todo un precedente de un antes y después del movimiento social a favor de la democracia. Y es que además de la importancia que tiene para la oposición la presencia de los miles de asistentes que inundaron el territorio venezolano y en el extranjero, el acto fundamental fue la autoproclamación de Juan Guaidó como presidente encargado, a lo cual reaccionó el gobierno estadounidense, que lo reconoció como el legítimo presidente, determinando a su vez una cascada de apoyo, por lo pronto de 13 países, pero que seguirá creciendo.

Ante este escenario político que además de dejar un segundo presidente y lamentablemente casi una treintena de muertos, ¿qué sigue para Venezuela? En lo inmediato se dibujan varios escenarios: por un lado, seguirá la correlación de fuerzas en donde las marchas mostrarán los verdaderos apoyos populares y, que por lo visto el miércoles, la oposición ya desbordó a las del oficialismo. Pero seguirá el choque de trenes. Un segundo factor que entra a jugar, es el papel del ejército y la fuerza armada nacional, que por lo pronto manifestó, a través de su ministro de Defensa, el apoyo a Nicolás Maduro, con lo cual, sin embargo, no se descartan nuevos amotinamientos militares, en particular de mandos bajos. Es una interrogante cuál será el accionar futuro del ejército.

Un tercer elemento es el efecto del apoyo internacional a la lucha de la oposición que encabeza Guaidó y el reconocimiento de éste como presidente legítimo por parte del grueso de los países de la región —menos México y Uruguay— que desconocen a Maduro, quien sólo tiene a nueve países a su favor.

Pese a lo ocurrido, el presidente de la Asamblea Nacional no ha logrado un apoyo explícito de la Unión Europea como bloque, pero sí de varios líderes conservadores. No olvidemos que la UE ha insistido en la necesidad de una salida negociada. Papel central jugará Estados Unidos, que desde ya rechaza cualquier autoridad de Maduro y que aprovechará esta coyuntura para presionar el cambio y obtener, en principio, beneficios políticos tan necesarios para Trump en estos momentos.

Un último escenario tiene que ver con la reacción que adopte Nicolás Maduro, que por lo pronto ha pedido la salida de los funcionarios estadounidenses del país, a quienes considera alentadores de un golpe de Estado, a la vez que el Tribunal Supremo de Justicia ordenó el miércoles a la fiscalía investigar penalmente a los integrantes del Parlamento, al acusarlo de usurpar las funciones de Maduro. Persistirá el caos institucional ahora con dos presidentes, dos Tribunales Supremos de Justicia —uno en el exilio que oficia en Bogotá— y dos legislativos —la Asamblea Nacional, considerada en desacato, y la Constituyente actual—.

Todo parece indicar que el fin de Maduro está cerca, sólo queda esperar que las partes en conflicto dentro y fuera de Venezuela tengan la suficiente serenidad política y control social para que este anhelado cambio no llene de sangre ese camino.

Investigador del Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe de la UNAM

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