Los presidentes de México y Colombia, Andrés Manuel López Obrador y Gustavo Petro, se reunieron el viernes y sábado en Bogotá para marcar un “nuevo rumbo” en la lucha antidrogas.

Al final de su encuentro, que busca sumar a más países latinoamericanos en una nueva estrategia que marque, ahora sí, el fin de la fallida “guerra contra las drogas” que, a decir de Petro, sólo ha sido la causa de un “genocidio”, sin poner fin al problema, López Obrador y su par colombiano firmaron una “hoja de ruta”.

El documento no dice una sola palabra sobre el aumento de cultivos de hoja de coca; tampoco habla del dominio de los cárteles mexicanos en el negocio a nivel mundial, o de sus alianzas, o de la violencia que ha provocado en países como Ecuador, menos de la corrupción que ha hecho posible que los cárteles sigan haciendo negocios millonarios que han expandido también a la migración e incluso a los cultivos de campesinos locales.

Tanto Petro como López Obrador apostaron a las críticas al país destinatario de las drogas. Sin consumo, los cárteles no podrían tener éxito. Es cierto, cualquier combate al narcotráfico que no toque también la arista del consumo está destinada al fracaso.

Pero resulta casi cínico que López Obrador y Petro ahora encabecen una lucha contra el tráfico de drogas, cuando en México los cárteles se han vuelto todopoderosos, el gobierno ha tenido que ceder a la captura de Ovidio Guzmán para evitar “un baño de sangre” y funcionarios de seguridad nacional de Estados Unidos, o incluso el secretario de Estado, Antony Blinken, recalcan que los cárteles ocupan parte del territorio mexicano.

Carreteras tomadas, desaparecidos, ajustes de cuentas, ataques con drones, escenarios de guerra se viven en un país donde los cárteles mandan y los ciudadanos viven con miedo.

Si se trata de Colombia, la situación no es mucho mejor. En su discurso, Petro aludió a los “narcoestados”, los narcogobiernos, en un momento en que su propia administración está en el ojo del huracán, tras la confesión de su hijo Nicolás de que aceptó dinero del narco y que esos recursos entraron a la campaña del actual mandatario. Eso sí, sin que éste lo supiera, se encargó de aclarar el acusado.

El historial de campañas presidenciales financiadas por el narco genera, por lo menos, dudas sobre si Petro sabía o no de dónde venían los recursos para su campaña. Más cuando a lo largo de la misma subrayó una y otra vez que permanecían vigilantes para evitar que entrara “dinero sucio”, porque él no era “como los demás mandatarios”.

Sin autocrítica alguna, las declaraciones y hojas de ruta de este tipo no son sino pura retórica en momentos en que se necesita de acción urgente, frente a la violencia que no sólo sacude a México, o a Colombia, sino que golpea y alcanza a otros países de la región de las cárceles a las calles.

Pero los líderes prefieren mirar a otro lado, a los adictos, a China por ser de donde vienen los precursores del fentanilo, a quien sea, con tal de aventar la bolita y evadir la responsabilidad.

No importa que campesinos colombianos y mexicanos estén padeciendo a los cárteles, obligados a trabajar para ellos o a pagarles derecho de piso, o que Colombia y México sean también las rutas clave del otro gran negocio del narco: los migrantes. Petro quiere centrar esfuerzos en atrapar a los grandes narcos, pese a que también ha demostrado ser una estrategia fallida, cuyo único resultado ha sido la separación de grupos y el surgimiento de nuevas bandas delictivas, como ha quedado más que demostrado en México. Mientras miles mueren, el comal le dice a la olla.

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