San José.- A los chilenos jamás se les olvidará la cadena de omisiones y de errores de comunicación de alerta temprana y urgente en las horas de confusión y dolor luego de que su país sufrió, el 27 de febrero de 2010, su segundo terremoto más fuerte desde 1960 y el octavo más potente en la historia de la humanidad.

El fenómeno, de 8.8 en la escala de magnitud, sacudió a Chile a las 3 horas, 34 minutos y ocho segundos, liberó una energía de unas 800 mil bombas atómicas como la que Estados Unidos detonó en 1945 en la ciudad japonesa de Hiroshima y dejó 525 fallecidos, unos 2 millones de damnificados y una conmoción interna generalizada.

Sobre los escoEquipos de rescate buscan a sobrevivientes tras el sismo en Chile, el 1 de marzo de 2010. El fenómeno sacudió al país a las 3 horas, 34 minutos y ocho segundos.mbros del sismo, con un epicentro en el mar frente a la costa del sector central de Chile en un área de unos 13 millones de los 17 millones de habitantes de entonces en esa nación, emergió un alud de reclamos y dudas sobre la respuesta de los aparatos militares y civiles chilenos de monitoreo: nadie activó las alarmas de tsunami o de maremoto.

Al cumplirse 10 años de la calamidad el próximo jueves, nadie tampoco olvidará que, aunque la entonces presidenta de Chile, Michelle Bachelet, decretó estado de catástrofe, lanzó llamados a la calma y, víctima de la secuencia de fallos en las instancias que debieron avisar de peligros inminentes, descartó la posibilidad de tsunami. Los yerros de esa fecha desconocieron el impacto global del terremoto, que inclinó el eje terrestre en 2.7 milisegundos de arco y, a partir de esa madrugada, cada día comenzó a ser más corto en la Tierra en 1.26 microsegundos.

La realidad mostró que, en los primeros minutos posteriores al movimiento y pese al clamor gubernamental de tranquilidad y al silencio de las redes de alerta, un maremoto se abalanzó sobre el archipiélago chileno de Juan Fernández y las costas de territorio continental de Chile en el área del terremoto, con su secuela de muerte y destrucción.

“La gente se confió”, narró la costarricense Elena Blando, residente en Chile desde 2009. Bachelet “repitió lo que le dijeron y fue un desastre”, recordó a EL UNIVERSAL.

A 10 años del terremoto de magnitud 8.8 en Chile
A 10 años del terremoto de magnitud 8.8 en Chile

Transcurridos 20 años del siglo XXI, las 10 más graves sacudidas de tierra ocurrieron en El Salvador, con dos en 2001, Perú en 2007, Costa Rica en 2009 y 2012, Chile y Haití en 2010, Ecuador en 2016 y México, con dos en 2017, con un balance total aproximado de 320 mil muertos y 6.5 millones de damnificados, según registros oficiales actualizados.

“América Latina y el Caribe están expuestas a los desastres y al cambio climático”, que generan oleadas migratorias, con “altos grados de vulnerabilidad” en infraestructura y persistente desigualdad social, dijo Pablo Escribano, especialista de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).

Al reconocer “avances”, Escribano indicó que “falta más trabajo preventivo” con las poblaciones americanas, para reforzar la preparación más que sólo la tarea reactiva.

Prevención

América Latina y el Caribe adoptaron medidas de contingencia, pero sin desatarse de los desaciertos del pasado que siempre costaron gran número de vidas humanas. La Oficina de Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres (UNDRR) planteó que, aparte de impulsar nuevas y costosas infraestructuras, existe la necesidad de reacondicionar las más antiguas y más frágiles, como viviendas, edificios, , hospitales y fuentes de abastecimiento de agua.

“La región aprende” en su capacidad de adaptarse a eventos naturales, admitió el peruano Raúl Salazar, jefe de la oficina de la UNDRR para las Américas y el Caribe, al mencionar que México creó una alerta temprana para prevenir de la inminencia de un terremoto, bajo ciertos rangos y con casi un minuto de preaviso. “Hay avances y todavía brechas por cubrir” para reducir pérdidas humanas y económicas, adujo.

“En 15 de los 35 países de América hay marcos legislativos y de gobernanza para reducir el riesgo de desastres de manera comprensiva: de enfocarlos como atención de emergencias a abordar factores que generan la vulnerabilidad”, como inversión en infraestructura, calidad de construcción de edificios, casas y obras públicas, rediseño de ciudades y carreteras o condición de suelos, puntualizó. “La amenaza natural siempre ha estado ahí”, aclaró, al advertir: “Los desastres no son naturales. Se generan por los procesos de crecimiento y de orientación del desarrollo que son los que construyen la vulnerabilidad”.

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