Es una violación al principio de autonomía del Poder Judicial —dijo el Juez idealista.

Se refería por supuesto a la iniciativa del Poder Legislativo de disminuir los sueldos de los jueces del país, iniciativa que discutía la opinión pública con viveza.

—Y no lo permitiremos —sentenció. —No por el dinero en sí, que no es acá la prioridad, sino por la violación a ese principio sagrado de autonomía.

—Seamos justos— dijo entonces el Juez realista.

En un receso de la Suprema Corte, caminaban por un amplio pasillo de piso de mármol blanco, ambos en togas negras.

—¿Es decir?— le preguntó el juez idealista.

—Digo que si somos justos, existe otra forma de verlo: la democracia es un sistema de contrapesos: según eso, los legisladores pueden emitir leyes que acoten a los otros dos poderes y los jueces podemos emitir juicios que acoten a los otros dos poderes.

—¿Precedentes? —preguntó el Juez idealista, irritado. —¿Cuándo hemos acotado nosotros a los otros dos poderes?

—Nunca –admitió el segundo juez. —Nunca en la Historia del país hemos contradicho la voluntad de un presidente. Al contrario, varias veces nos hemos plegado a la presión del presidente en turno, para nuestro público desdoro. Pero coincidamos que eso no es una virtud, es uno de nuestros defectos. No el único, desde luego.

El juez idealista abrió las dos hojas de una ventana y prendió un cigarro. Echando humo al hablar preguntó, casi a pesar suyo:

—¿Cuáles son nuestros otros defectos, señor juez? Si vamos a hablar de las cosas como son, hablemos de las cosas como son.

—La Justicia es cara— dijo el juez realista. —La hemos llenado de trámites engorrosos que cobramos a quién pide justicia. De ahí que la mitad pobre del país no pueda usar nuestros servicios. Y hay que agregar a ello los costos ilegales: los dineros que piden y reciben muchos colegas por torcer la Ley.

—Ya— dijo el juez idealista. —Es lo feo de la realidad, sus feas imperfecciones.

—Otro defecto real del Poder Judicial es la ineptitud. Solo 2% de los delitos cometidos en el país llega a juicio.

—Ya— Volvió a decir el juez idealista, echando humo. —¿Algo más?

—Sí, algo más: otro defecto, no menor, es el sexismo.

—¡Eso es falso! —explotó el juez idealista.

—Hay solo dos juezas entre los once jueces supremos.

—¡Entonces es irrelevante!

—Según te parece a ti.

—¿Sigues haciendo el amor con esa feminista? —encaró el juez idealista al juez realista.

El juez realista no contestó, pero se sonrojó, vivamente.

—El sexismo lo atenderemos el siglo que viene —murmuró el juez idealista, apaciguándose. —¿Ergo, mi estimado juez realis ta: tu dictamen?

—Ergo, este es mi dictamen. En contraste con el tamaño de nuestros sueldos, esos cinco defectos son gigantescos. El costo desorbitado de la Justicia. La ineptitud. La corrupción. Y la sumisión histórica al Poder Ejecutivo.

—Ya. Son cuatro defectos, te digo que dejes a un lado el sexismo.

—Yo digo que esta vez dejemos a un lado el idealismo y seamos realistas. De abrir el público la caja de Pandora llamada Poder Judicial, lo que de inmediato aparecería son estos cuatro defectos gigantescos. No dudo que a su vista, más de uno piense que lo necesario es despedirnos a todos los jueces y refundar el Poder Judicial.

Al Juez idealista se le enarcaron las cejas. Quiso bajarlas, no pudo. Apagó en el quicio de la ventana el cigarro. Y lanzó luego la colilla, que cayó tres pisos abajo, en la calle.

La semana siguiente, el Juez idealista, todavía con las cejas enarcadas, presentó a los medios la resolución del juicio de la Suprema Corte de Justicia sobre sí misma.

—Nos bajaremos los sueldos —dijo al micrófono, indignado—, un 10%, no porque los legisladores lo exigen, sino por propia convicción, para participar en la así llamada Cuarta Transformación del país.

Forzó una sonrisa antes de concluir:

—Y hoy no aceptamos preguntas.

Treinta manos se alzaron sin embargo entre los periodistas para pedir la palabra. El juez supremo se puso en pie y dejó tras de sí a la prensa y sus preguntas —y sus flashazos—, mientras sus cejas por fin regresaban a su sitio de placidez.

Fue así que los jueces y los legisladores volvieron a amistarse. En cuanto a la Caja de Pandora llamada Poder Judicial, quedó cerrada por otro siglo.

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