“Estamos en una situación de emergencia.” Así de contundente fue la advertencia de la ambientalista Julia Carabias durante la tercera edición de Un día por los mares, celebrada en el Centro Cultural Bella Época, en la . “Los océanos cubren el 70% de la superficie terrestre y de ninguna manera lo tenemos presente en los procesos de planeación del desarrollo de nuestro país… ni en nuestra vida cotidiana”, alertó la también exsecretaria de . “Todavía hay solución, estamos a tiempo de poder hacer un viraje de timón”.

El evento reunió a representantes de organizaciones civiles, fundaciones, empresas y científicos, en un espacio diseñado para catalizar alianzas y promover nuevas formas de colaboración. “Lo más importante —señaló Catalina López, directora de iniciativas ambientales del Instituto de las Américas— es reunir a personas que a lo mejor no estamos de acuerdo en todo, pero sí en la meta final: restaurar los ecosistemas, la biodiversidad marina y costera, y generar bienestar en las comunidades”. Para lograrlo, dijo, es necesario “romper el paradigma y hacer las cosas de manera distinta, priorizando la colaboración, la transparencia y la inclusión de actores que históricamente no han estado en estos procesos”.

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Los mares, una riqueza estratégica

Los océanos que rodean a México no solo albergan una riqueza biológica excepcional —desde manglares hasta arrecifes de coral—, también sostienen la vida de millones de personas. Las zonas costeras generan el 40% del PIB nacional y son el sustento de casi la mitad de la población mexicana. La pesca, el turismo y los servicios dependen directamente de la salud de los ecosistemas marinos.

Pero no todo es extractivo: los mares protegen a las comunidades costeras frente a huracanes y erosión, y son depositarios de valores culturales y conocimientos tradicionales. En muchas regiones, la vida cotidiana, la gastronomía y la identidad están íntimamente ligadas al mar. Catalina López, directora del Programa Marino del Instituto de las Américas, lo resumió así: “La conservación también es mantener viva esa relación cultural y emocional con el océano”.

Además, conservar el océano significa mantener sus funciones vitales: la producción de oxígeno, la captura de carbono, la regulación climática. Ecosistemas como los manglares y los pastos marinos son sumideros naturales que ayudan a mitigar el calentamiento global. “La biodiversidad marina es clave para nuestra resiliencia climática”, coincidieron varios ponentes. Sin embargo, muchos de estos ecosistemas están degradados, fragmentados o amenazados por actividades humanas.

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Colaboraciones con resultados

Uno de los logros más destacados fue la creación del Área Natural Protegida Bajos del Norte, decretada en enero de 2024. Según Renata Terrazas, directora ejecutiva de Oceana en México, esto se logró gracias al trabajo conjunto entre pescadores artesanales, académicos y pescadores industriales. “La ciencia nos ayudó a identificar zonas prioritarias para la biodiversidad y para especies de interés pesquero. Eso fue fundamental para subir a bordo a las y los pescadores”, explicó.

Otro ejemplo citado fue el de El Manglito, en La Paz, Baja California Sur, donde la restauración ambiental se combinó con la reconstrucción del tejido social. Eduardo Rolón, director general de Causa Natura, destacó también el plan de manejo de Loreto, el caso emblemático de Cabo Pulmo, la Alianza Canacay —que promueve una red de refugios pesqueros— y la Plataforma del Golfo de California, un espacio de cooperación de largo aliento. “La continuidad y la confianza son claves”, afirmó.

Estas iniciativas muestran que cuando se alinean ciencia, voluntad política y participación comunitaria, los resultados pueden ser tangibles. “Ya no hay futuro de proteger el medio ambiente, ni en el mar ni en la tierra, sin las comunidades. No existe eso”, enfatizó Terrazas. Y ese futuro —coincidieron varios ponentes— pasa también por integrar a las nuevas generaciones, no solo como beneficiarias sino como protagonistas. Para Catalina López, el gran reto es “dar espacio a las nuevas voces y a las comunidades que históricamente no han sido parte del proceso de conservación”.

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Estado, ciencia y comunidades

A lo largo del evento, quedó claro que ningún actor puede avanzar solo. “Necesitamos decisiones del gobierno. Necesitamos decisiones de Estado. Sin eso, estamos fritos”, advirtió Terrazas. El Estado —coincidieron— tiene el mandato, la capacidad normativa y los recursos para generar condiciones de cambio a escala nacional. Y la sociedad civil, por su parte, aporta conocimiento local, innovación y vigilancia.

Los participantes coincidieron en que la colaboración multisectorial enfrenta retos importantes: falta de financiamiento, inseguridad en algunos territorios y resistencia a la transparencia. Pese a los desafíos, dijeron, es momento de cambiar el enfoque. “Las batallas no son cortas y los fracasos son muchos, pero como dicen por ahí, tenemos que estar muy tercos y estar ahí”, resumió Rolón. La conservación marina debe construirse como una propuesta de justicia y bienestar. “Que el beneficio último, no el costo, sino el beneficio, caiga en las comunidades”, propuso Terrazas.

En entrevista, Julia Carabias dijo: “Los resultados de estos diálogos tienen que permear a la política pública y a la ciudadanía en general, porque ambos se necesitan mutuamente”. Frente a la inercia de décadas, queda la posibilidad de un viraje. “No es un camino fácil, pero sí es posible”, dijo.

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