Washington.— Donald Trump sustituirá a un ícono del feminismo progresista por una mujer profundamente conservadora, ultracatólica y antiabortista.

Sin dar lugar a la sorpresa y cumpliendo todas las expectativas y apuestas que circulaban por las esferas políticas de Washing- ton, está previsto que el presidente de Estados Unidos anuncie esta tarde que Amy Coney Barrett, de 48 años, es su elegida para la vacante en la Corte Suprema, tras la muerte, hace una semana, de Ruth Bader Ginsburg.

Trump, incumpliendo el último deseo de Ginsburg de dejar al ganador de las elecciones de noviembre la decisión de buscarle un reemplazo, no dejó pasar ni un segundo tras el fin de los actos de responso, despedida y homenaje de una figura totémica de la historia reciente del país.

El mandatario, a seis semanas de jugarse la reelección, necesitaba anotarse el triunfo mayúsculo de rellenar el Supremo con una figura conservadora que sesgue todavía más las decisiones del alto tribunal.

A pesar de que la Casa Blanca insistía en que había cinco mujeres en la lista de los posibles candidatos, Barrett era la única que realmente se había tomado en consideración.

Ya estaba entre los finalistas en la última elección que hizo, y ahora no tenía casi rival. De hecho, es la única que se ha entrevistado con el presidente Trump por el puesto.

“No he dicho que sea ella, pero es fantástica”, se limitó a decir Trump ayer, una vez que ya se había filtrado el nombre.

Y es que Barrett cumple todos los requisitos que el presidente y los republicanos buscaban: una mujer joven de ideología muy conservadora y fuertes convicciones religiosas, con una lectura estricta del texto de la Constitución.

Ponerla en el alto tribunal antes de las elecciones, una de las obsesiones de la Casa Blanca, será una carrera a toda velocidad.

Quedan sólo 38 días para las elecciones presidenciales y tanto Trump como los congresistas conservadores han prometido que acelerarán todo lo que sea necesario para hacerlo posible antes de los comicios, esperando que sea un impulso en las urnas.

Aunque para ello hayan tenido que estar toda la semana haciendo maniobras de escapismo de sus declaraciones de 2016, cuando bloquearon una nominación al Supremo de Barack Obama en su último año de mandato alegando que no era lo adecuado en campaña electoral.

Cuatro años después, en la misma situación, todo ha cambiado de color y es totalmente válido hacerlo.

El proceso de confirmación en el Senado no debería tener obstáculos gracias al control republicano de la cámara, pero no estará exento de polémica. Hace tres años ya pasó por un proceso similar para el cargo que ostenta ahora —magistrada en una corte de apelaciones—, donde se hizo hincapié en el sesgo que sus creencias religiosas podrían tener en sus decisiones judiciales.

En ese momento salió a la luz otro elemento que promete ser espinoso: varios reportes aseguran que forma parte de la comunidad ultrarreligiosa People of Praise, sociedad que algunos exmiembros han calificado de secta y donde domina un patriarcado feroz y la sumisión a los maridos. Un grupo que, se insinúa, inspiró a la canadiense Margaret Atwood para crear la distópica novela El cuento de la criada.

La elección de Barrett tiene una clara lectura electoral, como enganche para el sector más religioso que Trump no puede permitirse perder, especialmente en estados bisagra del cinturón industrial. Pero también es un triunfo mayúsculo para los conservadores religiosos por su componente ideológico y las reformas sociales que puede suponer.

El proceso de confirmación de Barrett servirá para consolidar en el debate electoral la transformación del sistema judicial que ha llevado a cabo Trump con la connivencia del Senado, controlado por los republicanos, e impondrá en la sociedad el debate sobre la legalidad del aborto, asumiendo que la llegada de la jurista al Supremo es un paso para la fulminación de ese derecho.

Sus decisiones judiciales pasadas también pueden inclinar la balanza hacia posiciones más conservadoras en el control y posesión de armas, y más duras con las leyes migratorias.

Si Trump se sale con la suya, y no hay indicios de que vaya a suceder lo contrario, habrá ubicado a tres juristas jóvenes y ultraconservadores en el Supremo en su primer mandato; desde Herbert Hoover (1929-1933) ningún presidente había puesto a tantos jueces.

Gane o pierda el 3 de noviembre próximo, Donald Trump dejará una huella imborrable en el país, consolidando para las próximas décadas el desequilibrio conservador del más alto tribunal de Estados Unidos.

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