Todos los días abrimos los periódicos, damos un vistazo a las redes sociales y siempre encontramos algún caso que causó indignación por la violencia ejercida contra alguna mujer en alguna parte del mundo.

Los sucesos tienen mucho en común y el lugar y el nombre de las víctimas pueden incluso intercambiarse. Las reacciones respecto a los calificativos que merece el agresor y los que apuntan hacia la víctima —a la que casi siempre le asignan algo de culpa—, son también similares.

Hay una constante en el tipo de conductas; lo que varía es el número de sucesos y la gravedad de los hechos. ¿Por qué se repite el patrón, independientemente de la región geográfica en que el caso se presente?

Una primera conclusión nos lleva a afirmar que no hemos logrado desmontar los patrones patriarcales a pesar de los esfuerzos institucionales y no institucionales desplegados en las últimas décadas.

El problema está en que sigue habiendo personas que consideran a la mujer un objeto susceptible de apropiación, de pertenencia, del que pueden disponer, al que pueden tocar, afectar, ocupar, dañar, menoscabar, abusar, vejar. Hasta parecería que existiera el “derecho” a someter, subyugar, controlar, y sustituir su voluntad.

De ahí se derivan prácticas como el acoso, el abuso sexual, la tortura, la trata de personas, la violación o el feminicidio.

Ese “derecho” no sólo no existe, sino que, por el contrario, lo que hay son deberes correlativos de derechos de las mujeres como: que se respete su vida y su integridad física, síquica y social; el derecho a ser valoradas y a no ser educadas sobre prácticas sociales y culturales basadas en conceptos de inferioridad y subordinación. (Convención Belem do Pará, 1994)

No hay, en consecuencia, ningún “derecho” del hombre sobre la mujer. Sólo hay deberes que derivan de una relación de plena igualdad entre personas con la misma dignidad humana. En otro tiempo, el derecho llegó a plasmar relaciones de supra subordinación entre mujeres y hombres que ya fueron formalmente suprimidas en casi todos los ordenamientos jurídicos. A nivel mundial este proceso inició desde 1975 cuando se celebró en nuestro país el Año internacional de la Mujer. En encuentros posteriores: Nairobi, Copenhague, Beijing y Beijing+20, se han revisado los avances, estancamientos, retrocesos y, asimismo, fijado los nuevos retos.

La apuesta mayor se hace al cambio de patrones a través de la educación, formal e informal, y a la incidencia desde la niñez y la adolescencia. Con ello se busca un cambio generacional paulatino con transformación desde las propias conciencias.

La otra apuesta está en el Derecho y su poder sancionador y coactivo. Aquí se encuentra, al menos en nuestro país, una de las grandes fallas que no van a corregirse con el nuevo sistema penal, si no cambia la mentalidad de los operadores jurídicos, desde el policía hasta el juez. Se ha detectado que en toda la cadena subsisten prejuicios y estereotipos que llevan a disculpar al agresor —o justificar su conducta— y a priori culpar a la víctima. En muchas ocasiones se está lejos de la sanción y más aún de la reparación del daño.

La falta de confianza en las instancias de procuración de justicia, aunada al desconocimiento de los canales de denuncia, hacen que muchas víctimas no se acerquen a las instituciones competentes y mantengan la situación de violencia durante largo tiempo, en el caso de la violencia intrafamiliar, o se resignen a vivir con miedo, tratándose de agresiones en el espacio público.

Hasta ahora se ha trabajado con mujeres para hacerlas conscientes de su vulnerabilidad y que puedan iniciar un paulatino proceso de empoderamiento. Esto, para evitar que vean como “normales” conductas violentas tanto en el espacio privado como en el público.

En algún tiempo se pensó que las mujeres estábamos seguras en casa. Esto no es así. La violencia intrafamiliar ha ido en aumento y también afecta a las niñas, adolescentes o adultas mayores. Violencias diferenciadas, pero violencias al fin y al cabo.

El perpetrador de violencia puede dormir al lado o ser un desconocido. Ambos creen tener derechos que no tienen. Hasta 1994 se negaba la violación entre cónyuges; 11 años después cambió el criterio de la SCJN.

Por la mayor fuerza física, siempre se relaciona la violencia con los golpes, pero la sicológica también anula la autoestima de las mujeres, las degrada. La dependencia económica también puede provocar, la mayoría de las veces, control y sumisión, de ahí que sea importante encontrar vías para contrarrestar situaciones económicas desfavorables.

Por lo que se refiere al espacio público, el emblemático caso de las mujeres que fueron asesinadas en Ciudad Juárez mostró la vulnerabilidad en espacios solitarios o poco iluminados. En contraste, hay sucesos que se presentan a plena luz del día o, como en los acontecimientos recientes, en taxis con plataformas digitales que al fijar la ruta y posible identificación de los conductores, garantizarían, en principio, la seguridad de la usuaria. El punto entonces pareciera que no es el lugar, sino la conducta del agresor que no encuentra freno.

En la Ciudad de México, por ejemplo, a pesar del acompañamiento masivo en el Metro o en el Metrobús y de todas las miradas circundantes, hay mujeres que sufren tocamientos, abusos y vejaciones a diario. Si hay denuncias, el aparato institucional se encarga de disuadir a la víctima con el cuestionamiento del personal de la barandilla (hombres o mujeres) de si está diciendo la verdad.

Hasta ahora, la mayor parte de los cursos y capacitaciones relacionadas con violencia de género son impartidas por mujeres y asisten también mujeres en mayor número; rara vez los hombres acuden al llamado y, cuando así sucede, algunos se colocan a la defensiva o asumen los agravios históricos como propios.

Por esa razón, ONU Mujeres propuso el He for she a nivel mundial. Actuar sin confrontación y con complementación. El tema debe ser abordado por todas y todos con la comprensión cabal de la magnitud del problema y las ventajas que traerá consigo vivir en una sociedad igualitaria en la que se respete la dignidad humana sin distinción en razón de sexo. El objetivo, aunque remoto, es alcanzable. La vida, la salud y la integridad de muchas mujeres es hoy lo que está de por medio.

Directora de Derechos Humanos de la SCJN @leticia_bonifaz

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