Washington.— Joseph Robinette Biden Jr debe pensar que a la tercera va la vencida. Tres décadas después de su primer intento (frustrado) de llegar a la Casa Blanca, Joe Biden se presenta a las elecciones presidenciales como el líder en las encuestas, índices de popularidad altísimos (en parte gracias al legado de la memoria que todavía queda del mandato que compartió con Barack Obama) y confianza extrema en que, esta vez sí, podrá ser el nominado de su partido y acabar con el régimen de Donald Trump.

Estar en una posición tan predominante lo ha situado a la defensiva y es consciente de ello. Biden es el primero en las encuestas (tanto en las primarias demócratas como en las generales contra Trump), pero es el segundo más viejo en la carrera (sólo por detrás del senador socialista Bernie Sanders). Su edad es, sin duda, uno de sus puntos más débiles —cumple 77 años en noviembre—.

Conseguir la coalición suficiente para alzarse con la nominación demócrata será la principal tarea. Biden es todo lo opuesto de lo que parece que quiere el partido: más juventud, más progresismo, más mujeres, más diversidad; él es un hombre blanco, moderado y viejo. En un intento por paliarlo, contrató a Symone Sanders como asesora: una afroestadounidense que, en 2016, fue jefa de campaña del socialista Bernie Sanders.

El ala más progresista lo atacará por ser demasiado moderado y de la vieja guardia, amable y abierto a los republicanos (sus palabras amables al vicepresidente Mike Pence levantaron grandes críticas, y según The Washington Examiner, la familia McCain le va a dar apoyo desde el minuto uno). La bandera de Obama y su legado, y la apelación a sus instintos de defensor de la clase media no se auguran suficientes. Nadie olvida las rémoras de su pasado. La experiencia de 36 años en el Senado y dos mandatos como vicepresidente le dan un historial sin precedentes para un cargo para el que casi no tendría que ser entrenado. Pero, a su vez, le genera una carga.

Si bien es cierto que durante su carrera ha caminado hacia políticas progresistas (su amor por los sindicatos, recíproco, es bien conocido y fue crucial para el matrimonio homosexual), nadie olvida algunas de sus acciones de más controversia.

Biden lleva meses pidiendo perdón por acciones de su pasado. Ya se ha arrepentido de su apoyo a la legislación criminal que atacó principalmente a minorías, de su voto a favor de la guerra de Irak; ha sido atacado por no defender la desegregación racial en las escuelas del país hace casi medio siglo.

El más reiterado, que apareció antes de la oficialización de la campaña, son las acusaciones de gestos excesivos e inadecuados con mujeres, algo especialmente dañino en la era del #MeToo. A pesar de haber sido un defensor e impulsor de la lucha contra el acoso y abuso sexual, aún le recuerdan su mal manejo de las audiencias sobre un posible acoso sexual del ahora juez del Supremo Clarence Thomas, el famoso caso Anita Hill.

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