Knokke Heist, Bélgica

La holandesa Terese van Lare de Kaestecker mira incrédula a los dos agentes belgas que resguardan el cruce fronterizo entre Bélgica y Holanda más cercano a las aguas del Mar del Norte.

“En los 71 años que llevo vivien- do aquí, nunca había experimentado una situación en la que no me permiten pasar al lado belga, ¡es verdaderamente increíble!”, dice a EL UNIVERSAL la veterana atleta, considerada en la región de Flandes Zelandés leyenda del deporte por sus actuaciones en maratones y triatlones.

Mientras acaricia a Ota, a quien se refiere como un “desatendido perro español”, recuerda que tras la Segunda Guerra Mundial hubo aquí la presencia de agentes aduanales, pero su función no era prohibir el cruce, como ahora, sino evitar el tráfico ilícito, esencialmente de mantequilla holandesa. En los años 50 y 60, era el producto de contrabando más rentable.

“Pero eso fue hace mucho tiempo”, apunta Terese, quien como parte de su rutina deportiva acostumbraba cruzar la frontera sin siquiera percatarse que entraba o salía de un país. Ahora los cruces están interrumpidos por contenedores, cercas metálicas y policías en moto que patrullan todos los puntos.

Bélgica decidió prohibir los desplazamientos fronterizos no esenciales a partir del 18 de marzo, cuando siguió el modelo italiano y español de absoluto confinamiento para contener la expansión de coronavirus (Covid-19).

La autoridad consideró que mantener las fronteras abiertas hubiera dificultado el cumplimiento del decreto a quedarse en casa, pues Holanda optó por un modelo de confinamiento mucho más flexible. El premier Mark Rutte llamó, mas no forzó a la población, a quedarse en el hogar y cerró únicamente los negocios que invitaban a la convivencia social, como bares, cafés, restaurantes, teatros y cines.

Las perfumerías, zapaterías y tiendas de ropa continuaron abiertas en Holanda, lo que resultaba muy tentador para los vecinos belgas, según el cálculo de las autoridades de ese país. El cruce indebido está penalizado con multa de 250 euros.

La inédita suspensión de la libre circulación de personas provocada por la pandemia ha separado comunidades fronterizas hermanas y originado pérdidas millonarias por comercio y turismo, al tiempo que ha despertado peligrosos fantasmas.

Expresiones racistas nunca antes vistas han proliferado en las últimas semanas a distintos niveles. Leopold Lippens, alcalde del exclusivo balneario fronterizo belga Knokke-Heist y simpatizante del presidente estadounidense, Donald Trump, fue claro desde el principio: “Los holandeses no son bienvenidos en nuestro hospital”. Calificó de absurdas las medidas de confinamiento y aseveró que el gobierno holandés estaba formado por un “montón de tontos”.

Del lado holandés, a sólo seis kilómetros, en el turístico pueblo de Sluis, un belga confrontó un incidente que antes de la pandemia hubiera resultado inimaginable. “Porque no sabes comportante cerraron la frontera, ¿qué haces aquí?, vuelve a tu país”, reclamó un holandés al interior de una panadería.

La caída de Schengen

Pero la frontera entre los socios del Benelux no fue la única que no sobrevivió a la emergencia sanitaria decretada por la pandemia. De los 26 países que conforman la zona de libre circulación de personas conocida como Schengen, uno de los mayores logros de la integración europea, 17 habían reportado el 27 de abril la reintroducción de los controles fronterizos bajo el argumento de que el Covid-19 es una amenaza inminente para la seguridad pública.

Además de Bélgica, se encerraron unilateralmente y sin coordinar con los países vecinos la República Checa, Dinamarca, Alemania, España, Francia, Estonia, Hungría, Lituania, Austria, Polonia, Portugal, Eslovaquia, Finlandia, Islandia, Suiza y Noruega. Otros han impuesto prohibiciones temporales a los viajes no útiles, como Italia, Letonia, Malta, Holanda y Eslovenia.

Las restricciones terrestres, aéreas y marítimas, provocaron el colapso de las comunicaciones. El 31 de marzo la Agencia Europea para la Seguridad de la Navegación Aérea, reportó una reducción de 86.1% de los vuelos, el tráfico de pasajeros se redujo prácticamente a cero y el resto correspondía a cargo y operaciones de repatriación.

El mismo fenómeno registró la actividad marítima y ferroviaria. El transporte de trenes de pasajeros transfronterizo está “en punto muerto”, señaló un comunicado firmado por instancias como CER, la organización que representa a las compañías y operadores ferroviarios en Europa.

“Todos los modos de transporte ya se han visto gravemente afectados económicamente por la crisis, aunque debido a que el entorno cambia rápidamente, es extremadamente difícil estimar el impacto económico, sea por tipo o para el transporte en su conjunto”, sostiene un análisis elaborado por Ariane Debyser, del Servicio de Investigación del Parlamento Europeo.

Reconoce que algunas instituciones ya aportan indicadores; por ejemplo, la Asociación Internacional de Transporte Aéreo estimó el pasado 14 de abril que los ingresos del transporte aéreo de pasajeros caerán en 314 mil millones de dólares este año, 55% menos en comparación con 2019.

Más allá de los impactos en el transporte, los obstáculos a la movilidad probablemente se traducirán este verano en alimentos más caros en los supermercados. Muchos cultivos han pasado aprietos por falta de trabajadores temporales, un oficio que se ha hecho vital para la agricultura de países como Holanda, Italia, Alemania, y el Reino Unido. Éste último recluta anualmente unos 60 mil trabajadores extranjeros para cosechar frutas y verduras.

Para tratar de mitigar los impactos, vuelos y autobuses especiales fueron organizados para traer a rumanos y polacos, al tiempo que los campesinos británicos intentaron movilizar a la ciudadanía pidiéndole venir a trabajar al campo. Queda por ver si los esfuerzos aislados fueron suficientes para contener la temible escalada de precios anticipada por asociaciones campesinas.

Sin calendario

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, no quiere repetir el caos registrado en marzo al interior de Schengen, cuándo cada país actuó por la libre contra el coronavirus, por lo que ha propuesto a los Estados miembros un levantamiento gradual y coordinado de las restricciones de viaje.

Sin embargo, las diferencias respecto de la situación epidemiológica en los Estados miembros podrían dificultar la salida coordinada y el rescate del pacto de Schengen. En ese escenario, prevalecerían los acuerdos entre países vecinos y entre aquellos con situaciones de infección similares.

Por lo pronto, se han alcanzado ya acuerdos entre Hungría y Eslovenia, Chipre con Croacia, y entre las tres repúblicas bálticas.

El calendario igualmente es dispar. Italia, Bélgica y Francia manejan como fechas para la apertura de sus fronteras el 3, 8 y 15 de junio, respectivamente. La Unión Europea está cerrada al mundo para vuelos no esenciales al menos hasta el 15 de junio.

La falta de calendario y una estrategia homologada para retomar la movilidad en Europa, pone en riesgo la posibilidad de salvar el verano, tan necesario para amortiguar los daños catastróficos que ha tenido el confinamiento en la industria del turismo y la hostelería. La credibilidad de la UE nuevamente está en juego por la pandemia.

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