San José

Nayib Armando Bukele es un misterioso competidor político que, por su historial de bandazos a la izquierda o la derecha, parece que juega con las cartas escondidas.

Pero este empresario, que emergió a la política desde la izquierda y luego rompió con los andamios que le convirtieron en personaje público, será a partir de hoy el presidente de un país que, como El Salvador, juega con las cartas abiertas: pobreza, desempleo, criminalidad, corrupción, migración, pandillas o maras y… pánico generalizado por la inseguridad.

Devorada por la violencia criminal, hundida en una endémica crisis de exclusión socioeconómica y consolidada como fuente cotidiana de la masiva migración irregular a México y Estados Unidos, la nación más pequeña de Centroamérica comenzará a ser gobernada hoy, y por los próximos seis años, por este hombre de 37 años, de origen paterno palestino y con una familia que combina su religiosidad entre el catolicismo y el islamismo.

“Bukele debe combatir la inseguridad y la corrupción”, dijo el salvadoreño Miguel Montenegro, director ejecutivo de la (no estatal) Comisión de Derechos Humanos de El Salvador. Pobreza, desempleo, salud, educación, vivienda, agua o trabajo digno “están enlazados” con la migración, el pueblo exige soluciones “y espera muchísimo” de Bukele, dijo Montenegro a EL UNIVERSAL.

Bukele sucederá a Salvador Sánchez Cerén, del exinsurgente e izquierdista Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), fuerza política de la que surgió el próximo gobernante y de la que salió para asumir posiciones de centro y de derecha.

Bukele gobernará un país con una agobiante situación en sus 21 mil kilómetros cuadrados y con unos 7.4 millones de habitantes. Unos 700 mil salvadoreños sufren desnutrición, según la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura.

El Banco Mundial reveló que el 25% de los salvadoreños padece pobreza crónica. Unas 2 millones y medio de personas están en distintos rangos de pobreza, según datos de 2017 de la (estatal) Dirección General de Estadísticas y Censor de 2017.

La Organización Internacional del Trabajo ubicó el desempleo en 4.4% en 2018, con más de 120 mil desocupados, pero la mayoría de salvadoreños sobrevive por la economía informal. Los homicidios subieron de 2 mil 544 en 1999 o 2 mil 993 en 2004 a 4 mil 382 en 2009 y a 5 mil 280 en 2016, bajaron a 3 mil 962 en 2017—69.9 por cada 100 mil habitantes—y a 3 mil 346 en 2018, más de nueve por día, reportó el (estatal) Instituto de Medicina Legal de El Salvador.

La tasa de homicidios pasó de 43.7 en 2013 y de 68.3 en 2014 a 115.9 en 2015 (con 6 mil 656) y a 91.9 en 2016 (con 5 mil 280). De enero a abril de 2019 hubo mil 59 casos, precisó.

Tras la guerra civil, que estalló en 1980 por la aguda desigualdad socioeconómica y la falta de democracia, finalizó en 1992 y dejó entre 75 mil y 80 muertos, se agregó un conflicto: las deportaciones masivas desde Estados Unidos de mareros en la década de 1990.

Las maras Salvatrucha y 18 alentaron la migración al lanzar a El Salvador a imparable violencia. Legales e ilegales, los migrantes son vitales para la economía local ya que, según el Banco Central de El Salvador, enviaron más de 40 mil millones de dólares de 2010 a marzo de 2019 a su país.

Huir al exterior es un rumbo de vida para los salvadoreños, atrapados a diario en una ruta de muerte y pánico en un temido menú —amenazas, sicariato, extorsión, tráfico de drogas y de armas, corrupción y trata de personas— de inseguridad.

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