Bruselas.

A menos de seis meses de cumplirse el plazo para que la Unión Europea (UE) sea por primera vez testigo de la salida de uno de sus miembros, la retirada de Reino Unido sin ningún tipo de acuerdo parece ser el escenario más probable.

La posibilidad de que Londres se vaya sin arreglo ha tomado fuerza, luego de que la iniciativa de la premier británica Theresa May fuera a parar al cesto de basura en la pasada cumbre informal de Salzburgo, Austria. El llamado “plan de Chequers” fue rechazado por los líderes comunitarios por “defectuoso” y traspasar las líneas rojas de la Unión, basadas en mantener la integridad del mercado común y evitar que las empresas británicas se favorezcan por prácticas de competencia desleal.

May propuso como futuro marco para las relaciones entre la UE y Reino Unido, la creación de un mercado común de bienes entre ambos lados del Canal de la Mancha con equivalencia regulatoria. Esa opción rompe la unidad de las cuatro libertades comunitarias de circulación de bienes, capitales, servicios y personas, de acuerdo con el despacho del jefe negociador comunitario, Michel Barnier.

“No habrá Europa a la carta”, asegura el presidente francés Emmanuel Macron, la fuerza motriz detrás del “No, Non y Nein”.

Barnier ha puesto sobre la mesa dos alternativas. La primera consiste en firmar un acuerdo de libre comercio similar al suscrito con Canadá. May la rechaza argumentando que crea una “frontera dura” en la isla de Irlanda poniendo en riesgo el proceso de paz y el Acuerdo de Viernes Santo; al tiempo que limita el acceso al mercado de servicios comunitario.

La segunda oferta incluye un mecanismo de emergencia que mantendría a Irlanda del Norte dentro de la unión aduanera comunitaria, dejando fuera del espacio de libre circulación de mercancías y personas a Escocia, Inglaterra y Gales. “No permitiré que Reino Unido se desmorone por esta subdivisión. No tener acuerdo es mejor que un mal acuerdo”, afirma el jefe negociador británico Dominic Raab.

“Llegamos a un impasse”, puntualizó May a las puertas del 10 de Downing Street, luego del fiasco en Salzburgo.

Pero la crisis lejos está de tocar el fondo. Existen una serie de factores que podrían conducir al colapso del proceso, advierte el veterano analista del Centre for European Policy Studies, Michael Emerson, refiriéndose, entre otros, por la frágil situación política en la que se encuentra la jefa de los Tories.

El año pasado, en el congreso de los Conservadores, fue severamente criticada por el fallido intento de justificar su proyecto de “Brexit duro” convocando elecciones anticipadas en junio. Perdió la mayoría absoluta en Westminster y quedó sujeta al apoyo de los irlandeses del Partido Unionista Democrático.

Desde ayer y hasta el 3 de octubre, los Tories se reúnen en Birmingham para su conferencia anual. La estrategia era traer buenas noticias de Salzburgo y tratar de convencer a la línea más radical de su partido, integrada por unos 20 legisladores encabezados por Jacob Rees-Mogg. Ahora se presenta ante sus bases con un plan rechazado por la UE y brutalmente destrozado por celebridades de su propio partido, comenzando por el ex jefe negociador David Davis y su ex ministro de exteriores Boris Johnson. May ha terminado por caer en una trampa en la que está en juego su gobierno y la confianza depositada por su partido.

Pero aun librando el foro de Birmingham, no hay garantías de que May permanezca en el cargo y, por tanto, el proceso con la UE tampoco está a salvo del precipicio.

En la conferencia anual del Partido Laborista en Liverpool, su líder Jeremy Corbyn, prometió que si “Reino Unido se va sin ningún tipo de acuerdo, presionaremos para que haya nuevas elecciones”.

Otro escenario manejado por Emerson es que las circunstancias lleven a un segundo referéndum, hasta ahora descartado por la mayoría de la clase política británica.

Por lo pronto, hay un giro en la opinión pública. De acuerdo con las encuestas de YouGov, en abril de 2017, 48% de los británicos rechazaba la idea de un nuevo referéndum, frente a 32% a favor. En agosto pasado, las cifras se habían invertido, 48% a favor y 34% en contra. El 29 de marzo de 2019 se agota el plazo de dos años para llegar a un acuerdo sobre la retirada de Reino Unido.

Las negociaciones deben finalizar este otoño para permitir que el pacto de salida obtenga el visto bueno del Parlamento Europeo y la aprobación del Parlamento de Reino Unido.

La Europa de los Veintisiete y Reino Unido podrían ampliar este plazo de común acuerdo, pero implicaría alargar la incertidumbre con consecuencias para el ambiente de negocios y una divisa británica que se cotiza en su nivel más bajo de 2018. El último tiro que resta a las partes es el Consejo Europeo del 18 de octubre. Noviembre sería utilizado para sellar el texto jurídico.

“Estamos en un momento muy complejo y delicado. No se esperaba, mucho menos desde el punto de vista británico que europeo. Era evidente que no pasaría su ‘plan Chequers’, pero May llegó a pensar que los 27 aceptarían algunas partes del plan. No se imaginó una caída tan abrupta en Salzburgo”, dice a EL UNIVERSAL Camino Mortera, investigadora del Centre for European Reform.

“Esto ha creado un problema interno en la política británica, así como para Europa, porque está en riesgo su interlocutor”.

Para salvar el proceso, Mortera considera fundamental encontrar una fórmula que tenga como punto de partida el reconocimiento de que Europa no alterará sus “líneas rojas”, porque de ellas depende la supervivencia del proyecto europeo. Además, hay que aceptar que ningún gobierno británico aceptará una frontera física en la isla de Irlanda.

“Ahora mismo es Reino Unido quien tiene que mover ficha y entender que tal y como está planteado ‘Chequers’ ha muerto”, sostiene la experta en asuntos europeos.

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