San José.- Ni la pandemia del coronavirus detuvo las juergas en América Latina.

Un ejemplo se popularizó en Colombia con las “burrotecas”: burros, mulas, caballos, yeguas o ponis que en sus alforjas llevan licor, música, equipo de sonido, control remoto, luces, baterías y otros accesorios para amenizar fiestas en cabalgatas por veredas y caminos, romper el rigor de la cuarentena y, sin limitación vehicular por número o letra de matrícula, burlar la vigilancia policial y militar.

“Se realizan fiestas con una ‘burroteca’ con la que recorren” el sur de Cali, invitan por internet, infringen la “ley seca” y el toque de queda e irrespetan el distanciamiento social y el uso adecuado de tapabocas o mascarillas, dijo Jimmy Dranguet, subsecretario de Inspección, Vigilancia y Control del gobierno de esa ciudad suroccidental de Colombia.

Pero las parrandas para salir del aburrimiento por las restricciones ante el Covid-19 proliferaron en otros países de América Latina, de Ecuador a Chile, Perú o Brasil o de Nicaragua a Panamá y Costa Rica, con o sin autorización oficial.

Reconocido por negarse a adoptar severos protocolos para impedir el contagio, el gobierno de Nicaragua invitó el pasado fin de semana a los nicaragüenses a más de 2 mil 800 encuentros masivos, como ferias de economía familiar, religiosas y gastronómicas, conciertos y otros actos sin medidas básicas de bioseguridad.

La policía de Costa Rica clausuró el sábado anterior un jolgorio en el noroccidente del país y prosiguió con operativos efectuados en junio en populosos barrios de esta capital para suspender festejos futbolísticos, torneos de billar, bautizos, homenajes a embarazadas, quinceaños y otros aniversarios.

El servicio costarricense de emergencias 9-1-1 registró más de 8 mil 900 denuncias por escándalo musical y hechos similares de marzo a junio.

“No es el momento” para esas actividades, porque “la emergencia sanitaria nos pone en peligro a todos”, dijo el director de la Fuerza Pública (policía gubernamental) de Costa Rica, Daniel Calderón. “Aumentan el riesgo de contagio no sólo para los que participan (…), sino también para sus familias y el resto de la población”, advirtió. Un elemento clave explicaría el fenómeno. Una encuesta sobre el impacto del virus en la vida cotidiana de la población centroamericana reveló que 91.4% de los habitantes de Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica y Panamá se declaró extremadamente, muy o algo feliz, sin importar si apoya o rechaza las políticas de sus gobiernos para enfrentar la enfermedad.

La encuesta, elaborada del 20 de abril al 19 de junio por la firma costarricense Borge y Asociados y compartida a EL UNIVERSAL, mostró que 83.1% de los 49.2 millones de centroamericanos admitió que la crisis sanitaria es una “grave amenaza”.

Sin embargo, prevaleció la costumbre de recurrir a cualquier pretexto para divertirse en aglomeraciones humanas con bailes y licor, como en Ecuador, Panamá, Perú, Brasil o Chile. La Policía Nacional de Ecuador canceló 5 mil 527 “reuniones sociales” nocturnas del 16 de marzo al 19 de mayo.

En pleno toque de queda en Perú, menores de edad, futbolistas y personal de salud fueron descubiertos por la policía peruana en festividades. En un fatal cumpleaños en marzo en Brasil con 28 invitados, 14 miembros de una familia enfermaron y tres murieron.

“Claramente no han entendido el mensaje”, lamentó el subsecretario chileno del Interior, Juan Galli, al confirmar que las celebraciones clandestinas prosiguieron en Santiago y otras localidades de Chile, con personas reunidas de noche en canchas de fútbol en torno a una parrilla para disfrutar de un asado.

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