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Torreón.— En el asfalto abrasador de Torreón, dos jóvenes caminan entre los coches cuando la luz del semáforo se pone en rojo. Uno de ellos, en medio, extiende la mano con un sombrero y espera que algún automovilista le dé una moneda. Desde un extremo, otro joven camina tocando un organillo, ese viejo instrumento que llegó a México a finales del siglo XIX.

En la época en que fueron el atractivo de moda, a los organilleros se les permitía la entrada a teatros, cines y restaurantes, incluso, se les invitaba. Su presencia era percibida como una experiencia grata y amena.

Ray Fernando y Francisco dicen que ellos viajaron desde Chiapas, de donde son originarios. Acá en La Laguna los organilleros, comunes en la Ciudad de México, no son parte del folclor de la región.

“Decidimos emprender una aventura”, platica Ray Fernando Orantes, de 22 años. Dice que en la Ciudad de México hay mucha competencia, mientras que en otras partes como Coahuila, no existe esa cultura.

Ray Fernando y Francisco tienen tres semanas en la región. Arribaron porque los invitaron a tocar en el Festival de las Artes del municipio de Lerdo, Durango, municipio conurbado de la Comarca Lagunera, pero decidieron quedarse a tocar el instrumento y probar suerte.

“Fue por aventura, queremos ir a otros estados. Tenemos planeado ir a Sonora, recorrer más”, dice Ray.

Esta tarde calurosa, humea en el pavimento los 41 grados que marca el termómetro. Ray Fernando usa el traje oficial color caqui —del Sindicato de Organilleros de México—, pero calza tenis en lugar de zapatos y desentona con la imagen del organillero. Explica que no se puso los zapatos porque el calor quema las plantas del pie. “El calor sí es el que más madrea y hace daño; está trabajando uno, allá en México uno trabaja cómodo, aquí te baja la pila muy rápido”, comenta entre risas.

De Chiapas salieron hace cuatro meses, estuvieron dos meses en la Ciudad de México y luego empezaron a migrar hasta el norte. Francisco, de 29 años, habla poco y sólo dice que le gusta andar viajando. Fernando lo encontró en una fonda de Tuxtla Gutiérrez, platicaron y lo invitó a recorrer el país tocando el organillo.

De herencia. Fernando tiene seis años de organillero y heredó el oficio de su abuelo. De hecho, el organillo con el que tocan entre los coches era de su antecesor. “Tiene más de 80 años”, asegura sobre el instrumento. Señala que ser propietario del instrumento es una ventaja, pues de lo contrario tendría que pagar hasta 150 pesos por la renta de éste.

Cuenta que su abuelo era originario de la Ciudad de México, pero se fue a vivir a Chiapas. Le gustó y echó raíces. Siguió tocando en Chiapas y fue la herencia que le dejó antes de morir.

Para Fernando, tocar el organillo representa algo especial, pues dice que ser organillero trae un pasado bello y le gusta como forma de vida.

Considera que el oficio de organillero se está perdiendo y olvidando, principalmente porque los jóvenes no conocen nada sobre el instrumento.

“Ven y se preguntan entre ellos mismos qué es o cómo sale la música. Cuando veo que están cerca de mí les explico que es una cultura de más de 100 años, que los instrumentos son originarios de Europa y que los trajeron para que los soldados tuvieran con qué entretenerse y se adoptó la cultura”, comenta.

Sin embargo, es consciente de que la cultura del organillo se debe esparcir más y por eso, decidió migrar para llevar el sonido a otros estados.

En Torreón, Fernando y Francisco suelen tocar en cruceros, y domingo y lunes en el centro de la ciudad. Piensan irse en 15 días y van a subir al norte de Coahuila, a Monclova, y después a Piedras Negras. Tienen programado regresar a Chiapas hasta dentro de dos meses.

Ninguno de los dos tiene días de descanso y no pueden parar, porque deben pagar donde pasan la noche.

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