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Después de la debacle histórica que sufrieron en 7 estados el pasado 5 de junio, el presidente Enrique Peña Nieto y el PRI tendrán el próximo año las tres últimas elecciones locales antes de la sucesión presidencial de 2018. En los comicios de Coahuila, Nayarit y el Estado de México el partido gobernante se juega no sólo tres entidades que actualmente gobierna, sino también la posibilidad de revertir (o ahondar) la percepción de debilidad en la que quedó después de las sonadas derrotas que sufrió en los comicios de este año.
Pero de las tres gubernaturas en disputa en 2017, sin duda la que más impacto político tendrá es la del Estado de México; no sólo por ser la entidad con el mayor número de votantes a nivel nacional, y de los últimos bastiones que el priísmo nunca ha perdido, sino por ser también la tierra de Peña Nieto y el enclave político del grupo gobernante. Casi podría decirse, sin temor a exagerar, que la mexiquense es “la elección del orgullo” para el Presidente y su partido. Ganar el Edomex no sólo mejoraría el ánimo caído de los priístas, sino que los reposicionaría rumbo a 2018; perderlo sería otra catástrofe histórica y confirmaría los pésimos augurios que hoy se ciernen sobre el partido gobernante de cara a la elección presidencial.
Encima de todo eso, el PRI podría enfrentar, por primera vez, una fuerte competencia en la elección por la gubernatura mexiquense. La creación de una alianza PAN-PRD, como las que ya le ganaron al priísmo en Veracruz, Quintana Roo y Durango, se da como un hecho y, tanto matemáticamente como por la fuerte presencia del panismo en la zona norte del Valle de México (Naucalpan, Atizapán y Tlalnepantla) y del perredismo en el oriente (Nezahualcóyotl y Texcoco), pondría en aprietos a la poderosa maquinaria del priísmo mexiquense. Electoralmente los municipios del Valle de México representan 70% de la votación en el estado, mientras el 30% restante se ubica en Toluca y el resto del estado.
Entre el primo y otras opciones. Todos esos factores adversos presionarán la selección del candidato del PRI a la gubernatura del Estado de México. Si hace seis años Enrique Peña Nieto sorprendió como gobernador al elegir a un candidato como Eruviel Ávila Villegas, que no necesariamente era de su grupo cercano, esta vez la decisión, nadie lo duda, estará nuevamente en manos del ahora Presidente, sólo que ahora no la tomará en Toluca, sino en Los Pinos. La opinión del gobernador Ávila seguramente será escuchada y valorada pero, para nadie es un secreto, sólo habrá un “gran elector” del abanderado priísta.
Una vez que las versiones que apuntaban al secretario de Hacienda, Luis Videgaray, como posible candidato al Edomex se han disipado, pues el propio funcionario federal ha dicho que no tiene ningún interés en buscar esa postulación ante su nula presencia y arraigo en el estado, son varios los personajes que ya se mueven en pos de esa nominación.
Por segunda ocasión, el sacrificado en 2005, Alfredo del Mazo Maza, aparece en la lista como uno de los aspirantes “favoritos”. Sin embargo, en el contexto complicado en que ocurrirán los comicios mexiquenses, la pregunta es si Peña Nieto no volverá a sacrificar otra vez a su primo, como ya lo hizo en aquella ocasión ante el riesgo de que el PAN y el PRD hicieran candidato a Eruviel Ávila, a quien ya había buscado en varias ocasiones antes de que el PRI lo nominara. Esta vez los análisis indican que, ante los bajos niveles de aprobación presidencial, un nombre tan cercano a Peña como Del Mazo, incluso familiarmente, podría no ser el mejor candidato para enfrentar una elección competida con la alianza opositora.
Otro nombre que figura con posibilidades en la lista de aspirantes priístas es el del secretario de Gobierno, José Manzur Quiroga. A favor del segundo de a bordo en el gobierno mexiquense pesan su amplia experiencia y trayectoria en la política estatal, además de una relación cercana con el secretario de Hacienda Luis Videgaray Caso, quien lo nombró presidente de la Comisión de Presupuesto de la Cámara de Diputados antes de que fuera llamado como responsable de la gobernación en el estado. También se le ve cercano al gobernador Eruviel Ávila y se le ubica como uno de los políticos más experimentados. Pero en contra de Manzur, los problemas de inseguridad en la entidad mexiquense pese a los apoyos federales y a una fuerte inversión, serán uno de los talones de Aquiles en la próxima campaña. Apenas esta semana una fuga masiva y un motín en el Penal de Barrientos exhibieron problemas graves de sobrepoblación y deficiencias en el sistema carcelario y de justicia mexiquense, a cargo del secretario de Gobierno.
En la terna de aspirantes mejor posicionados también está el dirigente estatal del PRI, Carlos Iriarte Mercado. A sus 49 años, este político combina un origen popular, una amplia trayectoria partidista y en el gobierno mexiquense, y hasta un posgrado en Harvard. Hijo de una lideresa popular del PRI en el estado, Iriarte fue alcalde de Huixquilucan, diputado federal y varias veces secretario en el gobierno estatal. Conoce y maneja la estructura priísta en el estado y ha ganado varias campañas a distintos cargos de elección en la entidad mexiquense.
Después de esos tres nombres aparecen, con menores posibilidades, el ex subsecretario de Sedesol, Ernesto Nemer y el secretario del Trabajo, Alfonso Navarrete Prida. En el caso de las dos mujeres que figuran en la sucesión mexiquense, la senadora Ana Lilia Herrera, y la secretaria general del PRI, Carolina Monroy, sus posibilidades dependen de si la alianza PAN-PRD decidiera postular a una mujer como candidata. En ese escenario, dicen en el estado, una candidata priísta podría ser el contrapeso necesario para enfrentar a la alianza.
Cualquiera que sea el candidato, todo indica que la decisión del PRI se irá hasta enero o febrero de 2017 para que el abanderado arranque una campaña de dos meses de duración antes de las elecciones que tendrán lugar en la primera semana de junio.
La batalla en el PAN. Y mientras los priístas se preparan para la “elección del orgullo”, en el PAN el Estado de México representa un objetivo estratégico en el proceso de reposicionamiento que inició el partido con sus triunfos en 7 estados este 2016. Para el llamado “joven maravilla”, Ricardo Anaya, ganar los comicios mexiquenses podría significar su consolidación como aspirante fuerte a la candidatura presidencial del panismo y para ello busca concretar en primera instancia una alianza con el PRD para ir juntos por la gubernatura. Un segundo paso para el dirigente panista sería consolidar la dirigencia estatal de su partido y, en ese afán, es muy probable que ratifique al actual dirigente Óscar Hernández, ante la cercanía de los próximos comicios.
Luego vendría para Anaya la selección de un candidato ganador y que sea apoyado también por el PRD. En esa lógica se menciona a Josefina Vázquez Mota como posible candidata de una alianza panista y perredista en el Estado de México. La ex candidata presidencial tiene a su favor su alto nivel de conocimiento, pero en contra que del estado sólo conoce la colonia en donde vive, en el municipio de Huixquilucan. No tiene trayectoria ni fuerza local, pero sería indudablemente una candidata fuerte si encabezara una alianza. Si ella fuera postulada por PAN-PRD, entonces el PRI pensaría en una candidata mujer que podría surgir de la dupla Ana Lilia Herrera y Carolina Monroy.
Pero si Josefina dijera no, como piensan algunos panistas y no logran convencerla porque su interés a últimas fechas está más en su intenso activismo a favor de los migrantes mexicanos en Estados Unidos, entonces hay otros nombres que se manejan para la alianza. Uno de ellos es el del empresario Alejandro Martí, quien podría transitar entre los panistas y los perredistas, y es uno de los activistas ciudadanos más conocidos en la lucha contra la inseguridad y la violencia, uno de los principales problemas en el Edomex, sobre todo a partir del secuestro de su hijo, y de aquella frase que dirigiera a los funcionarios federales y estatales en Palacio Nacional en agosto de 2008: “Si no pueden renuncien”.
Un tercer nombre que se menciona, este más indentificado al PAN mexiquense, es el del senador Ulises Ramírez. Considerado el político panista más fuerte en el estado, Ramírez fue alcalde de Tlalnepantla y tiene una enorme influencia en el llamado “corredor azul”, en el que se encuentran también Naucalpan y Atizapán. Su ascendencia local ha sido cuestionada por presuntos negocios y señalamientos de imponer candidaturas y obtener beneficios. Él impulsó al actual alcalde de Naucalpan, Edgar Olvera, junto con el dirigente Óscar Hernández. Sin embargo, a últimas fechas se afirma que Olvera lo traicionó pues se ha visto muy cercano a la campaña de Margarita Zavala, con la que no comulga el senador Ramírez.
Esa división entre los liderazgos panistas locales podría afectar las posibilidades del PAN, aunque Ricardo Anaya tiene el apoyo del grupo dominante formado por Ulises y Óscar Hernández, lo que le daría el control de la designación del candidato panista. Y una tercer opción, para definir a un candidato de la alianza, podría ser repetir el modelo de Quintana Roo, es decir postular a un ex priísta fuerte que abandone al partido tricolor, algo que ya les funcionó en el estado del sureste y que también fue explorado en 2005 con Eruviel Ávila, a quien finalmente Peña Nieto hizo candidato. ¿Habrá esta vez un priísta mexiquense que, rechazado por su partido, acepte ser postulado por una alianza PAN-PRD y que pueda resultar un buen candidato? Habría que verlo.
Por ahora, lo que queda claro es que el Estado de México será decisivo para todos los partidos con miras a la sucesión presidencial. Un priísta encumbrado en la entidad decía a esta columna que sin duda “todo se define aquí” y que la tierra de Peña Nieto puede ser, en 2017, su resurrección o su tumba con miras a 2018.
sgarciasoto@hotmail.com