Lo que realmente indigna y enerva en la polémica sobre la segunda vuelta es que, quienes se oponen a ella, tengan una visión tan chata, miope y cortoplacista. La cantaleta de que ya no da tiempo y de que en México todavía no estamos listos, no sólo resulta irritante sino ofensiva. Porque ignora que lo que está en juego es el futuro; el destino del país que habremos de decidir con la elección presidencial de 2018.
A ver: que alguien nos diga cuántas señales luminosas hay en el horizonte en materias definitivas como disminución de la pobreza, distribución del ingreso, creación de empleos o índices de educación, salud y seguridad. En cambio, los gobiernos de todo signo en los 30 años recientes han provocado que hoy uno de cada dos mexicanos —de los 127 millones que somos— sea pobre y que uno de cada tres esté hambriento cada día; tenemos todavía seis millones de analfabetas y al menos cinco millones de jóvenes ninis; somos uno de los países más injustos del planeta, porque cada vez menos tienen más y cada vez más tienen menos; y en materia de inseguridad y violencia, el número de miles de muertos y desaparecidos cada año nos aleja de la civilización para instalarnos en la barbarie.
Cualquiera con dos dedos de frente y un gramo de patriotismo supondría que para enfrentar estos desafíos gigantescos requerimos de un gobierno fuerte y avalado por una mayoría indiscutible de mexicanos que acudan a las urnas. Y está claro que en el esquema actual estamos generando gobiernos que, como en el caso de Alfredo del Mazo, obtienen apenas la tercera parte de los votos y tan sólo el 15 por ciento del padrón total. En cambio, con la segunda vuelta se obliga a que uno de los candidatos alcance al menos la mitad más uno, si no es que una proporción todavía mayor de votos a su favor. Lo que le daría no sólo legalidad, sino legitimidad y una fortaleza moral extraordinaria.
Por eso, es una ofensa a la inteligencia la postura del líder senatorial Pablo Escudero cuando afirma que “legislar en materia de segunda vuelta es en estos momentos inviable jurídica, operativa y logísticamente…”. Mientras que voces tan respetables como esa infatigable luchadora por la democracia que es María Amparo Casar, han demostrado una y otra vez con los argumentos de la razón que por supuesto que estamos en tiempo y forma para discutir, debatir y aprobar las propuestas y modificaciones legales en que se basen las reglas de una segunda vuelta pareja, equitativa y confiable; tal como las que ya se practican en la mayoría de nuestros países en América Latina, para no ir muy lejos.
Por eso, desconcierta también la postura de Lorenzo Córdova de que “una segunda vuelta sería inviable sin reingeniería electoral y que ya no hay tiempo para introducir modificaciones sobre la marcha”: ¿De verdad, el presidente del INE, sus consejeros y sus 14 mil empleados no creen que valdría la pena el esfuerzo?; ¿Y si el Trife de acuerdo a la ley ordenara una elección extraordinaria, también se declararían incapaces?
Por la gran posibilidad que representa y los absurdos argumentos en contra, yo estoy convencido de que vale la pena luchar por la segunda vuelta. De lo contrario, perderemos una oportunidad histórica y tal vez única.
Periodista.
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