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Me cuento entre quienes ven con buenos ojos el surgimiento de un Frente Amplio Democrático, FAD, que ofrezca una posibilidad real de triunfo en los comicios de 2018 a quienes no se sienten identificados ni con el PRI ni con Morena.
Una opción que de entrada recoja el voto antipriísta y el voto antilopezobradorista: el voto contra dos fuerzas políticas que hasta hace pocos meses, antes de las elecciones en el Estado de México, parecían figurar como las únicas grandes opciones del año entrante.
Aunque ha llamado a escándalo en algunos sectores, un frente contra el PRI, y simultáneamente contra AMLO, no es algo que suene demasiado mal.
Incluso puede ser bien visto por una tercera parte, o más, del electorado: esa franja que en el Estado de México no votó por Delfina ni por Del Mazo.
La que está harta de los escándalos de corrupción a que nos ha acostumbrado el PRI, y que al mismo tiempo rechaza la opción mesiánica, autoritaria, que para algunos encarna el lopezobradorismo.
¿No se trató de eso la elección en el
Edomex?
Pues bien, ¿ese sector tendría que conformarse con una derrota anunciada desde ahora? ¿20% para el PAN y acaso un 10% para el PRD?
Un Frente —y más si es contra algo— no es nada del otro mundo. Existen Frentes en Chile, en Perú, en Uruguay, formados por partidos que no siempre comparten la misma ideología. Hay frentes en todas partes. Y muchos de ellos están gobernando ahora mismo.
El propuesto por el PAN y el PRD ha sido visto como una aberración ideológica y como el fracaso de la imaginación de dos partidos incapaces de presentar una candidatura confiable y un programa mínimamente coherente y atractivo (cito al brillante Jesús Silva Herzog-Márquez).
Puede que sea así. ¿Pero cómo enfrentar entonces ese fracaso?
El FAD propone un camino: sentar a diez o quince o veinte o cien aliados políticos, y obligarlos a discutir. Forzarlos a que sean capaces de presentar una candidatura confiable y un programa mínimamente coherente y atractivo.
Al fin y al cabo, veinte cabezas pueden sacar algo mejor que lo diga el dedito de un señor. Porque esas veinte cabezas estarían obligadas a imaginar y a pensar desde sus diferencias. Estarían obligadas a deliberar, a negociar, a conceder.
Esas cabezas pueden lograr acuerdos sobre algunos puntos cruciales.
Además del apoyo de líderes del PAN y el PRD, el Frente cuenta con el apoyo de gobernadores perredistas como Silvano Aureoles, Graco Ramírez, Arturo Núñez, y del panista Rafael Moreno Valle, y también con el del jefe de gobierno capitalino, Miguel Ángel Mancera.
En Movimiento Ciudadano se contempla el proyecto.
Varias figuras ciudadanas se han acercado a discutirlo: entre ellas, Juan Ramón de la Fuente y Jorge G. Castañeda.
Si los integrantes del FAD entienden la oportunidad que se abre para ellos y para sus partidos, si entienden la oportunidad que se abre para el país, podrían construir, no un nuevo amanecer, como ironiza Silva-Herzog, sino simplemente una nueva mayoría política.
Para lograrlo, tal vez solo necesitan dos cosas.
Elaborar, lo escribía ayer Héctor Aguilar Camín, “una agenda sencilla, realista y deseable a la vez, que dibuje un propósito de gobierno más que una convergencia ideológica o filosófica”.
En uno de los documentos internos del Frente se ha aceptado la búsqueda de un Estado de derecho, social y democrático. Se ha planteado encabezar un grupo de temas que duelen a la sociedad: inseguridad, corrupción, impunidad…
El segundo punto consiste en determinar un conjunto de reglas, un mecanismo de selección del candidato que sea capaz de poner a competir en condiciones de igualdad a los aspirantes independientes o de la sociedad civil, y a los que tienen a la mano la poderosa estructura de los partidos.
El hallazgo de ese mecanismo podría llevar a candidatos ciudadanos a alturas de aceptación insospechadas o podría legitimar a los candidatos partidarios frente a la sociedad.
¿Será un sueño guajiro este Frente Amplio Democrático?
Para cierta franja del electorado más vale que no. Como dice el clásico: hay plumajes de esos.
@hdemauleondemauleon@hotmail.com