El 13 de abril, Estados Unidos lanzó la Madre de Todas las Bombas (MOAB) en Afganistán. El blanco era ISIS, se anunciaba. Posteriormente, se ha informado que ni el Secretario de Defensa, Mattis, ni el Consejero de Seguridad Nacional, McMaster estaban al tanto de la decisión de lanzar la bomba, tomada por el General John W. Nicholson Jr., comandante en Afganistán. Quizás. Aún así, el haber empleado por primera vez el arma no nuclear más poderosa con la que cuenta EU, y el haberla usado precisamente contra ISIS, no eran temas que podían escapar de la atención de los medios en todo el planeta. Mucho menos cuando la semana previa, EU acababa de atacar Siria con 59 misiles. Por tanto, debemos suponer que alguien en la cúpula militar quiso que el mensaje llegara a su destino. Y el destino del mensaje no era únicamente una filial de ISIS que cuenta con algunos cientos de combatientes. El destino incluía, entre otros, a Rusia, ya que esa potencia está jugando –de nuevo- un rol cada vez más relevante en el conflicto afgano. Así que, a los ya muy complejos componentes de la guerra en Afganistán, ahora hay que añadir dos temas adicionales: ISIS, y la nueva versión de “guerra fría” entre EU y Rusia.

Primero, el conflicto afgano entre la insurgencia talibana y el gobierno de ese país asistido por la OTAN, sigue escalando. Tanto por causas financieras como políticas, la disminución de tropas estadounidenses en Afganistán fue uno de los grandes compromisos de Obama. Pese a ello, esta medida fue mal vista por el Pentágono desde mucho antes de efectuarse. A Obama se le aconsejaba llevar a cabo el repliegue de manera mucho más paulatina. Pero el calendario se cumplió casi en su totalidad y la misión de la OTAN terminó de manera formal en diciembre del 2014. Hoy, a pesar de los 10 mil soldados estadounidenses que permanecen ahí, los talibanes han reconquistado casi la mitad del país, la mayor cantidad de territorio desde que perdieron el poder en 2001. Si bien hay negociaciones en proceso y algunos acuerdos han sido alcanzados, la insurgencia talibana se mantiene combatiendo ferozmente y hace unos días anunció el inicio de su ofensiva de primavera. El conflicto produce miles de bajas militares y civiles cada año, muchas de las cuales son resultado de atentados terroristas. Bajo esas condiciones, esta semana la OTAN ha solicitado un nuevo incremento de efectivos para poder cumplir con sus funciones que, en realidad, no terminaron en 2014.

Segundo, la situación de ISIS. Recordemos que esa organización tiene sus centros operativos en Irak y en Siria, y que a lo largo de los últimos dos años ha sufrido considerables derrotas en esos países, perdiendo una vasta cantidad del territorio que anteriormente controlaba. Sin embargo, ISIS no es un “grupo” terrorista, sino una red que además de tener esos centros operativos, tiene filiales, células y adherentes en al menos 28 naciones del globo. En concordancia con su discurso –“no somos un grupo, sino un estado”- sus filiales más importantes son denominadas “Provincias” (Wilayat). Estas filiales no son formadas por militantes que ISIS “envía” desde Irak o Siria, sino por grupos (o escisiones) de militantes islámicos o jihadistas ubicados en distintas partes de África o Asia, muchos de los cuales preexisten al ISIS que hoy conocemos. La mayoría de estos grupos anteriormente estaban afiliados a Al Qaeda. Comúnmente, ISIS envía representantes a esos sitios y los persuade para que cambien de bandera y se sumen a la red del “Estado Islámico”.

Eso es precisamente lo que ocurre en el caso afgano. En 2014, en el pico de sus mayores ofensivas, ISIS envía representantes a Afganistán y Pakistán, los cuales convencen a grupos de talibanes para unirse a la causa del califato que recién se había instaurado. Así, en 2015, se establece la “Provincia Oriental del Estado Islámico” (Wilayat Khorasan, o ISIS-K) formada y dirigida principalmente por exmiembros del grupo paquistaní Tahrik-i-Taliban, y por talibanes afganos. Las estimaciones de su tamaño varían de entre algunos cientos hasta 1,500 o 2000 miembros. No obstante, al operar bajo el paraguas de ISIS, el posicionamiento mediático de sus atentados contra civiles y de sus ataques contra las fuerzas de la OTAN es enorme. De ese modo, un atentado o un ataque contra las tropas estadounidenses como el ocurrido justo esta semana, puede echar por tierra la noción de que la administración Trump está combatiendo a ISIS de manera eficaz.

Tercer factor: Ahora, a todo ese esquema, hay que añadir el involucramiento de Rusia. Estados Unidos acusa a Moscú de estar armando y financiando a los talibanes y de tener un papel cada vez más activo en Afganistán. Si bien Rusia lo niega, es un hecho que el Kremlin ha estado intentando tener una presencia política en ese país de mucha mayor relevancia que en los últimos años. “Es la continuación de un viejo juego de ajedrez”, afirma al periódico Haaretz, Ghulan Jalal, director del Centro para las Diásporas Afganas en Moscú. “Los americanos han empezado a meterse en Siria, entonces Rusia tratará de influenciar los eventos en Afganistán”. Es decir, hasta 2014, Rusia incluso permitía a la OTAN la utilización de su territorio y espacio aéreo para la transportación a Afganistán de equipo militar no letal. Sin embargo, desde aquél entonces, las cosas han cambiado mucho; las relaciones entre Rusia y la OTAN se encuentran en su peor momento desde tiempos de la Guerra Fría. Es ese el contexto en el que Moscú ha liderado ya tres rondas de conversaciones entre el gobierno afgano y los talibanes. EU fue excluido de las dos primeras y fue solo invitado a la última de ellas. Por supuesto, declinó asistir.

Sumando los elementos anteriores, -recrudecimiento del conflicto afgano, la presencia de ISIS en ese país, cuando menos con su nombre y su marketing, y el revitalizado papel de Rusia en dicho conflicto- entonces quizás puede quedar un poco más claro el escenario en el cual el ejército estadounidense decide primero, estrenar la MOAB, una de las armas convencionales más poderosas que posee, justo ahí y justo ahora, y segundo, buscar un mayor presupuesto militar para incrementar su presencia en ese país. ¿Aprendizajes? Han pasado 40 años y Afganistán sigue siendo escenario de las confrontaciones entre las superpotencias, los extremistas religiosos, cuna de Bin Ladens y sus redes de terror. Cambian los nombres, las lealtades, el destino de los dineros y las armas, pero la sociedad afgana sigue padeciendo las consecuencias.

Twitter: @maurimm

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