Ignoro cuándo el ser humano tomó conciencia de su propia muerte y cuándo asumió que su destino final era idéntico al de todos los habitantes de la Tierra. El dedo pulgar del ser humano es responsable de algunas diferencias entre nuestra especie y las especies animales. El pulgar, al facilitar la aprehensión de objetos y la construcción de enseres diversos, permitió el desarrollo del cerebro humano. El cerebro se nutrió a partir de las manos y de las habilidades adquiridas gracias a esa facultad: cazar, prender fuego, dibujar y escribir fueron transformando al ser humano. Esos logros devinieron cambios en las formas de ver el mundo. Esos cambios se relacionan con diversas funciones mentales, entre ellas, la conciencia.

Se calcula que en los últimos dos millones de años el peso del cerebro aumentó casi un kilogramo (de 500 gramos pasó a mil 400 gramos). Ese crecimiento generó incontables conquistas inimaginables para nuestros antepasados, y, a la par, sembró múltiples preguntas. Fundamental para los científicos, no para la vida, es una vieja y difícil cuestión, ¿dónde se aloja la conciencia? Investigaciones recientes han demostrado que se localiza en la corteza prefrontal. La ciencia dilucidará con el tiempo, no hay duda, el sitio exacto, incluyendo los elementos bioquímicos y celulares de la conciencia. Con los años también será posible, como sucede en la ficción, modificar, para bien o para mal, la conciencia. La conciencia, o la inconciencia, es compañera perenne. No hay día sin conciencia. Sin la necesidad de estudiar células, sin tener que recurrir a microscopios sofisticados, ni publicaciones científicas, Paul Auster aborda la conciencia desde otra perspectiva: “El mundo está en mi cabeza. Mi cuerpo está en el mundo. El mundo es mi idea. Soy el mundo”.

Todas las disquisiciones previas para trazar, de nuevo, un pequeño mapa sobre la percepción de la muerte en Occidente, una sociedad donde la sobreabundancia, además de satisfacer y sobresaturar diversas necesidades, muchas veces prescindibles, depaupera al ser humano. Existe una relación inversamente proporcional entre contar con bienes materiales (que resuelven incontables avatares) y carecer de preguntas y bienes internos (que si bien hacen la vida más fácil obnubilan la mirada interna). Alejarse de cuestiones fundamentales como la muerte es el resultado de esa sobresaturación. Expropiar la conciencia es razón y consecuencia de lo mismo. La agudeza de Karl Marx nunca deja de sorprender: “No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, es el ser social lo que determina su conciencia”. En la actualidad todo lo que divierte es bienvenido, todo lo que cuestiona o incomoda es mal visto. Marx tiene razón: “…el ser social es lo que determina su conciencia”; el ser social ad hoc de nuestros tiempos es el ser de la inmediatez y la rapidez, dueño de apetitos externos, yermo de inquietudes internas.

A diferencia de mi ignorancia con respecto a la conciencia de la mortalidad, me quedan claros los esfuerzos dedicados, sobre todo por políticos y religiosos, con respecto a lo que denomino la expropiación de la conciencia. Expropiar la conciencia es una gran empresa: mermar la capacidad que tiene un sujeto de conocerse a sí mismo y a su entorno convierte a los individuos en seres dóciles. Adueñarse de la voluntad reditúa. Dictar y ordenar ofrece recompensas. Las religiones y sus acólitos pretenden hoy regir a la humanidad como lo hacían antes de la Biblia: borrando al ser humano, imponiendo reglas sui géneris para regir la conciencia. No hay nada más absurdo que negar la autodeterminación y la responsabilidad. Si el ser humano es responsable de su vida también debe serlo de su muerte. Pelear por la salud tiene sentido mientras sea factible mejorar o sanar; pelear contra la muerte a cualquier precio es absurdo. La ecuación es clara: hay una relación directa entre exceso de vida y exceso de muerte.

La insana sobresaturación de bienes y ofertas y la expropiación de la conciencia son problemas graves. Cuando se carecen de razones suficientes para contestar y la conciencia es débil, las religiones siguen siendo, Marx dixit, “el opio de los pueblos”. La responsabilidad sobre la propia muerte suma autodeterminación y conciencia de lo que en muchas ocasiones se quiere y se debe: morir con dignidad.

Notas insomnes. Tener conciencia de la muerte es característica humana. Asumir conscientemente la muerte permite vivir de otra forma.

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