Cuando el fue terminado en 1952 por el arquitecto Augusto Pérez Palacios, en colaboración con sus colegas Jorge Bravo Jiménez y Raúl Salinas Moro, comenzó a realizar en la fachada principal de esta construcción icónica de Ciudad Universitaria su mural en alto relieve La Universidad, la familia y el deporte en México.

Hecho con piedras de colores, además del artista plástico guanajuatense, participaron en su creación 70 obreros, albañiles y canteros, así como 12 pintores y arquitectos.

En este mural en alto relieve se aprecian, igual que en el escudo universitario, un águila y un cóndor, pero esta vez arropando con sus alas abiertas a una familia conformada por un hombre español, una mujer indígena y una niña que tiene entre las manos una paloma como símbolo de la paz; y debajo de ellos, una serpiente emplumada con incrustaciones de mazorcas de maíz que representa a Quetzalcóatl.

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La Universidad, la familia y el deporte en México es rematado en sus extremos por dos deportistas: un hombre (a la izquierda) y una mujer (a la derecha) que encienden una antorcha con el fuego olímpico.

“Como el Estadio Olímpico Universitario es una construcción en la que la arquitectura moderna y la técnica ancestral del antiguo México quedaron fundidas, Rivera quiso que este mural operara desde lo moderno, pero con la vista puesta en lo antiguo. Por lo demás, es una obra experimental que surgió a partir de lo que se conoce como integración plástica, movimiento que buscaba la articulación de la pintura, la escultura y la arquitectura”, apunta Daniel Vargas Parra, profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y especialista en Historia del Arte.

Dibujos preparatorios

El proyecto original de La Universidad, la familia y el deporte en México contemplaba la elaboración de un gran mural que cubriría todo el talud perimetral del Estadio Olímpico Universitario y que abordaría la historia del deporte en nuestro país, desde la época prehispánica hasta la época contemporánea.

“En los dibujos preparatorios de Rivera se puede observar que los dos atletas que están encendiendo una antorcha con el fuego olímpico eran la culminación de una serie de figuras que iban corriendo, una tras otra, en una especie de fotograma”, informa María de Lourdes Cruz González Franco, fundadora y coordinadora del Archivo de Arquitectos Mexicanos de la Facultad de Arquitectura de la UNAM.

En la fachada posterior del Estadio Olímpico Universitario, o valva poniente, Rivera tenía planeado plasmar diversos aspectos del deporte en Mesoamérica, entre ellos los relacionados con el juego de pelota.

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“A lo largo de su vida, Rivera había recopilado muchas figuras de distintas culturas prehispánicas que pensaba exhibir en el Museo Anahuacalli. Así, basado en algunas de ellas trazó el boceto de esa parte de La Universidad, la familia y el deporte en México. En él quedó registrado lo que entendía como la fusión del deporte antiguo con el ritual y la guerra”, indica Vargas Parra.

En otras secciones, de acuerdo con los dibujos preparatorios, habría otros elementos, como una mujer atleta ejecutando un salto, un jugador de futbol americano y otro de basquetbol, y un grupo de arquitectos, ingenieros y médicos mostrando la planificación de Ciudad Universitaria.

“Hay que recordar que, por lo que se refiere a México, era la primera vez que todos los especialistas unían sus esfuerzos para generar un proyecto de arquitectura social con función educativa, lo cual le atraía poderosamente a Rivera”, añade Vargas Parra.

Diferencias irreconciliables

En un congreso al que fueron invitados para que hablaran sobre Ciudad Universitaria, arquitectos tan renombrados como Frank Lloyd Wright, Walter Gropius y Richard Neutra elogiaron con entusiasmo la integración plástica puesta en práctica en el Estadio Olímpico Universitario y criticaron fuertemente otros edificios, como la Torre de Rectoría, la Torre de Ciencias y la Facultad de Filosofía y Letras.

Más seguro que nunca, Rivera no se cansó de repetir en sus conferencias que estos afamados arquitectos preferían la integración plástica y la arquitectura orgánica —que promueve la armonía entre el hábitat humano y la naturaleza— sobre cualquier otro tipo de arquitectura.

“Esto hizo que entre Rivera y los arquitectos Mario Pani y Enrique del Moral, quienes en ese momento ya estaban a cargo de la Dirección General de Obras de Ciudad Universitaria, surgieran diferencias teóricas y prácticas irreconciliables con respecto a la ejecución de la arquitectura en nuestro país. De esta manera, el proyecto original de La Universidad, la familia y el deporte en México se alargó hasta que, molesto porque uno de sus trabajadores fue acusado de extraer material de la zona, Rivera decidió hacerse a un lado y dejar inconclusa la que consideraba su mejor obra plástica”, explica Vargas Parra.

Con la salida de Rivera, no pocos arquitectos se sintieron más cómodos, pues eran partidarios de que el Estadio Olímpico Universitario conservara su línea pura y no fuera objeto de esa clase de intervenciones que ellos denominaban, no sin cierto desdén, “decorativas”.

Según Cruz González Franco, para los historiadores del arte y, en particular, de la pintura de Rivera, es una pena que este mural en alto relieve finalmente quedara inconcluso.

“Sin embargo, si La Universidad, la familia y el deporte en México hubiera sido terminado, el Estadio Olímpico Universitario quizás hubiese dejado de ser un cráter arquitectonizado, como lo llamaba el propio Rivera, que dialoga con su entorno. La idea de Pérez Palacios, Bravo Jiménez y Salinas Moro era propiciar un diálogo entre el exterior y el interior de esta construcción, es decir, que desde algunos puntos de afuera se pudiera ver algo de adentro y que desde la gradería mayor se divisara el campus universitario. No se sabe si Rivera tenía pensado utilizar también el alto relieve en los otros muros. Se ha comentado que probablemente no les hubiera dado tanto volumen para no restarle importancia a la parte central del mural. En todo caso, esta obra y el estadio constituyen una unidad indisociable y representan, tanto para los miembros de la comunidad universitaria como para el resto de la sociedad mexicana, un hito de nuestro imaginario social”, concluye.

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