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yanet.aguilar@eluniversal.com.mx
En Inframundo (Almadía), la nueva novela y cuarta entrega de la Saga Casasola, Bernardo Esquinca hace convivir en la Ciudad de México a vivos y muertos, además, metafóricamente, el narrador logra en la historia que los muertos que nos pesan y que llevamos a cuestas estén hundiendo a la urbe hasta el mismo inframundo.
Casasola, el protagonista de la saga de Esquinca que se parece mucho a él mismo, tras enfrentar asesinos de extraña naturaleza, enfrentar plagas y episodios que lo remiten a épocas del pasado de México para librar otros peligros fuera de este mundo, ha dejado el periodismo de nota roja y se dedica a editar el mensuario del Museo Nacional de Arte, mientras sostiene una relación con Dafne, ex teibolera metida a escort, a punto de retirarse.
En esta nueva entrega, la Ciudad de México vuelve a ser el escenario de un enfrentamiento: los vivos y los muertos deberán librar una batalla en la que se decidirá la permanencia del equilibrio y la humanidad, o el reinado del caos. Al mismo tiempo aparece un libro legendario escrito por Blas Botello, el astrólogo de Hernán Cortés.
“Llegar a un cuarto volumen me ha permitido seguir explorando las distintas posibilidades de diversos personajes y de la misma Ciudad de México, también mis propias posibilidades como narrador”, dice en entrevista Esquina, quien también se reconoce como un apasionado explorador obsesivo del pasado, de la historia y de la Ciudad de México.
“Si en La octava plaga todo transcurría en la época actual y en Toda la sangre había un primer coqueteo con lo histórico, y ya Carne de Ataud era una novela totalmente histórica, creo que para mí lo más significativo de Inframundo es que es una mezcla de todo; es decir, ocurre en la época actual, pero a la vez hay otras líneas paralelas donde estamos visitando misterios del pasado de la ciudad”, indica.
La nueva novela inicia con La noche Triste, que sirve de prólogo a este episodio que transcurre entre el presente de México y La Conquista, donde, dice Esquinca, vemos cómo se gesta este libro maldito de Blas Botello, el malogrado astrónomo de Cortés, y de ahí los lectores lo acompañamos por distintos avatares, por distintas épocas y vamos viendo el daño que va causando. A la vez está Casasola en la época actual, que se liga a este misterio y a otros.
“Creo que esta novela es en la que le he dado más chamba al pobre de Casasola porque además descubre este portal en el que puede ir y venir en distintas épocas de la Ciudad de México y, entonces, todos estos misterios, todas estas líneas paralelas van convergiendo en un clímax, pero además de ver el presente de la ciudad y a Casasola en una nueva etapa de su vida, me pongo a excavar en el pasado de la ciudad, que es mi obsesión favorita”, asegura el también autor de Los niños de paja.
En Toda la sangre, Casasola es herido por el asesino ritual pero sobrevive, por eso decide dejar a un lado el periodismo de nota roja y ahora en Inframundo está más contemplativo caminando por la ciudad y es en esta tranquilidad donde Esquinca hace descender a su protagonista, literalmente, al inframundo, para salvar la ciudad de los vivos y los muertos.
“En este caso me gustaba mucho la idea de retomar este personaje del abuelo, pero no era fácil, cómo hacer que el abuelo regresara, lo que hice fue inventar este artefacto narrativo que permite el encuentro y la convivencia entre los vivos y los muertos en esta ciudad, que así lo es en la vida real, no sólo por nuestros ancestros y por nuestro pasado sino por toda la violencia que conocemos”, dice.
Su interés era hacer evolucionar a Casasola, hacerlo pasar de un periodista de nota roja que recibe la ayuda de mucha gente a un detective que se asume como tal y se transforma y toma las riendas de su vida y de sus historias. “Siento que es una saga que todavía da para más, mientras Casasola me lo permita”, dice Esquinca.