Los registros de sequías en el país están presentes desde hace más de 2 mil años y los antiguos pobladores de Mesoamérica buscaron a través de rituales contrarrestar los efectos de la falta de lluvia, dejando evidencias que actualmente estudian algunos investigadores.
Hubo un año en que mujeres y hombres mexicas tuvieron un precio: 400 mazorcas. Los compradores fueron totonacos y huastecos, es decir, enemigos de Tenochtitlan. Los mexicas tenían hambre, ofrecieron a sus hijos a cambio de comida. Esto sucedió en 1454, durante el gobierno de Moctezuma Ilhuicamina, cuando el centro del país atravesó un periodo de extensa sequía.
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Los testimonios de esa crisis quedaron plasmados en los anales de toda la Cuenca de México, en las crónicas de fray Diego Durán y en diversos códices; por ejemplo, en estos últimos se representaron cadáveres devorados por aves carroñeras y a personas en inanición con las costillas marcadas y vomitando.
Leonardo López Luján, director del Proyecto Templo Mayor (PTM), comenta que en el recinto sagrado de Tenochtitlan hallaron una ofrenda con 42 niños sacrificados y un bajorrelieve con la fecha uno conejo, ambos vestigios asociados a la sequía de 1454.
“Esta Ofrenda 48, excavada en 1980, es un contexto interesante a nivel científico que nos ilustra cómo las sociedades del pasado respondían a los desastres sociales. Lo que vemos ahí es un holocausto, un sacrificio de infantes de entre dos y siete años de edad, práctica relacionada al culto de las divinidades acuáticas que se acostumbraba en el México prehispánico”, explica.
Sin embargo, en Mesoamérica la inmolación de infantes era un rito de baja intensidad, es decir, se sacrificaban uno o dos niños en las fiestas consagradas a los dioses de la lluvia.
“Nuestra sorpresa fue que no aparecieron dos sino, por lo menos, 42 infantes, digo por lo menos porque la ofrenda fue perturbada en la parte superior, tal vez en la época colonial rompieron su tapa y hasta arriba los materiales prehispánicos estaban mezclados con materiales coloniales, entonces es posible que hubiera más esqueletos de niños”, comenta el arqueólogo.
Estos restos coinciden en temporalidad con una lápida calendárica de basalto empotrada en la fachada oriental de Templo Mayor, pertenecientes al reinado de Moctezuma Ilhuicamina (1440-1469 d.C.), que tiene esculpida la fecha “1 conejo” (ce tochtli) y, de acuerdo con la correlación de años mexicas con años cristianos hecha por Alfonso Caso, corresponde al año 1454.
“Si te remites a los anales y a casi todas las fuentes históricas del centro de México, éstas mencionan que en ese año y, al parecer, hasta 1455, hubo heladas y sequías, una combinación letal que dejó a la gente sin alimentos y tuvo enormes consecuencias económicas, sociales, políticas y religiosas”, indica López Luján.
A nivel religioso, la derivación fue un sacrificio masivo de niños y niñas. El arqueólogo detalla que los mexicas seleccionaron infantes por su parecido a los asistentes del dios de la lluvia, los tlaloque, unos “ministros pequeños de cuerpo”.
Además de ser pequeños, los niños tenían que haber nacido en ciertos días del año asociados a los dioses de la lluvia, tener dos remolinos en la cabeza y, posiblemente, estar enfermos.
El antropólogo físico del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), Juan Alberto Román, analizó las paleopatologías de los restos óseos de la Ofrenda 48. Los resultados indicaron que la mitad padeció hiperostosis porótica, consecuencia de anemia por carencia de hierro, mala asimilación de nutrientes y problemas gastrointestinales. También, algunos huesos presentaron caries circulares relacionadas a la desnutrición posparto.
Escasez de alimentos
En Tenochtitlan, las semillas que los pueblos sometidos enviaban a los mexicas, se almacenaban en las arcas reales para que, en momentos de crisis, pudieran redistribuirse.
Fray Diego Durán narra en sus crónicas que Moctezuma, en 1454, abrió estos almacenes para ayudar a los damnificados por las sequías. Les entregó maíz, frijoles, chile, chía y demás granos. Sin embargo, al año, las reservas se acabaron y el tlatoani le dijo a su pueblo que cada quien buscara una solución.
“Las fuentes mencionan que los mexicas se vendieron a ellos mismos y a los niños como esclavos, se ofrecieron a gente de Veracruz, de la costa del Golfo, a los cohuixcas de Guerrero y a los huastecos de Cuextlan, es decir, a tierras donde no había sido tan dura la sequía”, platica López Luján.
La lógica de los mexicas fue que si vendían al hijo éste sobreviviría como esclavo en un lugar donde sí había alimentos y a cambio la familia obtendría semillas que transportarían a la Cuenca de México. “En algunos casos, cuando acabó la sequía, fueron a recuperar a sus hijos, a comprarlos o bien, a hacerles la guerra a esos pueblos que se habían aprovechado de la situación”.
Algas, indicadores de sequías
Además de los códices y las crónicas, existe un material que narra las historias de sequías en el país, se trata de los sedimentos lacustres.
Margarita Caballero, investigadora del Instituto de Geofísica de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), recupera estos materiales para conocer las condiciones climáticas milenarias y para establecer una relación entre sequías y el colapso de antiguas civilizaciones.
Los sedimentos se conforman de componentes detríticos, minerales y microfósiles entre los que se encuentran restos de polen y de algas, siendo estos últimos en los que se especializa Margarita Caballero. Uno de dichos registros son las diatomeas, organismos unicelulares que viven en el agua y por lo tanto desaparecen cuando bajan los niveles, siendo indicadores de sequías o de humedad.
Cuando hay ausencia de diatomeas y por otro lado aparecen pólenes de especies que crecen en ambientes pantanosos, (por ejemplo, ciperáceas, Typha y Alternanthera), se tiene señal de sequía.
A partir de los sedimentos, la investigadora observó en el Lago Coatetelco, ubicado en el Valle de Cuernavaca-Apatlaco, y en el Lago Cráter Santa María del Oro, en Nayarit, una correlación entre periodos de sequías y el despoblamiento de grandes urbes prehispánicas como Xochicalco, Tula y Cantona hacia los años 900 a 1000 d.C.
Por ejemplo, hubo una gran sequía que azotó al país, desde la Península de Yucatán hasta el Pacífico, misma que otros grupos de investigación también han estudiado, en especial, sus repercusiones en el área maya.
“No estamos seguros hasta qué grado pudo tener influencia en las poblaciones, pero lo que sí sabemos es que ocurrió exactamente en momentos que involucraron el abandono de ciudades. El Lago de Coatetelco lo escogimos porque está muy cerca de Xochicalco y es un sitio arqueológico que del año 900 al 1000 d.C., al igual que otras grandes ciudades del centro como del sur del país, fueron abandonadas”, narra.
La investigadora de la UNAM plantea que esta sequía fue un factor que puso en estrés a las sociedades generando un colapso cultural. En sus palabras, es curioso que asentamientos con miles de habitantes y en continua producción de arte detuvieran su actividad y sus pobladores se dispersaran.
Este fenómeno sucedió en toda Mesoamérica, enfatiza Caballero Miranda. Probablemente fueron años de sequía intercalados con años menos secos, pero al fin de cuentas, con una reducción en la humedad.
La experta está consciente de que cada ciudad antigua tuvo su propia historia, pero la mirada que observa a nivel regional es un estrés climático que favoreció escenarios de escasez de recursos e incluso, en algunos sitios los arqueólogos han reportado para estos tiempos, una militarización en las sociedades y mayor actividad de guerras.
En el caso de Teotihuacan, la arqueóloga Linda Manzanilla ha señalado que las evidencias de sequía son indirectas: la gran revuelta contra la elite gobernante tuvo como corolario el gran incendio de 570 d.C. y la destrucción de todos los complejos arquitectónicos principales de la Calzada de los Muertos.
Al respecto, Caballero Miranda narra que cuando Teotihuacan colapsó otras ciudades del Altiplano como Cacaxtla, Xochicalco, Tajín y Cantona iniciaron un gran desarrollo cultural, pero en el año 900 y 1000 d.C. esas urbes tuvieron una pausa que culminó en el abandono.
Hielo y sequía
Otro periodo de sequía que detectó la investigadora de la UNAM ocurrió antes de la llegada de los españoles al centro del país. Fueron años en que las temperaturas descendieron inusualmente durante el invierno. Ese lapso se denomina Pequeña Edad de Hielo, abarcó de los años 1400 al 1550, siendo del 1400 al 1450 la temporalidad más intensa.
Grosso modo, Margarita Caballero explica que los momentos de climas más fríos se asocian con un ciclo natural de actividad solar menor y que alrededor del año 1500 d.C. se registró en toda Europa y América.
“Tanto el trabajo que hicimos en Santa María del Oro como Coatetelco, los sedimentos nos indican que fueron años fríos y también secos, se juntaron las dos condiciones y el impacto en las sociedades debió ser muy fuerte”, narra.
Esos años del pasado al igual que en los recientes, las sequías de la primavera se prolongan a causa de El Niño. La investigadora detalla que, en el centro de México, este fenómeno genera lluvias tardías, primaveras calientes y una gran cantidad de incendios forestales.
Augurios mayas
Los mayas no sólo nombraron los periodos de sequías, al igual que el pueblo mexica trataron de ahuyentarlos con rituales. Una evidencia de ese intento, en el año 750 d.C., aparece en el Monumento 1 de Xkombec, sitio ubicado al sur de Campeche.
En dicha estela revisada por Philip Galeev, investigador del Centro de Estudios Mesoamericanos Yuri Knórozov, Universidad Estatal Rusa de Humanidades, aparece escrita la frase chohkaj ch’aj-e, que se traduce: “Fueron esparcidas las gotas”, y hace referencia a una ofrenda de copal que los mayas hacían al final de cada k’antun o ciclo de 20 años de 360 días.
En Xkombec, la fecha del ritual es un año más temprano que la terminación del katún número 16, por lo que la ofrenda de copal tuvo otra función y una palabra en otro bloque del Monumento 1 podría explicarlo: haab’.
El epigrafista Alfonso Lacadena sugirió que haab’, además de su significado principal que es año, puede traducirse como “tiempo”, lo que coincide con dos frases mencionadas en el Códice Dresde: la época de sequía (k’in-tuun haab’il) y la época de muerte (kimiil haab’il). En el siguiente jeroglífico también aparece una palabra clave: wih, que significa hambre.
La traducción que propuso Lacadena y que retoma Galeev es que en Xkombec se realizó una ofrenda de copal durante la época de hambre para pedir a los dioses abundancia.
Otra mención de la hambruna que estudió el investigador ruso está en la urna funeraria número 26 de Comalcalco, Tabasco, donde están escrito k’intuun, que se traduce como “sequía” y wi’naal que quiere decir “hambre”.
“En Palenque, en las inscripciones del Templo de las Cruces también se habla de katunes asociados con árboles que no brotan y tiempos de hambruna dando a entender que hubo un período de sequía”, comenta el epigrafista Octavio Esparza Olguín.
Uno de los motivos del colapso maya que recurrentemente se menciona es la falta de lluvia. El también investigador de la UNAM menciona que estas crisis duraban desde tres a veinte años con precipitaciones en tiempos muy espaciados, lo que complicó la supervivencia de grandes poblaciones.
“No se puede decir que la sequía fue el único factor determinante para el llamado colapso maya, al menos no en las tierras bajas. Hubo eventos multifactoriales, es decir, sequías, pero también la sobreexplotación del entorno por parte de los mismos mayas, por ejemplo, tenían que deforestar para la construcción de ciudades”, detalla Esparza Olguín.
Algunas urbes que abarcó esta sequía fueron: Tikal, Calakmul, Palenque, Piedras Negras y Naranjo, todas ubicadas en franja de las tierras bajas centrales.
Otra característica de esta área es la carencia de cuerpos superficiales de agua, es decir, no hay ríos ni arroyos. Esparza Olguín menciona que estas culturas fueron grandes constructores de obras hidráulicas como canales, diques y terrazas de cultivo, indispensables para almacenar agua y enfrentar los periodos largos de sequía.