Abril ingresó a la Policía Federal hace 12 años. Cuando le entregaron su primer arma, medio oxidada, acompañada de 90 balas y un chaleco antibalas que caducaría un par de meses después, para combatir la delincuencia en Guerrero, una de las entidades más violentas de nuestro de por sí violento país, entendió que la batalla sería desigual.

Guerrero es una entidad bañada en sangre. Encabeza el ranking de homicidios dolosos. También, junto con Guanajuato, el de policías asesinados. La autoridad ahí no lo es. En ciertas zonas, el gobierno está en disputa, pero no entre autoridades y criminales, sino entre los propios grupos delincuenciales, que pelean por el control de plazas. Ser policía en un entorno así, es todo menos esperanzador.

Siempre quiso ser policía para “ayudar y servir”. Cuando Abril tuvo su placa y salió a campo, no tenía más que tres meses de capacitación teórica y la operativa era nula. 12 años después, puede decir que salvó su vida, pero hacerlo le costó la libertad. Abril no engrosará la cifra de policías asesinados, uno de cada 2 mil elementos, en promedio, pero sí la de aquellos agentes que se corrompieron.

Hoy su realidad es muy distinta a la de hace 12 años. La vida no se ve igual afuera que dentro de una cárcel. Está privada de la libertad, desde hace dos años, en un penal de máxima seguridad femenil. Desde su interior, me cuenta lo que vio, cómo lo vio. Me platica lo que implica estar en el frente de batalla, casi abandonada.

Abril fue detenida junto con su novio, uno de los “Objetivos prioritarios” del gobierno guerrerense, y de los principales operadores del Cártel de los Beltrán Leyva. Le espera una sentencia por los delitos de asociación delictuosa y narcotráfico.

“No podemos unos sin los otros, los recursos están muy limitados” me cuenta mientras empezamos a hablar de cómo es que la policía se relaciona con los distintos grupos delictivos. “Si la misma policía te diera lo que necesitas para trabajar, no tendríamos necesidad de que nos apoyen los malos para hacer nuestro trabajo. Como grupo nos sentíamos protegidos, teníamos mas apoyo”, dice.

Entre los muchos saldos que arroja la guerra contra el narcotráfico, está el de la corrupción que carcome a las policías que, en no pocos municipios y entidades, han adoptado formas de operar que no caben en la categoría de lo ético y legal.

Abril conoció a su novio porque su jefe directo, otro policía, se lo presentó en una noche de copas. “Todos lo conocían. Él era el mero mero ahí en Acapulco para combatir a los CIDA; teníamos el mismo objetivo: ellos nos ayudaban a limpiar su plaza, nosotros necesitábamos detener delincuentes, consignar armas y droga, y ellos operar la droga que se consume”. Curioso ganar-ganar.

Juzgarla, sería fácil. Pero entenderla nos aproxima a lo que viven miles de policías en México. Si aspiramos a profesionalizar los cuerpos policiacos, a convertirlos en autoridades confiables y al servicio de los ciudadanos, necesitamos comenzar a escucharlos.

“Necesitamos capacitación. Necesitamos herramientas y material para poder trabajar. De otra manera no podemos ir unos pocos a combatir la delincuencia de Acapulco”, termina.

Y podría ser Acapulco, o podría ser cualquier otra Ciudad. La policía está rebasada, infiltrada y corrompida. Se necesita con urgencia, en la ruta de construir una nueva estrategia de seguridad por parte del gobierno entrante, voltear la mirada hacia ella.

Abril es cientos, quizá miles de policías que están en las calles sobreviviendo, abandonados por sus corporaciones —relegadas a su vez por autoridades federales, estatales y municipales—, cooptados por el crimen, en contubernio con los criminales.

Presidenta y cofundadora de Reinserta AC

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