El abuso sexual cometido por cientos de sacerdotes católicos alrededor del mundo es una tragedia para las víctimas, sus familias y las sociedades en conjunto. La perversidad de los religiosos abusadores trastocó para mal la vida de niños inocentes. Ante ello, la institución religiosa más longeva del mundo, la Iglesia católica, enfrenta una realidad ante la que debe tomar medidas más eficaces para neutralizar este fenómeno nefasto.

Hace unos días se hizo público que más de 300 sacerdotes católicos abusaron de niñas y niños durante las últimas siete décadas en Pensilvania, Estados Unidos. Estos sucesos, agrega la investigación, fueron posibles y se perpetuaron gracias al encubrimiento de funcionarios de la iglesia local y del Vaticano. Se trata de más de mil infantes que sufrieron vejaciones durante este tiempo.

Los casos de abuso sexual por parte de sacerdotes católicos hacia menores de edad se han registrado en varios países alrededor del mundo, no solo en Estados Unidos. Se sabe que el fenómeno ha ocurrido en países de Europa, Latinoamérica, incluyendo a México, y Oceanía. Miles de historias de abuso resuenan en la conciencia de una institución que, a pesar de los esfuerzos de los últimos años, encuentra minada su credibilidad por la falta de contundencia en las disposiciones para evitar que estos hechos sigan ocurriendo.

Es cierto que la mayoría de los casos reportados por la investigación publicada en EU forman parte del pasado, no obstante, las vidas de las víctimas y de sus familias fueron trastocadas fatalmente, las consecuencias de estos actos perduran en el tiempo. Sin el seguimiento a las denuncias y sin la persistencia de las víctimas por encontrar justicia no habría sido posible enfrentar los intentos de censura, las complicidades y las omisiones de la burocracia católica ante estos hechos.

El papa Francisco ha reconocido la responsabilidad de los clérigos y de la Iglesia católica en las violaciones cometidas por sus representantes; ha reprobado los hechos y manifestado el mal proceder de la institución en muchos de los casos. Debe insistirse, sin embargo, en la necesidad de ir más allá. Los abusos sexuales contra menores, tal como ha indicado el papa Francisco, tienen implicaciones legales que deben dirimirse.

Es necesario un trabajo conjunto más amplio entre la Iglesia católica y las autoridades civiles en donde tiene presencia, de modo que esta tragedia no tenga lugar. Si bien el abuso sexual es un fenómeno que no es exclusivo de esta institución, es necesario aplicar los criterios de tolerancia cero, como ordenó el Papa, de modo que los religiosos que incurran en estos actos atroces no solo enfrenten la justicia canónica, sino también la civil. Los abusadores de niños, vengan de donde vengan, deben ser castigados.

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