En un conocido relato, una misteriosa dama revela tres cartas que harán la fortuna de su poseedor. Las dos primeras le permiten al afortunado jugador doblar su riqueza en cada mano, pero lo que no sabe es que puede perderlo todo en la tercera.

Andrés Manuel López Obrador se encuentra más o menos en la misma situación respecto a su relación con Donald Trump. Ha ganado, hasta ahora, un primer pase de forma clamorosa al obtener una mayoría absoluta y alineando así todos los factores de poder que un presidente ha tenido en la era democrática.

Su fortaleza no proviene del hecho de que Trump respeta a los hombres fuertes, sino de que sea el opositor de un gobierno al que claramente despreció y al que nunca quiso concederle un punto. Es interesante escudriñar en la sicología de Trump y reconstruir por qué decidió arrinconar al gobierno de Enrique Peña Nieto en la más sombría de las esquinas.

Puede ser porque percibió una combinación de debilidad al invitarlo a Los Pinos cuando todavía no era presidente o que el mandatario estadounidense intuyera que quisiera jugar zorrunamente a sus costillas llegando a un pacto con su yerno.

El caso es que Trump pagó el favor de Peña Nieto con la más amplia desconsideración y, en contraste, le ha dado a López Obrador todas las cortesías políticas que un gobierno extranjero puede tener con un político de signos ideológicos diferentes. Dos cartas, pues, que ponen a López Obrador con más fichas de las que hubiese imaginado.

Su reunión con los funcionarios encabezados por Mike Pompeo, lejos de parecer una encerrona (como a algunos nos había parecido que podía ser) fue una visita de cortesía con un amplio significado político. La misteriosa carta con los cuatro puntos elaborados por su equipo es aún una incógnita y sólo la conoceremos en el momento en que Trump decida marcar el tono de la relación. Esto le da un carácter estremecedor al juego.

Como la tercera y última carta de la Dama de Pique, en esta mano, por decirlo en dos pinceladas, puede ocurrir un intento de reencausar de manera incremental la relación entre los dos países con una solución satisfactoria del tema comercial y un planteamiento digno (y mutuamente útil) para el manejo de los flujos migratorios o bien, que le sugiera algo inadmisible a López Obrador como romper el trilateralismo de las relaciones comerciales o incluso plantear el papel de sala de espera de los migrantes centroamericanos y verse obligado a bajar las expectativas iniciales y manejarse en un tono conservador e incremental.

De cualquier manera, los intereses nacionales mexicanos no pueden ser muy diferentes a los que esta administración ha defendido y es que los aranceles agresivos deben ser respondidos de manera simétrica, aunque los lleven a la OMC.

Las reglas de origen y la cláusula de la renegociación quinquenal son inadmisibles, como lo son también los capítulos ligados a la resolución de controversias. Dudo mucho que un gobierno nacionalista pueda avanzar demasiado en el tema de seguridad o control migratorio, pero considerando que Juárez presidió la reunión entre López Obrador y Pompeo y el benemérito es la fuente de inspiración del próximo presidente, no sería tampoco impensable llegar a un pacto pragmático y poco explicable para un sector del morenismo tradicionalmente antiyanqui, pero consonante con el interés de un gobierno que tiene muchas prioridades internas y que preferiría no distraerse con interminables guerras con el mercurial presidente de los Estados Unidos.

Analista político

@leonardocurzio

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