San José.— El silencio y la pasividad son “malas opciones” para la política exterior mexicana, alerta Kevin Casas, politólogo, abogado, vicepresidente de Costa Rica de 2006 a 2010 y secretario de Asuntos Políticos de la Organización de los Estados Americanos (OEA) de 2012 a 2015.

En entrevista con EL UNIVERSAL, Casas señala que cuando Andrés Manuel López Obrador inicie este 1 de diciembre su sexenio, deberá aprovechar que Brasil, el “otro gran actor” de la región, entra en una “fase muy controversial” con Jair Bolsonaro, quien asume el 1 de enero de 2019 y es visto “con gran desconfianza” en América Latina. “Ahí hay un espacio grande” para López Obrador, dice el experto.

¿Qué espera Centroamérica de López Obrador en el tema de la crisis de migrantes de la región?

—Nada muy distinto de lo que está haciendo la administración de [Enrique] Peña Nieto. Para López Obrador es clave encontrar áreas de cooperación con Estados Unidos y esta es una. No hay que olvidar que el paso de migrantes centroamericanos no es popular en México.

Centroamérica, como vecino sur de México, sufre violencia, corrupción e ingobernabilidad. ¿Cómo puede responder López Obrador a ese panorama?

—México jugó un papel muy importante en Centroamérica en las décadas de 1970 y 1980. A partir de la firma del TLCAN (Tratado de Libre Comercio de América del Norte), toda la política exterior de México se enfocó al norte y cualquier preocupación por Centroamérica y el Caribe desapareció. A finales de la administración de [Felipe] Calderón (2006-2012), México vuelve a intensificar un poco su relación con Centroamérica para tratar de contener una situación muy deteriorada de seguridad en el norte del istmo, sobre todo en Guatemala.

Pero es muy notorio que, aun en ese caso, el involucramiento de México con Centroamérica en seguridad ha sido mucho menor que el de Colombia, que ha prestado una colaboración considerable en seguridad, de una forma que México en realidad no lo ha hecho. Mucho dependerá de la política de seguridad de López Obrador, que aún no luce clara. Lo más probable es que Centroamérica permanezca en los márgenes de una política exterior que, a su vez, permanecerá en los márgenes de las prioridades de López Obrador.

Ante las crisis de Nicaragua y Venezuela, López Obrador anunció que se apegará a la doctrina Estrada, de 1930, de no intervenir en asuntos internos de otros Estados y del derecho a la libre autodeterminación de los pueblos.

—Me parece una pena. Lo que hacen los regímenes de [el nicaragüense Daniel] Ortega y de [el venezolano Nicolás] Maduro debería ser de suyo inaceptable en una región fundamentalmente democrática. El peso diplomático de México podría ser considerable empujando a la región y, sobre todo, a Centroamérica hacia soluciones negociadas en ambas crisis... La presión internacional en la denuncia de las violaciones sistemáticas de derechos humanos de ambos regímenes es un elemento importante, no decisivo, para hacer posible una salida negociada. Aun una administración como la de Peña Nieto, tan cuestionada en tantos aspectos, ha jugado un papel importante en la presión regional sobre Venezuela. Eso me tocó verlo en la OEA. Renunciar a ese papel me parecería un grave error y una pérdida neta para la diplomacia y la democracia en la región.

¿Es válido que López Obrador siga una política exterior de hace más de 80 años ante Venezuela y Cuba, donde derechos humanos, democracia y dictadura son factores por los que se cuestiona hoy a esas naciones?

—Válido puede ser. México es soberano para decidir su política exterior. Me parece que es una pena. La democracia, imperfecta pero mejor que lo que había antes, es el gran logro de América Latina de los últimos 40 años. Protegerla es un deber, sobre todo en esta hora en que la democracia está bajo asedio.

¿Cómo debe López Obrador hacer valer la influencia de México en la zona?

— No renunciar a tener un papel diplomático en la región. Si México tiene alguna aspiración a ser un actor de peso en el mundo, el silencio y la pasividad en su región son malas opciones. México puede jugar un papel muy influyente, sobre todo ahora que el otro gran actor, Brasil, va a entrar a una fase muy controversial de su política exterior. El nuevo gobierno de Jair Bolsonaro va a ser percibido con gran desconfianza y recelo por la mayor parte de América Latina. Ahí hay un espacio grande que México no debe dejar de aprovechar.

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