San José

La decisión de Nicolás Maduro de ignorar las presiones internas y externas y asumir ayer la presidencia de Venezuela para un segundo sexenio consecutivo que debería finalizar en 2025, consolidó el poder de las fuerzas ortodoxas y radicales del chavismo más leales a Cuba en el régimen de Caracas y alejó la posibilidad real de avanzar a negociaciones creíbles con la dividida oposición antichavista para reconstruir la democracia venezolana.

Amparado en sólo un puñado de emisarios de gobiernos de América Latina y el Caribe-México, Cuba, Nicaragua, Bolivia, El Salvador, Dominica, Belice, San Vicente y las Granadinas, San Cristóbal y Nieves y Antigua y Barbuda y del ámbito regional —y de Rusia, China, Turquía, Bielorrusia, Siria, Angola, Argelia, Osetia del Sur, Palestina y Laos, entre otros—, Maduro cumplió su promesa: tomar protesta sin importar que lloviera, tronara o relampagueara.

Aunque más de 45 países de América y Europa se negaron a reconocerle como Jefe de Estado, Maduro capeó el acoso enemigo en su ruta indetenible para preservar el poder y acorraló a la oposición con un dilema: o permanece como protagonista errático sin opción certera de lograr un cambio en Venezuela o asume el riesgo de romper con el inmovilismo y se une más allá de intereses personales, partidistas y oportunistas.

Avalado por la todavía pública y evidente fidelidad de las castas militares chavistas, que controlan el aparato bélico, defensivo y de seguridad castrense, policial y paramilitar de Venezuela y asistieron a la juramentación en el Tribunal Supremo de Justicia, Maduro se encumbró al nuevo mandato pese a las dudas nacionales e internacionales sobre la validez y la pureza de su reelección.

De manera coincidente, Maduro acudió luego puntual a un “acto de reafirmación, reconocimiento y juramento” en la Fuerza Armada Nacional Bolivariana en su honor como “Comandante en Jefe”.

Ante delegados de la izquierda tradicional latinoamericana y caribeña, el sucesor de Hugo Chávez y rostro principal del chavismo y de sus herederos de absoluta lealtad con Cuba dejó atrás múltiples cuestionamientos de Estados Unidos, la Unión Europea, 13 países del Grupo de Lima (sin México) y otros sectores que lo acusaron de reelegirse en mayo de 2018 en comicios ilegítimos y antidemocráticos y, a partir de ayer, desconocieron a su gobierno.

Maduro “intenta burlarse de la democracia” y es un “victimario que se victimiza”, escribió ayer el presidente de Argentina, Mauricio Macri, en su cuenta de Twitter. “Venezuela vive bajo una dictadura”, alegó.

En su toma de posesión, el ex chofer de autobuses y ex dirigente sindical, educado en una escuela “de cuadros” del Partido Comunista de Cuba en La Habana y de 56 años refutó la andanada de ataques.

En sintonía de retador, se posesionó sin contratiempos en la silla principal del Palacio de Miraflores de Caracas, sede de la Presidencia, para darle continuidad a un primer mandato que inició en abril de 2013 por la muerte de Chávez.

Pero más allá de sus encendidos y desafiantes mensajes de repudio a Washington y a los gobiernos americanos y europeos que le desconocieron, y de las proclamas procubanas y protercermundistas, Maduro se afianzó en el trono de Miraflores sometido al más profundo conflicto político, socioeconómico e institucional de Venezuela desde que su predecesor inició el proceso revolucionario bolivariano en 1999.

En ese otro turbulento panorama, no obstante, el pronóstico es de lluvias, truenos, relámpagos… tempestades y huracanes.

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