Robert Ryan es uno de los instructores de rehabilitación del UMass Memorial Medical Center de Worcester, en el centro de Massachussets, epicentro de la crisis de consumo de opiáceos que sufre Estados Unidos. Al otro lado del teléfono, Ryan suena convencido de su trabajo para ayudar a adictos que quieren salir adelante y dejar el consumo de drogas, heroína y analgésicos en su gran mayoría; y lo hace desde el conocimiento de haber sido uno de ellos.

Porque Ryan lleva cuatro años y medio sobrio. Cuenta EL UNIVERSAL, con todo detalle, cada una de las fases que le convirtieron en un adicto. “Empecé a tomar drogas y alcohol muy joven, como a los 12 o 13 años”, rememora desde la sede del hospital donde da apoyo a aquellos que son lo que él llegó a ser.

Relata que empezó, en parte por un entorno complejo (su madre y hermana también consumían). “Entré [en las drogas] y estaba aceptado en mi casa. Las drogas y el alcohol me daban todo lo que quería”, asegura. Lo que quería, como cualquier joven, era reconocimiento entre sus compañeros, sensaciones nunca antes vividas. La euforia le llevó a consumir de forma diaria, y para poder adquirirlo “vendía cualquier cosa”.

No podía faltar mucho para que tuviera sus primeros encuentros con la ley: una redada policial cuando tenía 15 años le dio la bienvenida a los “líos legales”. Nada lo detuvo: con 16 años se emborrachaba a diario, “experimentando con diferentes drogas”.

El momento del cambio. Su vida era un desastre: fracasó en el instituto, nunca tuvo un trabajo. A los 19 empezó a con los opioides, la heroína y la cocaína. Un año más tarde, su vida cambió radicalmente. “Cuando cumplí 20 fui encarcelado por drogas”, explica. La cárcel le cambió la vida y se dio cuenta que “estar sobrio y conseguir la sobriedad” era lo único que quería.

En 2016, la gobernación de Massachussets estima que murieron 2 mil 190 personas por culpa de los opiáceos, un 24% más que en 2015 y un 54% más que en 2014. En lo que va de año, hasta septiembre, ya habían muerto mil 470 por la epidemia: 81%, por culpa del fentanilo. y sus derivados; la mayoría, varones de entre 25 y 34 años de raza blanca.

De no haber vivido ese punto de inflexión en una celda durante dos años y medio, es probable que Ryan ahora formara parte de las estadísticas. Antes de estar entre rejas había probado desintoxicarse sin éxito. De nada le sirvieron los “programas de 12 pasos”, los consejeros, los encuentros en hospitales… “Recibía una ayuda que no estaba aceptando: todavía estaba en la misión de estar drogado y bebido, intentando continuar por ese camino”, explica.

Su nueva vida, la “historia real de sobriedad”, empezó tras una reflexión interna. “Pensé en lo que había hecho, lo que era, lo que iba a ser mi vida si continuaba por ese camino”, y eso le llevó al programa STOP de tratamiento, especialmente en los últimos nueve meses de cárcel, que le dieron “las herramientas y esperanza de mantenerme sobrio cuando fuera liberado”.

En 2012, cuando Ryan empezó el tratamiento, sólo en Worcester murieron 29 personas por culpa de los opiáceos. El año pasado, la cifra había aumentado a 64, si bien tocó techo en 2015 con 81 muertos por heroína o sobredosis de analgésicos.

Ryan es ahora un ejemplo a seguir para aquellos que buscan la ayuda y la rehabilitación en el UMass Memorial Medical Center.

Desde hace dos años y medio es uno de los instructores de rehabilitación, guiando a aquellos pacientes admitidos en el hospital para darle los servicios que ofrece la comunidad y ver qué soluciones potenciales puede aportar para llegar al nivel de sobriedad que él ha conseguido. A pesar de que no es un consejero ni médico con título, Ryan se considera un “conductor de acciones”, guiado por “la experiencia de mi propia rehabilitación”.

Al final de todo, el éxito de su trabajo depende de él mismo. “Lo más importante al final ha sido estar sobrio yo mismo, mi rehabilitación diaria es lo más importante. Sin mi sobriedad no tengo nada”, sentencia.

Desde que empezó su rehabilitación hasta el día de hoy ha visto cómo ahora la ayuda es mucho más rápida, el seguimiento más intenso y el acceso a recursos médicos más efectivos.

Pero, a final de cuentas, gran parte del trabajo de desintoxicación se basa en la capacidad de Ryan de “despertar conciencia a través de mi presencia”, o, lo que es lo mismo, “mantenerse sobrio y mostrar que es posible vivir una vida de rehabilitación”.

Hoy estudia para obtener la licencia oficial de consejero por abuso de drogas y forense. De momento, sin embargo, no prevé moverse de su trabajo como instructor en el hospital, algo para que no ve fecha de vencimiento.

“No planeo hacer nada diferente durante el próximo año, aunque es verdad que la instrucción en rehabilitación se puede hacer de forma privada y en diferentes niveles de cuidado”, concluye.

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