Bruselas.— La incertidumbre ha prevalecido desde que los británicos votaron en junio de 2016 a favor de la salida de la Unión Europea.

Ante el 31 de octubre todos los implicados vuelven a padecer la parálisis del temido ultimátum, como previamente ocurrió el 31 de marzo y el 12 de abril.

Para entrar en vigor, el eventual acuerdo al que llegue Londres y Bruselas requerirá del visto bueno del Parlamento británico, en el que sólo hay mayoría para vetar por ley el escenario del Brexit sin acuerdo.

Está por ver hasta dónde Johnson está dispuesto a llegar, pues podría seguir adelante con el plan suicida del Brexit duro, asumiendo las consecuencias legales y judiciales de dicho escenario. En caso de que decida salirse por las bravas, Gran Bretaña pasaría a ser un tercer país, con consecuencias para los expatriados, el sector financiero, la pesca, los puertos, el transporte, la energía, la industria farmacéutica, alimentaria y turística, por citar algunos.

El no acuerdo implicaría, a partir de la hora cero, el fin de la libre circulación de personas, mercancías y servicios. En materia comercial, se aplicarían las tarifas de la Organización Mundial del Comercio. “Tendría consecuencias catastróficas”, advierte la Asociación Europea de Fabricantes de Automóviles. Estima que las reglas de la OMC para los automóviles se traducirían en una factura para la industria y los consumidores equivalente a 5.7 mil millones de euros.

La economía británica registró un decrecimiento de 0.1% en agosto. De acuerdo con James Smith, economista del banco holandés ING, las empresas se muestran reacias a expandirse ante la incertidumbre que rodea el Brexit.

Señala que los vencimientos de los plazos de salida, como el próximo día de Halloween, provocan que las firmas se centren en los preparativos del peor escenario posible, reduciendo recursos y tiempo a posibles proyectos de inversión.

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