Washington

Joe Biden sale de la cama a las ocho de la mañana. Confinado en su casa de Wilmington, Delaware, lo primero que hace es un poco de deporte —tiene una máquina para correr, una bicicleta estática y pesas—, se ducha y toma un batido proteínico. Después llegan las reuniones con su equipo, los encuentros virtuales con votantes y donantes desde el sótano de su casa, así como las entrevistas.

La rutina del exvicepresidente estadounidense, casi incapaz de distinguir la fecha en el calendario, es antagónica de lo que esperaba que fuera a estas alturas, ya coronado por todos como el virtual candidato demócrata a la Casa Blanca.

El coronavirus lo ha trastocado todo: no hay viso de que en un futuro cercano pueda empezar a viajar por el país para hacer campaña; está en veremos celebrar la convención que le nombre oficialmente como aspirante —él mismo ha propuesto que se haga de forma virtual—, y la planificación de los próximos seis meses exactos que faltan hasta las elecciones del 3 de noviembre son una incógnita creciente.

Eso no significa que Biden no tenga tarea por hacer. La más importante ahora mismo, además de pelear para estar presente en los medios y no quedar en el ostracismo del sótano de su casa, es una decisión absolutamente crucial: elegir su compañera de fórmula, la aspirante a la vicepresidenta.

Compañera, en femenino: Biden prometió que su número dos sería una mujer. “Es histórico que reconozca que necesita una mujer para equilibrar el ticket. Es un hombre blanco viejo y está compitiendo contra un hombre blanco viejo.

“Los votantes demócratas quieren ver diversidad”, aseguró a EL UNIVERSAL Kate Andersen Brower, especializada en asuntos de la Casa Blanca y autora, entre otros, del libro First in Line, sobre los hombres que se han sentado al lado de la oficina más importante del mundo.

No es sólo un reconocimiento, sino también una necesidad, un progreso acorde al avance de los tiempos. En la historia de la Unión Americana sólo dos mujeres fueron postuladas al cargo por los grandes partidos. La primera fue Geraldine Ferraro, en 1984. El demócrata Walter Mondale, que perdería estrepitosamente ante el mandatario republicano Ronald Reagan, dijo en su momento que tomar la decisión de elegir a una persona de ese sector como su número fue “difícil”.

En gran parte, la decisión vino precedida por la presión de su esposa, Joan. “Tienes que romper el molde del hombre blanco”, le urgió, según recogió Mondale en su biografía, The good fight. La elección de Ferraro, por entonces congresista respetada en el Capitolio, “trascendía el simbolismo político o el gesto cínico”, escribió el editorial de The Nation en agosto de 1984. Era el reconocimiento “de años de organización de las mujeres demócratas y los grupos feministas”.

“Cuando me pidió ser su compañera de fórmula mandó un mensaje poderoso sobre la dirección en la que quiere liderar el país. La historia de Estados Unidos es sobre puertas siendo abiertas, puertas de oportunidad para todos sin importar quién eres”, indicó cuando fue anunciada como compañera de fórmula.

Treinta y seis años después, el país no ha cambiado tanto. Quizá las puertas se abrieron, pero el techo de cristal sigue sin romperse.

Tuvo que pasar un cuarto de siglo para que otra mujer, Sarah Palin, fuera aspirante a la vicepresidencia, en una selección que se tornó desastrosa para el presidenciable republicano John McCain, arrepentido de no hacer caso a su “instinto” y desechar la opción de la gobernadora de Alaska.

En 2016, Hillary Clinton se convirtió en la primera mujer en ser candidata a la presidencia por un gran partido, y parecía que el salto histórico podría darse más rápido de lo esperado, pero se quedó a las puertas de la historia con la sonada derrota ante Donald Trump, quien además no ocultó posiciones misóginas en su retórica.

El techo de cristal se resquebrajaba, pero seguía irrompible. Todo puede empezar a cambiar en 2020. “A pesar de que Hillary Clinton perdió en 2016, hay una gran urgencia en el país para ver a una mujer presidenta; es un punto de partida.

“Creo que mucha gente está de acuerdo que tiene que cambiar”, reflexionó Brower, firme defensora de que es necesario que haya más representación femenina en puestos de alto nivel político.

El día después de la elección de Donald Trump, centenares de miles de mujeres colapsaron las grandes ciudades del país. En 2018, el voto femenino permitió un cambio en el control de la Cámara de Representantes, colocando un número histórico de mujeres (126) en un Congreso con 450 legisladores.

Ante esa muestra de poder de las mujeres, Brower consideró “astuto” por parte de Biden pensar que necesita a una persona de ese sector como pareja electoral.

“Las mujeres se sienten particularmente engañadas en los últimos años, primero por la promesa irrealizada de una presidenta mujer en 2016 y después por haber desechado a las demócratas candidatas en favor de hombres blancos en 2020.

“Claro, 2018 fue una gran victoria para las mujeres, pero ninguna mujer ha llegado al más alto nivel en la política estadounidense. Una mujer vicepresidente sería extremadamente cercana, en primer lugar para la presidencia”, remató.

De los 48 vicepresidentes que ha habido en Estados Unidos, 14 llegaron a la presidencia; ocho de ellos por muerte o asesinato del mandatario, uno, Gerald Ford, tras la dimisión de su jefe Richard Nixon.

Para Joel K. Goldstein, experto en la vicepresidencia de Estados Unidos de la Universidad de Saint Louis y autor del libro La vicepresidencia de la Casa Banca, “será la primera vez que una mujer elegida para un ticket tiene al menos 50% de opciones de ganar”, porque las dos anteriores, Ferraro y Palin, estaban en candidaturas que resultaron no ser favoritas a la vicoria.

“Elegir a alguien que esté preparado para ser vicepresidente no es sólo buen gobierno, sino buena política. Es también importante que elija alguien con que Biden sea compatible política y personalmente”, dijo Goldstein a EL UNIVERSAL.

Biden reflexionó hace tiempo: “Lo más importante es que tiene que ser alguien que, el día después de ser elegido, esté preparado para ser presidente de Estados Unidos si pasa algo. Es particularmente crucial en su caso.

Si gana las elecciones, entrará al Despacho Oval con 78 años, el más viejo en asumir el poder en un primer mandato en toda la historia del país. Es un secreto a voces que su intención es seleccionar a alguien relativamente más joven y preparado para la acción por si aparecieran problemas de salud o cualquier circunstancia imprevista.

Cobra más relevancia después que, recientemente, Biden se autodefiniera como un candidato “de transición” entre la vieja guardia y la nueva generación de líderes, que de forma necesaria debe representar la diversidad del país, aumentando los rumores que podría ser presidente de un único mandato.

El mensaje que mande con su selección será enorme. Cada característica demográfica, racial, ideológica será una señal al presente y al futuro, pero 36 años después de Ferraro, la decisión de poner a una mujer como candidata al segundo cargo más importante de Estados Unidos sigue sin ser tarea fácil.

La batalla interna para conseguir el puesto ha iniciado desde hace tiempo, con planes de descrédito contra algunas candidatas, estrategias mediáticas para elevar su nombre por parte de otras.

Hay una enorme presión para que Biden dé un doble salto histórico: no solo nombre a una mujer, sino que además sea afroamericana. Después de que su campaña resucitara gracias al voto negro, muchos creen que es una deuda que tiene que pagar colocando a una mujer negra como compañera de fórmula.

Hay dos nombres que destacan en esa categoría: Stacey Abrams, excandidata a la gobernación de Georgia que se está haciendo una campaña sin tapujos para ser la elegida, se consideró una elección “excelente” y dijo que sería “prepocupante” que la vicepresidenta no fuera negra, y Kamala Harris, la popular senadora de California, lideran ese segmento.

Otros piensan que, con el voto afroamericano casi asegurado por el “factor Obama”, es mejor apostar por alguien que cemente el voto en estados clave como los del “cinturón del óxido” del medio-oeste.

Ahí destaca Gretchen Whitmer, gobernadora de Michigan que sabe en su subconsciente que se gana las opciones de ser elegida con su gestión del coronavirus. Sin embargo, la última encuesta de CBS no deja dudas: los demócratas quieren que la elegida sea la senadora Elizabeth Warren, líder destacada del ala progresista. Sin embargo, es un nombre que, según CNBC, no tiene el apoyo de los grandes donantes.

La mujer que sea elegida y acepte tendrá ante sí un reto mayúsculo. No hay manual claro de cómo el circo mediático va a hacer escrutinio de su figura, a lo que hay que añadir el último escándalo —cerrado en falso— de la campaña de Biden: el resurgimiento de un supuesto caso de abuso sexual del demócrata, que él niega rotundamente.

La aspirante no sólo tendrá que lidiar con la carga del peso del número dos, sino de la presión por apoyar a un candidato con un gran historial acreditado de comportamiento dudoso con las mujeres.

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