Primero, frustraron un asalto. Luego, los delincuentes les disparan. Al final, tienen que defender a sus agresores para que éstos no sean linchados por los vecinos de Iztapalapa, los que acaban de robar.
Es domingo a las 19:00 horas en el paradero del Metro Constitución de 1917. Los policías suben a un camión de la ruta 14, considerada una de las más peligrosas por los continuos asaltos a los pasajeros. Se desplazan hasta la parte trasera porque la unidad va llena.

La agente habla primero: ella explica que si se separaba de su compañero, hubiera sido más fácil que fueran desarmados. La multitud los volvía vulnerables.
El camión avanza. Apenas recorrió dos kilómetros de distancia desde el paradero. Suben dos jóvenes que lucen más viejos de su edad real. Ambos pagan pasaje, pero de un segundo a otro, uno de ellos saca un arma de fuego.
Mientras los delincuentes recorrían los primeros asientos arrebatando celulares y dinero, “a nosotros nos dio tiempo de irnos enlazando entre la gente sin que nos vieran”, cuenta la mujer. Ya cerca, a unos cuantos centímetros de los sospechosos, el uniformado grita: “¡Alto, deténganse, bajen el arma. Policías!”.
El policía y uno de los asaltantes forcejean. El chofer frena y los dos asaltantes bajan con rapidez, intentan huir y, entonces, una motocicleta se acerca con uno de sus cómplices.
El hombre armado lo ve y le avienta la pistola… “y nos disparan dos veces. No nos dieron, es cuando ellos se quieren subir a la motoneta y mi compañero repele la agresión y le da un disparo a uno de ellos, [a quien] le tocó en la pierna”.
El cómplice de la moto se asusta, pero huye. Los otros dos corren, uno se mete a una casa y el otro es golpeado por los pasajeros del camión. El policía se coloca encima del sujeto y con sus dos brazos detiene los puñetazos que los usuarios quieren darle al asaltante.
“Yo les decía: ¡Ya hice el trabajo, ahora ustedes apóyenme, vayan a declarar!”.
Al final del día, fueron solo cinco pasajeros los que denunciaron el robo.
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