Teniendo como trasfondo la feroz confrontación entre EU y la URSS durante la Guerra Fría, el nuevo Zar de la Federación Rusa -Vladimir Putin- se propuso recuperar territorios perdidos con el colapso de la Unión Soviética (1991) para que no se incorporaran a la Unión Europea o a la OTAN. En 2008 Georgia fue invadida, surgiendo las repúblicas separatistas pro-rusas de Abjasia y Ostetia del Sur. En 2014 las aspiraciones europeistas de Ucrania fueron frenadas mediante el plebiscito que incorporó la Península de Crimea a la Federación de Putin, así como por los “espontáneos” movimientos separatistas en Donetsk y Luhansk. Estonia, Letonia y Lituania ya fusionadas a Occidente, han padecido los ejercicios militares fronterizos de su detestado vecino, así como la agitación en las comunidades rusas que ése dejó implantadas durante su dominio imperial.

La respuesta de EU y sus aliados de la UE a dicha avanzada que pretende volver a colocar a Rusia en el nivel de potencia mundial y revertir lo que Putin calificó como “la catástrofe geopolítica más grande del siglo XX”, fue imponer sanciones: retención de activos a empresas (públicas y privadas) y particulares, negación de visas a funcionarios, parlamentarios, militares y empresarios, cero importaciones e inversiones con Crimea, etc. De las más de 80 empresas sancionadas, muchas pertenecen a la oligarquía mafiosa de millonarios del círculo cercano de Putin. Como a las sanciones se sumó la fuga de capitales, el incremento del gasto militar derivado de las aventuras bélicas, la caída de los precios del petróleo, y la propia debilidad del crecimiento interno, el impacto en la económica nacional, en la riqueza de la oligarquía, y en el prestigio del Zar, ha sido severo.

El inteligente, astuto, experimentado y siniestro ex agente de la KGB vio en las elecciones presidenciales de su gran rival la oportunidad para deshacerse de las insidiosas sanciones. Su primer objetivo fue impedir que la ex secretaria de Estado de Barak Obama, Hillary Clinton –pieza clave en la imposición de las perjudiciales medidas- llegara a la Casa Blanca. La segunda meta, podemos deducir con toda lógica, fue allegarse la simpatía y favor del contrincante de Clinton, Donald Trump, para que al ser elegido anulara las sanciones. A partir de un objetivo común se forjó una inverosímil alianza, a la que Putin aportó sus servicios de inteligencia y espionaje. Ciberpiratas rusos (The Dukes, Cozy Bear, Fancy Bear, etc.) hackearon en 2016 al Comité Nacional Demócrata robándole información para falsearla, distorsionarla y filtrarla (doxing), logrando la renuncia de su presidenta Deborah Wasserman y dañando la candidatura de Hillary. En tanto Trump elogiaba públicamente al autócrata de Moscú, la CIA confirmó a Obama la existencia de la conspiración, pero actuó con demasiada tibieza y retraso: le “llamó la atención” a Putin en la reunión del G20 celebrada en China, y solo hasta diciembre expulsó a 35 rusos que operaban en el propio EU.

Trump adquirió con Putin una peligrosa deuda de gratitud por ayudarlo a derrotar a Clinton, pero el diestro espía, conocedor de las flaquezas humanas, fue mucho más lejos para afianzar su ascendencia sobre el nuevo gobierno. Sagazmente utilizó los negocios, el petróleo y el dinero para sacar provecho de la ignorancia, infantilismo, frivolidad, oportunismo, falta de escrúpulos, ambición y codicia que detectó en Trump & Co. El respaldo ruso que llevó a Trump a la cúspide, también lo arrojará al abismo. En la segunda parte de este artículo destacaremos los turbios entuertos existentes, que no solamente son un grave conflicto de intereses, una descarada violación de la ley, y un brutal atentado contra la democracia, sino fundamentalmente alta traición.

Internacionalista, Embajador de carrera y académico.

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