Tras lograr la proeza de ser dos veces candidato presidencial fuertemente competitivo (2006 y 20012), Andrés Manuel López Obrador exhibe una debilidad creciente en los reflejos que durante dos décadas le permitieron construir la historia de un político fuera de serie. Aspirante perenne a ocupar Los Pinos, corre el riesgo de llegar a 2018 como una presencia marginal.

Las precoces encuestas de figuras presidencialistas arrojan una primera lectura en la que el tabasqueño aparece encabezando la lista de los personajes más conocidos, a lo que se suman factores diversos que integran sus “positivos”. Pero una mirada más cercana debe llamar la atención hacia sus “negativos” —lo que incluye a la gente que dice que nunca votaría por él. Y están también a la vista los datos de la intención de sufragio en favor de su partido, Morena, muy bajos. Si hoy fueran los comicios, podría convertirse en humo la presunta ventaja de este hombre que parece correr al frente del maratón.

Sería un error atribuir los apuros de López Obrador sólo a un proceso de desgaste natural o a una estrategia fallida, como otras en las que ha incurrido. Es fácil identificar una nueva concertación de esfuerzos —la tercera en una década— para hundir cualquier posibilidad de que este actor construya un nuevo camino hacia las urnas, al menos con la fortaleza que le permitió imponer un sello de ilegitimidad al triunfo de Felipe Calderón en 2006, o acorralar la causa de Enrique Peña Nieto en 2012.

En esta oportunidad, sin embargo, las evidencias de un “complot recargado” tienen como principal protagonista no a la derecha empresarial y partidista, o al bloque cohesionado por el PRI —al que en su momento se trepó el ex presidente Vicente Fox. Todos ellos, desde luego, siguen ahí. Singularmente, el principal ariete contra la causa de López Obrador puede ser identificado ahora en el Partido de la Revolución Democrática (PRD), al que ayudó a fundar; el que lo llevó a la jefatura de Gobierno de la ciudad de México, y lo colocó dos veces en la antesala de la Presidencia de la República. El mismo que, junto con aliados y operadores, es ya su peor enemigo.

El escenario principal de batalla entre López Obrador y el PRD se dirime en la capital de la República, donde la dirigencia perredista y figuras centrales del gobierno de Miguel Ángel Mancera se apegan todos los días a la misión de frenar al tabasqueño y aplastar a Morena.

En las elecciones de 2015, que en el Distrito Federal renovaron la Asamblea capitalina, el electorado dio el mandato a Morena para integrar el grupo más numeroso de legisladores locales. El equipo de Mancera meditó sobre la pertinencia de abrirse a un esquema de cohabitación, con militantes de Morena en carteras clave de la administración de la ciudad. Pero se abrió paso la alternativa de cooptar a los nuevos legisladores, perseguir como traidores a funcionarios bajo el cargo de colaboracionismo, y apostar por el aniquilamiento de corrientes que aprovecharon la coyuntura para cobrar viejas afrentas, como la de René Bejarano.

El ejecutante de esta operación de acoso, compra y derribo fue y sigue siendo el entonces secretario de Gobierno del DF, Héctor Serrano, actual titular de Movilidad, un área políticamente modesta. Serrano controla, sin embargo, a la Asamblea capitalina y al PRD en la ciudad, ambos a través de la misma persona: Raúl Flores, líder partidista y legislador local. El presidente formal de la Asamblea, Leonel Luna, es en los hechos un compañero de viaje en este escenario.

En el ámbito nacional el esquema de alianzas de López Obrador luce del todo deshilvanado. Su acercamiento con la facción disidente del magisterio, encabezada por la Sección 22 del SNTE, ha resultado infructuoso. A su vez, el pacto que estableció con el Sindicato Mexicano de Electricistas (SME), a través de su líder, Martín Esparza, se diluyó estrepitosamente cuando la administración Peña Nieto abrió la puerta a los resabios de esa agrupación gremial para controlar el contrato de nuevas plantas generadoras de electricidad otorgadas en términos ambiguos a una empresa extranjera.

A la encrucijada de López Obrador se agrega una apuesta débil ante las elecciones de este año para gubernaturas en 12 estados, comicios intermedios en Baja California y la integración de un Congreso Constituyente en la Ciudad de México. Ninguno de los abanderados de Morena en los estados es una opción real de triunfo. La postulación del más vistoso de ellos, David Monreal, en Zacatecas, fue cancelada por el INE con argumentos sólidos.

Es un enigma por ahora estimar lo que pasará en la elección del Constituyente en la Ciudad de México. En el escenario de que los ciudadanos ratifiquen su mandato en favor de Morena, el tema puede volverse una pesadilla para Mancera y sus operadores, y darle un preciado oxígeno a un López Obrador urgido como nunca de ello.

rockroberto@gmail.com

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