“Gustavo, te vamos a tomar la palabra; no serás coordinador de la bancada…”.

Era Ricardo Anaya personalmente quien, en un discreto coloquio sostenido la última semana de agosto, sepultaba con una sola frase, años de aspiraciones políticas de su antecesor, Gustavo Madero.

El chihuahuense había expresado el 3 de julio anterior que no buscaría la conducción de los diputados en la nueva legislatura. Pero en los días posteriores comenzó a visitar el palacio de San Lázaro, a repartir oficinas y cargos administrativos. Se asumía con el puesto amarrado, pese a que bajo su conducción, el PAN obtuvo en los comicios de junio el más bajo número de curules federales en tres décadas.

Madero Muñoz (Chihuahua, 1955) fue incluido el 5 de junio pasado en una entrega de Retrato hereje (Dirigentes: ganar o morir) en la que se advertía que de no lograr éxitos importantes, se derrumbaría junto con su pretensión de ser candidato presidencial en 2018. Él encarna ahora una lección: Si haces que tu partido pierda en las urnas, vete a tu casa.

Con diversas agravantes, es el caso de Carlos Navarrete, el segundo mencionado aquel entonces, y que este fin de semana cederá su puesto —no lo ocupó ni un año— en la dirigencia nacional del PRD, previsiblemente en favor de Agustín Basave.

Es difícil saber si Navarrete trascenderá como un dirigente fracasado, al que le ocurrió todo lo malo imaginable. El partido lució cómplice de políticos corruptos y de narcotraficantes en la tragedia de Ayotzinapa en 2014; la corriente dominante, Nueva Izquierda —Los Chuchos—, impuso a su antojo candidatos impresentables, lo que apuntaló un luminoso arranque de Morena, de Andrés Manuel López Obrador, que en el DF hizo morder el polvo al perredismo y al gobierno de Miguel Ángel Mancera.

Junto con Guadalupe Acosta Naranjo, Navarrete es miembro de Los Chuchos desde los años 80 —entonces se hacían llamar Los Coroneles, en el Partido Socialista de los Trabajadores—, pero ambos son culpables de no entender que habían rebasado política e intelectualmente a sus mentores, Jesús Ortega y Jesús Zambrano. El dirigente fue dominado por la pasividad política y la arrogancia.

Si Carlos Navarrete (Guanajuato, 1955) conduce la extinción de la facción en la que nació pero que ahora luce anquilosada y corrupta, y apoya el resurgimiento del PRD, merecerá un sitio en la historia de la izquierda mexicana. Pero si apuesta a un cambio para que todo siga igual, su trayectoria completa irá a dar al basurero. La lección que transmite es: líder que no actúa deja de serlo y es devorado por la inercia.

César Camacho (Metepec, 1959) cierra la tercia de dirigentes partidistas que en junio encaraba ya riesgos de que su presencia y legado estuvieran en predicamento ante la inminencia de los comicios. Como dirigente nacional del PRI experimentó derrotas dolorosas, especialmente las gubernaturas de Nuevo León y Querétaro.

El Institucional sólo logrará formar mayoría en San Lázaro por los votos del Partido Verde, que no se derivaron de un arraigo legítimo ni de su violación reincidente de la legislación electoral con sus anuncios en televisión. El Verde vio estancarse su número de votos. Y hubiera perdido el registro de no ser por el muy sospechoso caudal de sufragios provenientes de Chiapas, Veracruz y Tabasco. Al menos en los dos primeros casos resultan escandalosas las huellas digitales de los gobiernos estatales en el abultamiento de cifras.

Camacho Quiroz es ya el coordinador de la bancada del PRI, pero su estilo de conducción, totalmente subordinado a Los Pinos pero ajeno a la militancia, dejó como herencia un partido de espaldas a la pared con rumbo a los comicios de 2016 y la sucesión presidencial de 2018. Porque en política, si sólo construyes para cuidar tu presente, el futuro se obstinará en aplastarte.

APUNTES: Diego Gómez Pickering ya era un personaje polémico, con al menos un escándalo diplomático en su haber, cuando en diciembre de 2013 se le encomendó la embajada en Londres, una de las tres más preciadas en el servicio exterior. Se dijo entonces que había sido impulsado personalmente por Aurelio Nuño, a la sazón jefe de la Oficina de la Presidencia y hoy secretario de Educación. El señor embajador decidió usar su “grito” oficial del 15 de septiembre para lanzar vivas a Porfirio Díaz y a Emiliano Zapata. La única explicación es que tuvo el comportamiento de un cretino; es decir, “persona de corto alcance que perjudica sistemáticamente, haciendo alarde de una ética que desconoce”. Pero hasta anoche la Cancillería, donde Claudia Ruiz Massieu acumula traspiés, había guardado un silencio cómplice sobre el incidente.

rockroberto@gmail.com

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