Tras los primeros balances electorales que colocaron al PRD en el terreno del desastre (con apenas 14% de los votos), Carlos Navarrete fue convocado a un discreto coloquio en donde se decretó su salida de la dirigencia partidista. Había desempeñado el cargo apenas ocho meses. Es difícil encontrar un caso en el que tanto capital político haya sido dilapidado tan rápidamente por una sola persona.

Navarrete Ruiz presentó una sola condición: irse a casa antes de que se cumpla el primer aniversario de la tragedia de Ayotzinapa, el 26 de septiembre. Sabe que ese drama marcó el inicio del fin de su liderazgo e impuso al PRD el sello de complicidad criminal y corrupta ante la muerte de jóvenes estudiantes campesinos.

La historia de esta fugaz dirigencia partidista hace de Navarrete una víctima propiciatoria. Aun sus partidarios aceptan que se embarcó en un proyecto autista y arrogante; ignoró a las múltiples corrientes del partido del Sol Azteca, se alejó incluso de quienes lo llevaron al puesto. Y lo peor: no avanzó un centímetro, ante al contrario, para erradicar los ejemplos de dirigentes de izquierda viviendo como sibaritas, ávidos de negocios.

Navarrete Ruiz (Guanajuato, 1955) parece haber nacido para la política. Ya en la preparatoria era líder estudiantil; a los 20 arrancó su militancia partidista, y a los 27 era diputado local. Dos veces diputado federal; senador que en 2009 presidió la cámara alta por primera vez en la historia de la izquierda mexicana.

Hace tres décadas formó un grupo, Los Coroneles, con los mismos compañeros de lucha que, ahora conocidos como Los Chuchos, determinaron no sólo sacrificarlo, sino humillarlo, tratarlo como apestado. Ello se explica porque el vendaval que arrojó a Navarrete de la presidencia perredista amaga también con despedazar a Nueva Izquierda, nombre formal de la facción que ha dominado sucesivamente al partido por ocho años, primero con Guadalupe Acosta (2008), luego con Jesús Ortega (2008-2001), Jesús Zambrano (2011- 2014) y el propio Navarrete (2014-2015). Sólo una concertación que resultaría muy controversial, permitirá que otro integrante del mismo grupo arribe al liderazgo del partido la segunda semana de septiembre.

Durante la gestión de Navarrete se produjeron sonadas renuncias de personalidades del PRD, destacadamente Cuauhtémoc Cárdenas, fundador del partido en 1989. Y han seguido muchos, con el mismo argumento: el principal organismo de la izquierda avanza hacia convertirse en un mera franquicia.

Las defecciones golpean también a Los Chuchos. Miguel Barbosa, impulsado por esa corriente a la dirigencia parlamentaria en el Senado, les dio la espalda, lo mismo que el también senador Armando Ríos Piter, que declinó a su aspiración a competir por la gubernatura de Guerrero y abrió con ello el camino a la derrota perredista en aquella entidad. Justo ahora Guadalupe Acosta Naranjo, veterano fundador de la corriente, amaga con desertar a la misma si se impone a Jesús Zambrano como coordinador de la bancada partidista en la próxima legislatura de la Cámara de Diputados.

A diferencia de lo que ha ocurrido en la larga historia de la izquierda mexicana, acostumbrada a desprendimientos por intrincados argumentos ideológicos, en la actual crisis del PRD el nivel de debate político es minúsculo. A juzgar por múltiples testimonios recogidos, la disputa es por los puestos y desde luego, por el dinero.

Los indicios disponibles ponen de manifiesto la existencia de diversas empresas en manos de dirigentes perredistas, lo mismo imprentas que fábricas de material electoral, concesiones gubernamentales o permisos múltiples otorgados y consentidos por autoridades estatales y federales.

Quizá el emblema de este deterioro moral lo represente una casona en el número 42 de la calle Julio Verne, en el exclusivo barrio capitalino de Polanco. Un refugio con decorados estilo imperio británico, donde se suceden elegantes salones. Los selectos asistentes catan los mejores vinos y disfrutan los puros más codiciados. El lugar fue originalmente llamado Casa Cházaro bajo la administración de Luis Cházaro, identificado como el cerebro financiero de Los Chuchos, impuesto por esa corriente como aspirante a la delegación Cuajimalpa del DF, donde fue derrotado.

Hundido en ese foso, el PRD busca un nuevo rumbo. Y Carlos Navarrete fue desechado como un penoso lastre.

APUNTES: Emilio Lozoya, director general de Pemex, encara crecientes reclamos de inversionistas internacionales porque no ha abierto un ciclo de participación privada para los campos que le fueron asignados a la petrolera mexicana en la Ronda 0. Lo que no puede decir es que tiene las manos atadas por el secretario de Energía, Pedro Joaquín Coldwell, y por el presidente de la Comisión Nacional de Hidrocarburos, Juan Carlos Zepeda, que han dado prioridad a la Ronda Uno, que esta semana enfrentó un nuevo tropezón al ser reprogramada entre crecientes malos augurios.

Información sobre Casa Cházaro

rockroberto@gmail.com

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