Las elecciones presidenciales en Estados Unidos son generalmente cerradas y ésta no va a ser la excepción. Lo excepcional es la importancia que han tenido en este ciclo el comercio internacional y la globalización.

En episodios anteriores estos temas eran tratados en la fase de las primarias, pero de manera mucho menos intensa en las elecciones generales. En ellas, el comercio era con frecuencia tomado por candidatos marginales como Ross Perot o Ralph Nader. El comercio internacional era considerado un tema negativo, útil para destruir candidatos, pero no para construir opciones ganadoras basadas en qué hacer y no en qué no hacer una vez en el gobierno.

Ahora es diferente: Trump ha hecho del rechazo a lo extranjero (bienes, servicios o personas) el centro de su campaña. La idea vende bien incluso entre gente preparada: muchos de los analistas políticos de Estados Unidos consideran que el mejor momento de Trump en el debate fue cuando enfatizó el impacto negativo del comercio.

Hillary Clinton, por su parte, ha tenido una posición ambivalente por haberse pronunciado a favor de la apertura y el Acuerdo Transpacífico (TPP por sus siglas en inglés) como secretaria de Estado y en contra durante las primarias. Incluso llegó a decir que estaba en contra del TPP ahora y lo estaría como presidenta electa y en funciones.

Esta declaración choca con la intención del presidente Obama de lograr la aprobación del TPP en noviembre o diciembre de este año con el Congreso saliente. Aunque la mayoría de los observadores piense que las probabilidades de que el TPP pase este año en Estados Unidos son bajas, no puede descartarse que se logre la aprobación.

Para esto es necesario una realineación de estrellas: en primer lugar, que no gane Trump la elección del 8 de noviembre. Se antoja casi imposible que el Congreso saliente vote por un proyecto en contra del cual el posible candidato ganador ha basado su campaña. No sería un gesto democrático.

En segundo lugar, que el presidente Obama consiga un número importante de votos demócratas en la Cámara de Representantes. La Casa Blanca tendrá que invertir todo su capital político para lograrlo. Sin un voto demócrata mucho mayor que el conseguido para otros acuerdos comerciales recientes o para la autoridad de negociar, los republicanos no estarán dispuestos a colaborar.

En tercer lugar, que el liderazgo republicano, en control de ambas cámaras, esté decidido a procesar el TPP de manera expedita y con el número de votos suficientes. Suponiendo que Obama asegure un número mínimo de demócratas, los republicanos pudieren tener un par de incentivos para colaborar con la Casa Blanca. Uno, enviar un mensaje al interior de su partido de que la retórica de Trump es contraria a sus principios. Esto implicaría enfrentar a muchos de los electores que creyeron su discurso. Dos, acordar con el presidente Obama el nombramiento del candidato Merrick Garland para la vacante en la Suprema Corte. A principios de este año el liderazgo republicano en el Senado prefirió no procesar su candidatura y esperarse a que otro candidato fuere nominado por el presidente republicano. Hoy la situación es distinta y es probable que los republicanos en el Senado prefieran a Garland sobre cualquier otro candidato propuesto por la presidenta Clinton o, incluso, Trump.

La gran pregunta es si Hillary Clinton estaría de acuerdo con esta constelación. Instintivamente, la candidata Clinton en las primarias se pronunció contra el comercio y el TPP en un afán de acercarse a la posición de Bernie Sanders. En la elección general ha seguido opuesta al comercio con el objetivo de maximizar sus posibilidades en el medio oeste donde hay varios estados clave. Lo que tiene ella que decidir ahora es qué hacer como presidenta electa y en funciones.

Una de las principales razones que explican el crecimiento de la candidatura de Trump y lo cerrado de la contienda es la percepción de que el gobierno de Estados Unidos no funciona. Y que no funciona ni para asegurar el crecimiento económico, ni proteger a sus ciudadanos del terrorismo y otros riesgos. De allí el atractivo de un presidente fuerte y la voluntad de arriesgar un salto al vacío al elegir a Trump ya que de cualquier suerte el gobierno no funciona.

La principal razón de la falta de funcionamiento es la incapacidad de conseguir acuerdos entre demócratas y republicanos. Baste decir que en los últimos cinco años su Congreso ha aprobado un solo presupuesto y que la caída en 13 de los 20 últimos trimestres del gasto público se debe no tanto a la prudencia fiscal sino a la incapacidad de encontrar acuerdos.

Lo que requiere Estados Unidos no es un “hombre fuerte”, sino la construcción de puentes para franquear la brecha de polarización política que se ha ensanchado en los últimos veinte años. La eficacia del gobierno de Clinton depende, como lo fue también para su esposo, de la capacidad de triangular y colaborar con republicanos y demócratas que no estén en los extremos. Hillary Clinton puede elegir entre tratar de colaborar con los republicanos en el Congreso desde la transición o sólo una vez en funciones.

A pesar de la retórica de la campaña, el comercio internacional es el mejor tema para hacerlo. No obstaculizar al presidente Obama, para quien el TPP es su más alta prioridad, y al liderazgo republicano en el Congreso desde la transición puede ser una oportunidad irrepetible para que la presidenta electa muestre una dinámica distinta a la polarización y parálisis políticas de los últimos años. La perspectiva de que el TPP ayude a cambiar la acrimonia política de Washington es quizá el mejor argumento para que la candidata y presidenta electa Clinton se discipline discursivamente y no cierre la posibilidad de que el acuerdo pase con el Congreso saliente. Pensar de manera presidencial la distinguiría de su oponente, sin duda.

Ante esta posibilidad, por más remota que sea, el resto de los países del TPP tiene una oportunidad de contribuir al proceso y minimizar la posibilidad de futuras enmiendas aprobándolo antes de la jornada electoral en Estados Unidos. La única manera de que el voto en el Senado en México sea realmente independiente del proceso de aprobación en Estados Unidos es aprobarlo antes del ocho de noviembre. Si no se aprueba para entonces y gana Trump, o Clinton sugiere enmendarlo, México se quedaría sin hacerlo.

@eledece

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