Érase una vez un hombre que poseía un don privilegiado, del que todos hablaban; le llamaban el rey Midas y todo lo que tocaba lo convertía en oro. Su historia rebasó fronteras y quedó guardada en libros para la posteridad. Ahora, después de varios años me atrevo a hacer un paralelismo llevado al futbol americano.

Su nombre es Peyton Manning, a quien Nueva Orleans vio nacer y crecer bajo la batuta de un gran líder, su padre Archie, quien le enseñó a él y a su pequeño hermano, Eli, el valor de una profesión que implica mucho sacrificio, pero que a su vez regala grandes satisfacciones: el futbol americano.

Fueron varios años de estudio, dedicación, triunfos grandiosos, pero también tropiezos dolorosos y frustrantes episodios los que forjaron a este hombre sencillo; siempre con los pies en la tierra; Manning ha trazado una carrera digna del mejor quarterback de los últimos tiempos. Es un hombre que nació para ser grande, no le hizo falta ser el más hábil, ni el más fuerte, su tenacidad e inteligencia lo llevaron a ser el gran referente de los Colts, para posteriormente de igual manera guiar a los Broncos hacia el éxito.

Es cierto que Peyton no tuvo el mejor de sus años —posiblemente el más malo de la última década—, tampoco fue el hombre que hizo la jugada mágica como lo solía hacer para darles el campeonato a los Broncos; lo que sí tenemos que reconocerle es que se supo adaptar de manera perfecta a su actual potencial y decidió esta vez hacer a un lado el protagonismo individual para acertar en lo colectivo, y así triunfar sobre unas Panteras que se extinguieron ante la grandeza de su oponente.

Manning fungió como un silencioso ‘rey Midas’; como un discreto orquestador de una estrategia infalible, y que incluso conllevó ciertas críticas entre quienes aguardaban por el show y los pases de ensueño, o por el otro lado a los que alzaban la voz ante la idea de que en las instancias finales no era capaz de responder como solía hacerlo en temporada regular.

Nada de eso fue impedimento en el Levi’s Stadium para que Manning coronara una fantástica y memorable carrera, e igualara a grandes figuras como John Elway, Bart Starr o su mismo hermano Eli con dos anillos de campeón.

El futbol americano, ese al que Peyton ha dedicado su vida entera, el que le ha regalado incontables cantidades de anécdotas, el que por algún tiempo le ha provocado el dolor de las lesiones o la tristeza de los tropiezos, por fin le hizo justicia al regalarle un Vince Lombardi más.

Y sí, la de este hombre parece una historia sin fin, pues una vez más nos ha lanzado la incógnita al aire sobre si seguirá jugando, o si tal vez ya fuimos testigos de sus últimas pisadas sobre el emparrillado. No importa, hoy el gran Peyton puede darse ese lujo para ir a casa, abrazar a su familia y tomarse el tiempo para pensar en su futuro, pues sea cual sea, puedo decir que me siento agradecida y afortunada de haber seguido durante varios años su carrera, de haber tenido la oportunidad de adentrarme en su manera de pensar, de charlar con él, y saber que es y será un ‘rey Midas’ único; el desenlace de esta historia, queridos lectores, aún no se escribe, pero de algo sí estoy segura, cuando suceda será con letras de oro.

Twitter:@InesSainzG

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses