Nuestro país, atroz y fascinante, es capaz de crear de manera casi compulsiva situaciones que arrasan con los elásticos márgenes de lo que pasa por creíble. La prolongada tradición que vive de afrentar la elemental sensatez, de reblandecer el convenio universalmente consensuado sobre qué está bien y qué está mal, ha terminado por engendrar un país poroso en lo mental, endeble en lo moral, ayuno de referentes objetivos sobre qué es la verdad, la justicia, el bien común y, no se diga, el derecho.

Las reservas de “verdad” han sido secuestradas por agiotistas de la mentira. El inventario de abominaciones que nuestro país propicia o tolera ha creado una normalidad bizarra, una “normalidad” hecha de anormalidades que, a fuerza de repetirse, ha usurpado el horizonte de la ética.

Todos los mexicanos podríamos crear nuestro inventario de abominaciones, una lista de las afrentas y averías que sufrimos como sociedad y como individuos. Sería un ejercicio masoquista y de utilidad dudosa. No sirve ya de mucho catalogar el abatimiento: el estoico sufrirá como Quevedo ante “los muros de la patria mía/ si un tiempo fuertes ya desmoronados”, el cínico optará por una de las formas de indiferencia que hay en el mercado amoral. El riesgo es, a sabiendas de que muy pocas veces hay castigo, el inventario de horrores acabe como reclutamiento de candidatos.

Hay quienes, en cambio, fortalecen a diario ante las abominaciones su decisión de decir BASTA y se atarean en ponerle diques al tsunami de mierda cotidiana. Y dan ejemplo de perseverancia, y —para seguir con Quevedo— no se permiten caducar la valentía. En este momento de México, me parece, pocos ejemplifican esta actitud como Sergio Aguayo.

No lo conozco personalmente, pero sí su trabajo y su trayectoria. No es infrecuente que disienta de sus ideas y opiniones, pero suele ocurrirme que, por lo mismo, me orilla a reconsiderar las mías. Hombre cabal e intelectual responsable, maestro de larga carrera en El Colegio de México, la Universidad de Harvard, el CIDE; autor de muchos libros y constante editorialista nutritivo, es un hombre, Sergio Aguayo, que nunca ha cejado en su afán por vitaminar la participación ciudadana, por hacernos a los ciudadanos corresponsables de los asuntos públicos, por involucrarnos responsablemente en el combate ético contra el desgaste de la justicia y de la honestidad.

Y bueno, como es sabido (pero debe saberse más), este hombre que tanto ha luchado por la defensa colectiva de los derechos de los mexicanos vive desde hace tiempo asediado por una disparatada demanda judicial.

Lo que es una afrenta a la verosimilitud, un sofocante desacato contra la más elemental noción de la congruencia, es que esa demanda haya sido regurgitada por el minúsculo moreira, sátrapa reiterante de Coahuila, tuétano del PRI, sujeto que encarna —también como muy pocos: casi todos, como él, exgobernadores— lo más opuesto que puede haber a Sergio Aguayo, todo lo que en México hay de sucio y deplorable.

Vengo de padecer un bobo zangoloteo judicial por causa de un abogadillo huelepesetas. Difícil imaginarme lo que vive Aguayo desde hace casi un año: una demanda por “daño moral” que le exige 10 millones de pesos como “reparación” por haber escrito lo evidente: que moreira es un sujeto corrupto y un ejemplo de impunidad. (Aguayo cree que en el fondo se trata de inhibir una investigación académica que dirige, en El Colegio de México, sobre la masacre que hubo en 2011 en Allende, Coahuila.)

Esa demanda ya amerita un estupor indignado. Que el sujeto moreira exigiese al juez que lleva la causa que se sometiera a Aguayo a una “evaluación psicológica” y que ese juez, Alejandro Rivera Rodríguez, lo haya permitido, lleva a registrar el hecho no solamente en el inventario de las abominaciones, sino en la extensa historia nacional de la infamia.

Sergio Aguayo, ¿puede creerse? ha “afectado el honor” y la “imagen” de moreira. Es como si Donald se enojase porque le dicen pato. Tres meses después de hacer su demanda, el gobierno de Texas —que investiga el lavado de “decenas de millones de dólares” de moreira y sus testaferros en su territorio— le embargó a su suegra una casa de 600 mil dólares.

¿Habrá moreira demandado a Texas? Lo que sí hizo fue fundar un nuevo partido político en Coahuila que se llama “Partido Joven”. Y ese partido ya lo nombró candidato a diputado… Y va a ganar.

BASTA.

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