Simpatizo con la declaración “La UNAM, por México” que —firmada por el rector Enrique Graue Wiechers y los directores de escuelas, centros e institutos— recién hizo pública la universidad para la que trabajo frente a los agravios, cada vez menos disimuladamente racistas, que endereza contra nuestro país “el señor Donald Trump”, posesionario eventual de la responsabilidad más delicada del mundo.

Para las autoridades de la UNAM —y supongo que para una amplia mayoría de sus académicos, entre los que me cuento—, se trata de uno de “los mayores desafíos de nuestra historia”. (Mayoría, pues también hay en ella quienes ven en todo esto una forma más de “exacerbar las contradicciones” del capitalismo y bla bla bla.) Del lado de la sensatez, la UNAM juzga que las actitudes de ese señor son “intolerantes y discriminatorias”; que padece un “profundo desconocimiento de las relaciones internacionales”; que agravia “el derecho internacional” y que su hostilidad amenaza “la soberanía nacional y la autodeterminación del pueblo mexicano”.

La UNAM llama entonces “a la unidad de los mexicanos, basada en la reflexión plural, la deliberación responsable y rigurosa de los problemas del país y la búsqueda de alternativas para fortalecer nuestras instituciones con el fin de reorientar su desarrollo”, y advierte de los riesgos “que se agravarían con la cancelación del Tratado de Libre Comercio y la deportación de millones de mexicanos.”

Estamos pues en un momento —uno más— en el que la unidad nacional debe reforzarse por la intromisión que realiza un específico, tenaz, bastante desquiciado extraño enemigo, y por tanto en la conciencia —una vez más— de que hemos sido incapaces de crear esa unidad por nuestros propios fueros.

El comunicado de la UNAM adquiere relevancia en los párrafos finales, donde reconoce la parte de responsabilidad que nos corresponde a los universitarios y a los mexicanos en general. Nos hallamos en una encrucijada en la que “será importante analizar nuestras fortalezas y debilidades” (frase de larga trayectoria puma). Optimizar nuestras fortalezas y atenuar nuestras debilidades —sostiene— es la única forma de “replantear nuestra posición en el contexto internacional”. Sí, debemos ampliar nuestros mercados y mirar más al Sur. Sí, debemos unirnos “a la sociedad estadounidense que está en desacuerdo con su Presidente” (la mayoría). Sí, debemos participar en un “diálogo permanente que analice las acciones y soluciones concretas a los problemas que derivan de la actual coyuntura”.

No deja de reconocer la UNAM que esta situación vulnerable obedece a condiciones que los mexicanos hemos propiciado, por acción u omisión. Si debemos “construir un país más fuerte” es porque nuestros errores y vicios lo han debilitado. Si debemos crear oportunidades que impidan la emigración es porque no hemos querido hacerlo, o no en la medida adecuada.

Ese es el problema grave. Unirnos emocionadamente contra las políticas insensatas, francamente irracionales, de un technicólor megafónico es más cómodo que decidirnos a actuar contra las debilidades sociales que muchos mexicanos explotan como fortalezas individuales. Para que esa unidad sea real debería basarse en la conciencia de una dignidad nacional que, me temo, se evapora velozmente. ¿Cómo va a haber dignidad en un país donde hay gobernadores capaces de disfrazar agua destilada de quimioterapia y dársela a los niños?

Creo que hay un “señor Trump” interior en “cada hijo te dio” que opta por la trampa. Todo el que se corrompe y propicia la corrupción equilibra su tembloroso toldo dorado en la testa, sea en los gobiernos, empresas, iglesias o universidades. El empresario que evade impuestos es símil de Trump. El ricachón que paga sueldos de miseria y compra yates y se retrata en la página de sociales es un meme de Trump. Las familias que ponen un muro entre sus empleados domésticos y el IMSS son tan racistas y clasistas como Trump. Y no deja de ser extraño que Trump, a pesar de su poder enorme, cuente con menos impunidad que cualquier corrupto mexicano.

“Es urgente”, termina el comunicado de la UNAM, “reducir la pobreza y la desigualdad, fortalecer la cohesión social y el respeto a los derechos humanos”.

Sí. La unidad dice que no es demasiado tarde. ¿Qué dirá la dignidad?

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