“Lamento decirlo, pero no eres más que un soldado de la multitud; lo que se llama comúnmente un don nadie; o un individuo sin importancia colectiva.” Quien me dirigió estas palabras no deseaba ofenderme. Se hallaba exaltado, algo ebrio, recitaba a Céline y creía que sus palabras me pondrían en mi lugar. “Qué alivio —respondí—; acabas de describir en unas cuantas líneas mi idea del paraíso.” Un alivio espiritual: el hecho de no añadir nada a esta época repulsiva y concentrarse en ser una cosa que vive.” Un nuevo año, sí, mas yo no siento amor por el sistema decimal y me gustaría alejarlo de mi vida. En mi humilde y a la vez pretenciosa opinión es una necedad el siquiera plantear que existen años nuevos o viejos; lo que sí hay es tiempo incomprensible y cambios aparentes. El calendario es necesario para que haya líquido dentro de la botella. ¿Y quién mide la calidad del líquido? Los expertos. ¿Y quienes son los expertos? Ciertos señores concentradísimos en una clase de cosas o de insectos: entomólogos, enólogos, economistas, especialistas. Así es; estamos perdidos. (Y no crean que me engaño: los expertos son necesarios para hacer más triste este negocio del vivir).

En La relatividad ontológica, W.V. Quine (1908-2000) escribe acerca de un hecho en apariencia grave: no puede haber predicados del todo. Es decir: “No podemos saber qué es una cosa sin saber cómo está delimitada por las demás cosas.” ¿Es posible hablar, por ejemplo, de un país como un todo y denostarlo? No; resulta más sabio señalar a los maleantes con el dedo. Ustedes están familiarizados con estos temas porque si uno es persona decente sabe que lo que afirma puede ser refutado, y sin embargo, ¿puede ser refutado el sufrimiento o la humillación que esta persona siente? Volviendo a la frase liberadora de mi amigo acerca de que soy un don nadie me gustaría añadir, además, que me habría gustado hacer de su conocimiento mi deseo de que nada proveniente de mí perdure (sé que no tengo que preocuparme de ello, nada perdurará, mas lo hago). ¡Si algo deseo es ser enterrado con todos mis trastos viejos y eso incluye novelas y recuerdos! En El arte de perdurar, Hugo Hiriart al disertar acerca de Alfonso Reyes, del indestructible buque de sus obras completas y de lo parcial que resulta elegir las obras perdurables de Reyes escribe: “Lo que digo es que la puerta de la fama es estrecha y nadie puede pasar por ella con sus obras completas.” Así que se debe elegir una o dos frases o relatos, un guiño, algún accidente y vámonos a volar ligeros. ¿Es posible elegir no perdurar? Imposible. Si es así indíquenme cuál es la fila para comprar esa clase de boletos. Se trata de un simple deseo: no querer perdurar porque uno intuye que no existe un centro gravitatorio o redentor, sino accidentes que andan por allí hablándonos de la existencia de un centro fundamental: un todo, un año nuevo, una futuro y un pasado, etcétera.

En fin, debido a que nuestra sociedad ha llegado a un grado de deterioro casi estético (una tragedia esperpéntica, digamos) y que carece de remedio visible, no voy a desearles un buen año venidero, sino que les deseo un feliz año pasado. Invéntense un pasado y habítenlo de la mejor forma posible. Yo haré lo propio. Un ejemplo del lamentable estado de la ciudadanía al que me he referido antes en esta columna son los insultos que se expresan disfrazados de comentarios en los medios de comunicación, los que se exclaman en las calles y en la vida común: el insulto y el vituperio anónimo, aun cuando venga firmado por “alguien.” ¿Cómo se le puede dar voz a tanto patán en nombre de no sé qué idea de la libertad de opinión pública? La voz hay que ganársela a partir de la reflexión, la honestidad y el respeto, aunque no necesariamente de la coincidencia ni de la aceptación de los argumentos o posturas disímiles. Recuerdo que en el Porvenir de la filosofía (libro que el FCE publicó hace 45 años) Eduardo Nicol (1907-1990) señalaba ya desde entonces que el problema futuro de la sociedad sería el descenso inesperado de las comunidades del nivel de la existencia al de la subsistencia. A ojos del filósofo español, afincado en México, la libertad significaba, sobre todo, vinculación. ¿Dónde se encuentra hoy en día esa vinculación que promueva la libertad? ¿En el insulto que sustituye a la voz razonada? Así pues, este don nadie les desea que gocen en el futuro de un pasado feliz, aunque sea imaginario.

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