En Tuxtepec, en el norte oaxaqueño, a orillas del río Papaloapan, los cadáveres se están apilando a velocidad inusitada. Hace una semana, tres hombres fueron ejecutados en un autolavado. Cuarenta y ocho horas después, en pleno Día de Muertos, tres cadáveres más, todos con herida de bala, fueron encontrados en diferentes puntos del municipio.

Estos no son incidentes aislados. De agosto a la primera semana de noviembre, no menos de 38 personas fueron asesinadas en Tuxtepec, una localidad de 155 mil habitantes. Esa cifra es más del doble de todos los homicidios cometidos en 2015.

Además de los homicidios, la segunda ciudad más poblada de Oaxaca ha experimentado una oleada de secuestros . Entre las víctimas, se cuenta el hijo de un excandidato a alcalde y varios empresarios prominentes de la región.

La crisis de seguridad no se limita a Tuxtepec. En toda la cuenca del Papaloapan, tanto en Oaxaca como en Veracruz, hay historias similares. En el municipio de Loma Bonita, vecino de Tuxtepec y con apenas 31 mil habitantes, se han contabilizado no menos de 12 homicidios en lo que va del año. En Cosolapa, a finales de agosto, un grupo armado entró a una carpintería, mató a dos personas e hirió a otras dos.

En Tierra Blanca, Veracruz, fueron secuestrados y ejecutados cinco jóvenes (con la complicidad de la policía estatal) a principios de este año. En Chacaltianguis, también en Veracruz, se ubicó hace pocas semanas una fosa clandestina con al menos seis cadáveres.

En la carretera federal 145, la cual atraviesa buena parte de la región, se registran con regularidad asaltos a autobuses de pasajeros, uno de los cuales termino con la violación de todas las mujeres que viajaban en la unidad.

¿Qué hay en esa región que provoque tanto delito? Un poco de todo. Hay cultivos ilícitos en la región (algo de mariguana y algo más de heroína), no en la escala de Guerrero, pero de buen tamaño.

Se trata, además, de un corredor importantísimo de tráfico de personas. En 2010, el cónsul de El Salvador en Tierra Blanca llamó a la región “un infierno para los migrantes”. Ese diagnóstico sigue siendo acertado. Apenas en octubre, en el municipio de Tres Valles, fue hallado un camión de carga con 50 migrantes centroamericanos, cuatro de los cuales murieron de asfixia, abandonados por el pollero que los transportaba.

En tercer lugar, el robo de combustible ha sentado sus reales en la región. La atraviesa el mismo poliducto que alimenta a la industria del huachicol en Puebla. Tan sólo en 2015, la policía estatal de Veracruz aseguró 47 vehículos y 10 motos utilizados por bandas de chupaductos en la zona. En marzo de este año, el encargado de seguridad física de Pemex en la región fue asesinado en Tierra Blanca.

Por último, es una región agrícola y comercial relativamente prospera, con muchos blancos para la extorsión y el secuestro.

Toda esa economía criminal ha atraído a un buen número de bandas criminales. Grupos de Zetas han operado en la región desde finales de la década pasada. Existen también células vinculadas al Cártel del Golfo y, de manera más reciente, al Cártel de Jalisco Nueva Generación.

Y en ese maremágnum, ¿qué hacen las autoridades? No mucho. En una visita reciente a Tuxtepec, el gobernador de Oaxaca Gabino Cué, al ser interrogado sobre la oleada de ejecuciones que se vive en el municipio, se limitó a decir que era “parte del fenómeno que se vive en todo el país”.

Pues tal vez lo sea. Pero eso es triste consuelo para una región que cada vez más se tiñe de rojo carmesí y que está suficientemente lejos de las capitales estatales para que a nadie le importe.

alejandrohope@outlook.com.

@ahope71

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