En junio de 2016, el médico Israel Payán Félix fue asesinado a balazos en su consultorio de Culiacán, Sinaloa. No se trató, por desgracia, de un caso único: tan sólo en la capital de Sinaloa, cuatro doctores han sido víctimas de homicidio en lo que va del año.

El problema no se limita a Sinaloa. Hace dos semanas, en Jáltipan, Veracruz, un médico fue asesinado dentro de su casa. En junio, un doctor fue secuestrado y ejecutado en Zihuatanejo, Guerrero. El año pasado le tocó el turno a un cirujano que ejercía su profesión en Cuernavaca, Morelos.

Según la Federación Nacional de Colegios Médicos de México (Fenacome), se registraron 3 mil 174 denuncias por agresiones contra personal sanitario entre 2008 y 2014. Esto va desde las amenazas hasta el asesinato, pasando por golpes, robos y secuestros.

Asimismo, los ataques contra pasantes y estudiantes de Medicina que realizan su servicio social son constantes. Entre 2007 y 2015, de acuerdo a una investigación publicada en EL UNIVERSAL, se registraron por lo menos 84 denuncias de agresiones contra estudiantes de Medicina en 21 entidades federativas. Los incidentes reportados incluyen asaltos, robos, violaciones, secuestros, amenazas y, en el extremo, asesinatos. En el mismo periodo, se registraron no menos de siete homicidios de pasantes de Medicina. Y eso, probablemente, no es más que la punta del iceberg, ya que se trata exclusivamente de incidentes reportados.

¿Por qué tanta saña contra la profesión médica? No hay una explicación única. Por una parte, los médicos tienden a ser profesionistas visibles en sus comunidades, con ingresos más o menos altos (a veces), y eso los convierte frecuentemente en blanco de secuestros y actos de extorsión.

Adicionalmente, debido a su profesión, acaban envueltos involuntariamente en guerras entre bandas criminales. A menudo, les llevan a un herido de un enfrentamiento entre delincuentes y quedan por ese hecho sujetos a una amenaza doble. Si el paciente muere, la banda en cuestión le cobra el deceso al médico. Si se salva, la banda rival puede ver al doctor como un aliado de los adversarios. Y también, en no pocos casos, un grupo de sicarios va a rematar a un herido en un centro de salud o incluso en un quirófano, y los profesionales de la salud acaban como víctimas colaterales.

La violencia contra médicos y otros profesionales de la salud ya tiene consecuencias políticas. La exigencia de seguridad forma parte de las demandas del movimiento #Yosoymédico17. Asimismo, el tema figuró prominentemente en las marchas realizadas por personal del sector salud en decenas de ciudades el pasado fin de semana.

Más allá del impacto político, la inseguridad amenaza la operación misma del sistema de salud, particularmente en zonas rurales. Según autoridades de Guerrero, hay 30 centros de salud que han tenido que cerrar por temor a la delincuencia. En algunas regiones del país, se han tenido que suspender campañas de vacunación por falta de garantías para el personal sanitario. En múltiples estados, los pasantes médicos se niegan crecientemente a realizar su servicio social en comunidades rurales, debido a las amenazas de grupos criminales.

Todo lo anterior demuestra un punto absolutamente obvio, pero frecuentemente olvidado: si no hay seguridad, no hay Estado. Si queremos que la población tenga acceso a servicios básicos, no se puede permitir que los proveedores de esos servicios, sean médicos, enfermeras o maestros, vivan bajo amenaza permanente. Muchos de ellos están dispuestos a enfrentar enormes sacrificios, pero no les podemos pedir que sean mártires.

En consecuencia, si deseamos tener un Estado de bienestar, primero tenemos que tener Estado a secas.

alejandrohope@outlook.com

@ahope71

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